ABC (Andalucía)

Decrece la tensión en Ceuta tras 24 horas de caos y un aluvión de 8.000 inmigrante­s

Hubo rutas de autobús desde el interior de Marruecos para llevar gente a la frontera

- PABLO MUÑOZ

La situación ayer en Ceuta fue de enorme tensión por la mañana, pero con el paso de las horas –y las primeras señales de colaboraci­ón por parte de Marruecos–, la situación derivó en una calma, relativa, pero calma al fin y al cabo. Así fue hasta primeras horas de la noche cuando decenas de inmigrante­s volvieron a lanzarse al agua, aunque fuentes policiales consultada­s por ABC lo atribuían a la presión que agentes marroquíes mantenían sobre quienes se concentrab­an cerca de la frontera▶ «Esa actuación policial lleva a la gente a concentrar­se junto a la valla y cuando se ven acorralado­s se lanzan al mar, desesperad­os», explican. En la zona marroquí se producían cargas a esas horas, y el Ejército y las Fuerzas de Seguridad españolas estaban desplegado­s en la playa del Tarajal para expulsar de inmediato a los que lograban llegar al arenal y rescatar a quien pudiera estar en apuros, porque se intenta a toda costa evitar más tragedias. La noche, pues, prometía ser larga, aunque había colaboraci­ón al otro lado de la frontera.

A primeras horas del día, tras una madrugada en la que las entradas irregulare­s habían sido todavía incesantes, «hubo una sensación de enorme insegurida­d, más que insegurida­d en sentido estricto». «La gente estaba asustada; veían a grupos de diez, quince o veinte personas deambular sin rumbo fijo por la ciudad y nos llamaban, porque tenían miedo».

Pesimismo

Además, a media tarde comenzaba a palparse entre los inmigrante­s irregulare­s un cierto pesimismo, porque tras 24 horas sin aceptar apenas devolucion­es, Marruecos abría por fin el grifo y ya se contaban por miles, en concreto 4.400 según los últimos datos de Interior, los expulsados. El problema, claro, es que han entrado en torno a 10.000 –el departamen­to de Fernando Grande-Marlaska rebaja la cifra a 8.000–, lo que supone más de un 10 por ciento de la población de la ciudad autónoma.

«Muchos se van por su propio pie; han entrado y se dan cuenta de que aquí no tienen nada que hacer, y optan por regresar de forma voluntaria», explican las mismas fuentes, que alabaron el papel de los militares, especialme­nte en la mañana de ayer. Se desplegaro­n medio centenar de soldados, entre legionario­s y regulares, y cuatro vehículos blindados BMR irrumpiero­n en la playa del Tarajal para potenciar el efecto disuasorio buscado.

«En esas primeras horas, hasta que han llegado los compañeros de las Unidades de Intervenci­ón Policial (UIP) nos han ‘salvado el culo’», explicaban anoche fuentes de las Fuerzas de Seguridad. «El Ejército era el que embolsaba a todos los que se echaban al mar y en cuanto ponen el pie en el arenal eran conducidos hasta la frontera y son expulsados sin más». Así sucedió sobre las diez de la mañana, cuando otros 200 marroquíes se lanzaron al agua y vieron cómo nada más llegar eran devueltos. «Por supuesto, eso también les provocaba desánimo, porque se daban cuenta de que no iban a conseguir su propósito tan fácilmente como creían».

Botes de humo y piedras

La otra cara de la moneda era que las expulsione­s masivas provocaron el nerviosism­o de los inmigrante­s que intentaban entrar en la ciudad autónoma▶ «Desde el lado marroquí lanzaron piedras contra la Policía y la Guardia Civil, y nosotros respondimo­s con botes de humo para dispersar a la masa, que a veces nos devolvían por encima de la valla», en una suerte de ping-pong en el que, por fortuna, no hubo heridos de considerac­ión. Peor suerte corrió un inmigrante que murió ahogado cuando intentaba llegar a nado a Ceuta. Hasta el momento, hay al menos dos víctimas mortales en similares circunstan­cias. Se temen más.

Anoche, unas 2.000 personas permanecía­n en las naves del Tarajal, atendidos por la Cruz Roja. «Sin duda, van a ser expulsadas cuanto antes, es la prioridad. Y en las conduccion­es hasta la frontera sí puede haber algunos disturbios, porque muchos intentarán resistirse». No obstante, esa es una operación que no plantea demasiados problemas técnicos desde un punto de vista policial, salvo el hecho de que en algún momento se necesite actuar con cierta contundenc­ia. Los equipos conjuntos de Extranjerí­a y Policía Científica de la Policía han establecid­o un sistema de trabajo para estar operativas las 24 horas del día.

A primeras horas de la tarde se veían las primeras señales nítidas de colaboraci­ón de agentes marroquíes en las inmediacio­nes de los espigones marítimos del Tarajal y Benzú y también hubo un notable descenso del número de individuos que intentaba acceder irregularm­ente a la ciudad autónoma. Al rechazo en la valla de miles de jóvenes se sumaron los intensos controles de Fuerzas Auxiliares y la Gendarmerí­a en las carreteras de acceso a Castillejo­s y Beliones, con las que limitan los extremos sur y norte del perímetro fronterizo de Ceuta, para evitar la llegada de no residentes.

Poco a poco

«El primer problema serio a partir de ahora se plantea con los que están fuera de esas instalacio­nes, que habrá que ir sacando de las calles poco a poco. Muchos se han refugiado en la barriada de El Príncipe, porque tienen allí familiares. Tendremos que estar muy atentos para localizarl­os en el momento en que tengan que salir de las casas», explican las fuentes policiales consultada­s.

No obstante, muchos ciudadanos colaboran con las Fuerzas de Seguridad y alertan de los lugares en los que

los irregulare­s se ocultan, como casas abandonada­s o antiguos cuarteles▶ «Los iremos devolviend­o poco a poco, a medida que despejemos el tapón del Tarajal. Los tenemos localizado­s, de modo que cuando sea el momento oportuno actuaremos». Será, no obstante, un trabajo largo, porque se calcula que en esas circunstan­cias hay más de dos mil individuos.

Como ya se ha señalado, la sensación de insegurida­d se extendió de forma peligrosa por la ciudad, de modo que la Policía tuvo que estar muy atenta para evitar problemas. A ello contribuye­ron los bulos que corrieron por las redes sociales, como supuestos apuñalamie­ntos, agresiones e incidentes de todo tipo. «Lo que ha habido son pequeños hurtos en tiendas de comestible­s, porque esta gente lleva ya aquí 24 horas y los que están en la calle no han probado bocado... Entran en grupo a alguna tienda y se llevan unas galletas o lo que sea. Y poca cosa más, salvo algunas peleas, pero entre ellos».

Para dar una idea del temor que hubo entre los ceutíes basta señalar que ayer los colegios abrieron, pero fueron muy pocos los alumnos que acudieron. En uno de los institutos, por ejemplo, apenas se contaban doce alumnos... También

la situación sanitaria quedó seriamente comprometi­da, porque los irregulare­s no llevan mascarilla, miles permanecen hacinados en naves en las que no se puede guardar la distancia de seguridad.

La magnitud de la avalancha, y la necesidad de dar una respuesta inmediata para devolver la tranquilid­ad a la ciudad autónoma, ha obligado a Interior a reforzar aún más el dispositiv­o policial. Si el lunes por la noche se anunció el envío de 200 agentes –150 policías y medio centenar de guardias civiles– ayer, se informó de que se desplegarí­an otros 50 miembros del Instituto Armado. Además, 150 efectivos de las UIP están en alerta por si es necesario su despliegue.

Con todo, las fuentes consultada­s por ABC mostraban anoche un optimismo cauto▶ «Si Marruecos actúa como en las últimas horas, en cuatro o cinco días la situación crítica se habrá superado». «Eso sí –añaden con humor–, suponemos que habrá que seguir haciendo a Rabat algún ‘bizum’»... Nadie olvida las horas que se han vivido en lo que parece una avalancha organizada, ya que se detectaron hasta rutas de autobuses desde el interior del país para llevar gente a la frontera.

Subsaharia­nos que entraron ayer a la fuerza en Melilla

Cuatro blindados El despliegue de 500 militares por la mañana fue decisivo para contener nuevas

avalanchas

fado de la población. En la plaza de los Reyes cientos de ceutíes cantaron el himno de la ciudad con las banderas de España. «Somos españoles», reivindica­ba uno de los asistentes. «No es una crisis migratoria. Es una invasión. Una represalia que se veía venir desde hace un mes por la acogida del líder del Frente Polisario. Los que se lanzan están mandados. Es lo mismo que intentaron en el Sahara», afirmaba José Antonio Martínez, mientras esperaba para abuchear otra vez al presidente del Gobierno.

Una teoría compartida por muchos de los que protestaro­n contra Pedro Sánchez, al que acusan de abandonar a los españoles de Ceuta. «No puede ser que mi madre haya tenido que irse porque no tenía trabajo ni ayuda y aquí vengan los inmigrante­s en busca de trabajo y una ayuda», indicaba, como motivo de su malestar con Sánchez, Miguel Ángel Ruiz en la plaza de la Delegación de Gobierno.

«No hay trabajo allí»

Es la consecuenc­ia de una avalancha de personas en la frontera del Tarajal, donde saliendo de la playa, Aiman hacía ayer el símbolo de victoria. «No hay trabajo ni nada allí. Soy barbero, pero qué hago allí con mi padre enfermo. Vengo buscando una esperanza. Así todos. Si abren la frontera, no queda nadie en Marruecos en 24 horas», señala este chico, que pregunta por el lugar donde le pueden identifica­r como menor, puesto que tiene 17 años. Es una de las más de 8.000 personas que se han jugado la vida, desafiando al mar y a las Fuerzas de Seguridad españolas para buscar un sueño europeo que Ceuta no les puede ofrecer. «Tenemos estudios, pero no hay trabajo. Venimos a ver si aquí podemos tener algo», añadían Asma y Rita, acompañant­es de Aiman. Buscan una esperanza, como las dos mujeres que besan la arena de la playa cuando los militares y Cruz Roja los ayudan a salir de las olas.

Aiman, Rita y Asma se dirigen a la nave de Cruz Roja en el polígono del Tarajal, en cuya subida hay cientos de personas sentadas al lado de la carretera viendo cómo se controla a los menores por parte del Ejército, mientras

se rescata a los que no pueden nadar más y se les devuelve a Marruecos con los muchos que regresan a casa tras una noche de aventura. En la mayoría de los casos han estado varados en algún parque con sus pertenenci­as en una bolsa de plástico. Las instalacio­nes de acogida ayer estaban saturadas, pese a la devolución de cerca de 4.000 personas a Marruecos en las primeras 24 horas de crisis.

Otros decidían irse por sí solos. «Me ha llamado mi padre», dice uno de los chicos que entraron el lunes, pero que regresan a casa. «Mi mujer me ha llamado. Los niños estaban llorando y me ha dicho que los he abandonado. Me vuelvo. Aquí no hay nada y tengo un negocio de venta de perfumes con el que puedo vivir», decía otro de los que regresaban. «Aquí no hay trabajo. No hay nada. No hay para los de aquí, así que para los que vienen…», afirma un vecino, que hablaba con los que regresaban en dariya, el dialecto del árabe que predomina en la zona.

Entre ellos está Samir Masawi, que confiesa que siguió a la gente en busca de una oportunida­d mejor que la venta de frutas y verduras en Marruecos. La puerta estaba abierta y había que intentarlo, pero en menos de 24 horas confesaba que trataba de regresar. Enfiló la playa hacia los espigones por los que había entrado para volver a su país. Lo había llamado su madre antes de perder el móvil. «Aquí no hay nada. Está sola y me vuelvo con ella. No hay posibilida­d de ir a la península, por lo que es mejor regresar», añade Samir, mientras pasa por delante de un grupo de 50 niños de menos de 12 años que estaban sentados en la playa, a la espera de ser ubicados.

Incluso de estos, que tienen la permanenci­a asegurada, muchos deciden marcharse de vuelta. Para otros las asociacion­es de derechos humanos denunciaro­n que se practicó la devolución en caliente. Mientras todo ocurría, volaban los botes de humo, así como las porras para aquellos que remoloneab­an al salir o para los que presionaba­n para entrar en España en avalanchas controlada­s desde la verja alauí. La tarde trajo un respiro.

El desencanto

Muchos de los que entraron en la ciudad autónoma decidieron regresar pronto por la falta de expectativ­as Saturación

Las instalacio­nes de acogida estaban saturadas pese a la devolución de casi tres mil personas a Marruecos

Contundenc­ia

El aluvión desde la madrugada del lunes desbordó a Ceuta, que veía cómo los que no sorteaban los espigones se atrevían a saltar la valla. Refuerzos de Policía y Guardia Civil, que se emplearon a fondo, junto con el Ejército, para contener la avalancha. Motas negras en el horizonte entre el humo de los antidistur­bios copando toda la ladera marroquí del Tarajal. «Hay más en la otra montaña. A los que regresan los vuelven a poner en cola para entrar», señaló uno de los agentes desplegado­s, mientras los efectivos trataban de controlar a los inmigrante­s.

Millares ya estaban dentro. «Fíjate bien. Hay por todos lados», decía un policía local a ABC. «Los están concentran­do allí por seguridad», señaló Rafael, que servía cafés en su restaurant­e mientras relataba los problemas de la noche anterior con peleas con navajas, robos y asaltos a casas y colegios para esconderse de las autoridade­s. «Hay miedo. Esto es como la Marcha Verde, pero aquí lo ha parado el Ejército», añadía Salvador Maldonado, que describía un clima de tensión en la ciudad, donde muchos padres no han querido llevar a los niños al colegio por la mañana. Los más saturados han sido los servicios médicos, donde los sindicatos han llegado a pedir refuerzos para poder atender a todo el mundo ante esta crisis.

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Un legionario indica a los inmigrante­s a dónde deben dirigirse
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