Vivir dando la razón.
SI los medios han conseguido que la gente llame democracia al consenso y populismo a la democracia, pueden conseguir, como intentan, que Rousseau sea el Cristo de la nueva religión de Estado en España, basada en el sentimentalismo que sólo atiende a deseos (y que sólo respeta a Mahoma, a quien siempre elogió el ‘bollo’ suizo). Por eso Carrero se oponía a llevar el periodismo («llevar más agitadores») a la Universidad.
En el 71, el periodismo, que estaba en la Escuela de Capitán Haya (la Costa Fleming de Palomino, oh, justicia poética), acabó en el edificio Ceaucescu de la Complutense, en cuyo bar cursé una carrera sin libros, pero ‘sostenible’, todavía hoy con estudiantes. Algunos te piden entrevistas, que no puedes dar porque ellos pueden preguntar lo que ven, pero uno no puede contestar lo que sabe.
El sentido del periodismo universitario empieza a estar para mí allí donde Herrero de Miñón sitúa el de su Constitución del 78, en Heidegger, para quien el sentido es aquello en lo que me sostengo. ¿No entiendes el toque de queda? Lee a Heidegger.
Del bar de Periodismo diré lo que Heráclito del horno de la tahona (él iba allí a calentarse) o lo que santa Teresa de los pucheros de los fogones▶ «También aquí, entre el café con leche, están presentes los dioses».
Tuve la suerte de dar en el bar con Constantino García, de pensamiento político, y su guía para perplejos con textos de Tucídides, Polibio, Maquiavelo, Hobbes, Clausewitz, Max Weber, Michels, Ortega, Sorel, Lenin y Schmitt. Él me anticipó todo lo que iba a venir (¡y vino!); incluido el ostracón para los resistentes, acometidos por el sueño del húngaro Molnar en el ‘Pombo’ de Ramón▶ «Soñé que había inventado el café con leche». Y cuando en un examen puse que la democracia no la inventó Suárez el de Cebreros, sino Hamilton el de Charlestown, un profesor, militar, que escribía en el periódico de las élites, se propuso expedientarme... por anarquista. Había ganado Rousseau. ¡Todos, pues, con la chica de la Cruz Roja!
VISTO lo que tiene al lado, Margarita Robles, experimentada juez leonesa de 64 años, es lo mejor de este Gobierno. Simplemente hace gala de la elemental categoría que se espera de quien ocupa un cargo tan importante como ser ministro de España, sea de la ideología que sea (unas carteras hoy tristemente devaluadas por la baja calidad del elenco). Durante los horribles picos de la pandemia, mientras Sánchez evitaba todo roce con el dolor de los españoles y se blindaba en su búnker televisivo, Margarita fue la única ministra que se acercó a la realidad de la tragedia a pie de calle. No olvidamos su emocionante discurso en abril de 2020 en la clausura de la morgue del Palacio del Hielo▶ «Ninguno de los que han fallecido se ha ido solo, ninguno fue un anónimo. Que sepan sus familias que nuestros hombres y mujeres de la Fuerzas Armadas estuvieron con ellos. Nuestro recuerdo, nuestro cariño y nuestra oración para todos» (una ministra sanchista reconociendo la magnitud de la tragedia y hablando de rezar, vaya osadía). Aquel día la flanqueaban la presidenta de Madrid y el alcalde, que tampoco se escaquearon en la torre de marfil.
Ahora Margarita ha hablado de la crisis desatada por el Rey alauí, quien de manera infame ha convertido en munición de presión a niños y hasta a bebés, y lo ha hecho con una claridad que se agradece▶ «No vamos a aceptar el más mínimo chantaje de Marruecos». A diferencia de otros ministros, ha reconocido además que se trata de «una crisis muy seria». Su tono firme en defensa de España concuerda con el de Sánchez el martes, cuando prometió «garantizar la integridad territorial de España con todos los medios».
Conforta volver a escuchar al PSOE hablando con un tono de elemental patriotismo, del que se había apeado desde los días de Zapatero (la nación española es «un concepto discutido y discutible», zanjó en el Senado aquella eminencia). Pero esta súbita conversión paulina se contradice con lo que viene siendo la ejecutoria del presidente. Ciertamente la crisis con Marruecos es muy seria, pero no radica ahí la principal amenaza que pende sobre la integridad de España, sino dentro de nuestras propias fronteras, en el envite del separatismo catalán y vasco. Y este Gobierno, que como debe ser se planta enérgico ante la provocación de Mohamed VI, en el plano doméstico se dedica a hacer gracias y mercedes a los peores enemigos de la nación española. Resulta descorazonador, por ejemplo, cómo el presidente y sus ministros pelotillean en el Congreso a los diputados separatistas que les interpretan mientras se encorajinan con los de PP y Vox, que tienen como principio irrenunciable la defensa de la unidad de España y sus intereses. Así que patriotismo sí, por supuesto. Pero siempre. También en Cataluña y el País Vasco, donde el Estado casi ha desparecido, y no solo en las playas de Ceuta.
(P. D.▶ sobre el glorioso plan presentado ayer por Sánchez con sus soluciones para la España de 2050, si les parece hablamos dentro de 30 años, en caso de que sigamos respirando...).