ABC (Andalucía)

El soldado Franco en Normandía

- POR PEDRO CORRAL CORRAL

«La ofensiva contra la Cruz al socaire de la ley de ‘memoria histórica’, pese a que su preámbulo y artículo primero establecen el derecho al reconocimi­ento de todas las víctimas de la Guerra Civil, ha cruzado los límites de esa supuesta justificac­ión legal. Los ejemplos de Callosa de Segura y Aguilar de la Frontera prueban que su retirada obedece al sectarismo ideológico. Es la presencia de la Cruz en el espacio público lo que se criminaliz­a, primer peldaño hacia una escalada contra la libertad religiosa»

EL soldado José Franco desembarcó en el puerto francés de Cherburgo el 15 de septiembre de 1944, tres meses después del Día D. Allí estuvo un mes de entrenamie­nto hasta que su unidad, la 44.ª División de infantería norteameri­cana, se incorporó al VII Ejército aliado en su ofensiva hacia el macizo de los Vosgos. A mediados de noviembre, la 44.ª División avanzó hacia Estrasburg­o, ciudad que liberó el día 23.

Fue en ese avance, el día 17 de noviembre, cuando Franco cayó en combate. A aquel soldado de Texas, originario de El Paso, le faltaban tres meses para cumplir los 22 años. Si hubiera sobrevivid­o, habría podido disfrutar de unas buenas carcajadas ante el espectácul­o que ofreció Mickey Rooney a sus compañeros de unidad en mayo siguiente, una vez finalizada la guerra.

La tumba de este otro Franco se encuentra hoy en el cementerio militar estadounid­ense de Epinal, enclavado a la sombra de los Vosgos, en la que reposan más de cinco mil caídos norteameri­canos. Una tumba abrigada por las tierras francesas que Franco ayudó a liberar del yugo nazi, bajo una cruz de las miles y miles que componen los impresiona­ntes camposanto­s que jalonan Francia desde los mismos acantilado­s de Normandía, ya sean de combatient­es aliados o de alemanes.

La cruz que corona esas tumbas tiene en todas ellas el mismo mensaje de paz, la paz de los muertos en el abrazo común de sus destinos, que nos abisma en el horror de todas las guerras, también de nuestra contienda civil de 1936-1939.

Las cruces que se conservan aún en los muros de iglesias o plazas de algunos de nuestros pueblos fueron el tributo de los vencedores a sus caídos. El tiempo les ha dado otro sentido más sencillo▶ el de ser un testimonio de nuestra Historia, nos guste o no.

La ofensiva contra estas cruces al socaire de la ley de ‘memoria histórica’, pese a que su preámbulo y artículo primero establecen el derecho al reconocimi­ento de todas las víctimas de la contienda, ha cruzado los límites de esa supuesta justificac­ión legal. Los ejemplos de Callosa de Segura y Aguilar de la Frontera, de cuyas cruces se había eliminado toda referencia franquista, prueban que su retirada obedece a puro sectarismo ideológico. Es la presencia de la Cruz en el espacio público lo que se criminaliz­a, como primer peldaño hacia una escalada de gravísimos efectos contra la libertad religiosa.

En esta ofensiva de intoleranc­ia contra los símbolos de la religión católica, la identifica­ción del catolicism­o con la dictadura de Franco parece un argumento infalible. Está en los libros de Historia, aunque quizás hoy no se explique suficiente­mente que la Iglesia española se arrojó en brazos de los sublevados porque en el bando republican­o los estaban exterminan­do. Ahí están los cerca de 8.000 religiosos asesinados por los frentepopu­listas, además de los seglares sacrificad­os por el mismo motivo, ‘in odium fidei’. Sin olvidar tampoco que los libros de Historia recogen también el papel clave de la Iglesia católica en la instauraci­ón de nuestra democracia.

Pero si es un símbolo franquista, ¿qué hace una cruz sobre la tumba de Manuel Azaña, presidente de la Segunda República, en el cementerio de Montauban? Me dirá el lector que una cosa es la figura pública y otra su conciencia personal o, mejor dicho, la de su viuda, Dolores Rivas Cherif, que era católica practicant­e. Pero, por paradójico que resulte, la figura que sentenció que «España ha dejado de ser católica» reposa bajo el signo de la Cruz.

Otro ejemplo conmovedor. Unos noveciento­s españoles, republican­os exiliados incorporad­os a la 13.ª Demi-Brigade de la Legión Extranjera francesa, participar­on en abril de 1940 en las cruentas batallas de Narvik (Noruega) contra las tropas de Hitler. Murieron más de la mitad en aquel glacial escenario. Hoy son recordados en la localidad nórdica bajo el signo de la Cruz en el cementerio militar francés que cobija los restos de varios de ellos.

Lo que me interesa señalar con esto es la imprecisa y movediza frontera según la cual la misma Cruz de la fe cristiana que abriga el reposo del soldado Franco que ayudó a liberar Europa, el descanso de Azaña en Montauban y el de aquellos valientes republican­os españoles en Narvik se convierte en España en un símbolo fascista a eliminar si recuerda a las víctimas de la represión frentepopu­lista, cuando es el mismo símbolo bajo el que fueron sacrificad­os tantos mártires de los totalitari­smos nazi y comunista.

Todo depende del contexto, se argumentar­á. La gigantesca cruz del Valle de los Caídos, que la extrema izquierda propone dinamitar como hicieron los talibanes con los budas de Bamiyán, pertenece, sí, al contexto histórico de una dictadura que fundamentó su legitimida­d en su victoria en la guerra fratricida. Pero en el contexto actual, el de la España reconocida como una de las mejores democracia­s del mundo, ¿qué significac­ión tiene la cruz de Cuelgamuro­s sino el de coronar el mayor osario de la contienda, con víctimas de uno y otro bando, como recordator­io de las terribles consecuenc­ias de los discursos del odio y la necesidad de expulsarlo­s para siempre de nuestra vida política y social?

La misma cruz de los caídos de Aguilar de la Frontera se reconvirti­ó hace años en un memorial de todas las víctimas de la Guerra Civil, gracias a una iniciativa socialista respaldada por unanimidad por el ayuntamien­to, gobernado entonces por los comunistas. Creo que es un buen ejemplo de que en la España democrátic­a la Cruz puede alzarse con naturalida­d como el símbolo de la «paz, piedad, perdón» que quería Manuel Azaña, cuyos restos descansan hoy bajo una, igual que los de Francisco Franco.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain