De cohetes de Hamás
La ofensiva en Gaza se ha convertido en una cuenta atrás hacia un cese de las hostilidades que no llega. El Consejo de Seguridad de la ONU se reunió por cuarta vez, también lo hicieron los ministros de Exteriores de la Unión Europea, Joe Biden habló con Benjamín Netanyahu y se mostró partidario a apoyar un alto el fuego, Emmanuel Macron llamó a Abdel Fatah al Sisi y el Rey de Jordania, Abdalá II, y la canciller alemana, Angela Merkel, también pidieron un «rápido» alto el fuego. Pero la diplomacia tiene sus tiempos y la guerra los suyos, por eso Israel siguió con duros bombardeos contra casas de mandos de Hamás y lugares de lanzamiento de cohetes, algunos de ellos subterráneos, según el Ejército, y las facciones islamistas volvieron a lanzar cohetes al sur de Israel y en uno de los ataques mataron a dos trabajadores tailandeses de un Kibutz próximo
ay cosas que, por principio, no se hacen (tampoco se escriben). Una de ellas es convocar, en caliente, plebiscitos para redactar una nueva Constitución. El Gobierno de Chile cometió ese pecado (y algún otro). El resultado es y salvo milagro será, una catástrofe. Triunfaron los antisistema y la izquierda dura. Muchos, disfrazados de independientes y otros, anotados en la llamada Lista del Pueblo, esa que hizo campaña con un anuncio donde se celebraba la muerte (ficticia) de Sebastián Piñera.
El presidente, insuperable en su habilidad para adelantarse en la compra de vacunas para el Covid-19, no fue capaz de leer correctamente lo que pasa en su país desde que estallara la crisis social de octubre del 2019. Él y su Gabinete creyeron que abrir la caja de Pandora de una nueva Carta Magna, resolvería el problema y les haría quedar en el mundo como ejemplo de demócratas. Se equivocaron y ahora lo reconocen. El error fue tan profundo que para el plebiscito de octubre (nueva Constitución, sí o no) apenas se movilizó la mitad del padrón y de esa mitad, el 78% votó afirmativamente. Igual, fue ‘pa lante’. Pero el escenario empeora. Resulta más grave todavía que fueran menos (en torno al 41%) los que se molestaran en ir a votar el domingo para elegir a los 155 hombres y mujeres que redactarán esa Ley de leyes. Significa que, a cerca del 60% de los chilenos les importó un bledo lo que estaba en juego que no es otra cosa que, su futuro.
Entre la jauría nacional (emponzoñada con agitadores de fuera) y los descontentos con causa, había una distancia enorme en las calles, en el corazón y en el cerebro. Ese espacio lo desperdiciaron los partidos políticos tradicionales y Piñera. Faltó sensibilidad y estrategia, sobró miedo y hubo exceso de miopía política. Los chilenos que pusieron patas arriba su país, resulta evidente, pedían otras cosas que nada tienen que ver con el medio centenar de reformas de ‘la Constitución de Pinochet’. Las demandas de la población eran más simples y directamente relacionadas con su calidad de vida y protección social.
En seis meses habrá elecciones presidenciales. En este tiempo, la legitimidad del Congreso puede ponerse en duda y el esperpento de la Convención Constituyente dar la puntilla a un país que, con todos sus defectos y el cobre como moneda de cambio, supo mantener su economía a flote. Entonces, veremos si la gente va a votar o se queda en casa.
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