Mucho más que una Liga
Al final hubo escenas rechazables de parte del primer equipo abrazado a su afición sin mascarillas ni precauciones
Llegaron a Valladolid desde el último rincón de Madrid▶ indios de Fuenlabrada, de Boadilla, de Carabanchel y de Hortaleza, como ese Zapatones que todos supimos querer. Llegaron de todas las partes de España▶ colchoneros de Zamora, de Asturias, de Cáceres y hasta de Quito, esquina con Coslada. La capital castellana se tiñó de rojiblanca desde primera hora de la mañana y a partir del mediodía ya no había quien parara por las calles. Vinieron en coche, en tren y supongo que más de uno volverá andando para cumplir promesas precipitadas. La afición atlética es muy heterogénea y aparentemente no les une nada. Pero solo aparentemente. Si escarbas un poco, hay un hilo invisible que une a todas esas almas, y es un hilo de pasión, de intensidad, de cierto fatalismo y de un romanticismo difícil de explicar. Se veían en cientos de familias que recorrían la ciudad con planos en la mano, visitando iglesias como excusa para poder seguir rezando, pero dentro de contexto. Se veía en las parejas, que se abrazaban como si el mundo fuera a acabar hoy mismo, en todos los grupos de amigos que hacían como que no pasaba nada e incluso en algunos hombres solos vagabundeando por la calle Santiago, con la mirada perdida y una dosis extra de estatinas en el bolsillo. Todos con media sonrisa, una bufanda al aire y una camiseta pasada de moda con el nombre de Caminero, de Agüero, de Diego Costa. Todos cantando por Luis Aragonés o por aquel otro ‘u-ru-gua-sho’, recordando el Manzanares y el viejo Calderón. Todos con amuletos y con estampitas del Cholo como Jesús de Medinaceli. Todos con una cerveza en la mano y todos con el corazón en un puño. Porque, digan lo que digan, el miedo se olía desde el Alto de los Leones. El Pupas es el Pupas y si hay un equipo capaz de llegar a la última jornada con la Liga en el bolsillo y perderlo todo en la mano final ese es el Atlético. Y si alguien lo sabe, es su afición, que intentaba sobreactuar confianza en la Plaza Mayor de Valladolid, pero la procesión iba por dentro. Así que en público, ni una
Fiesta Valladolid se tiñó de rojiblanca y al mediodía ya no había quien parara por
las calles
duda de la victoria, silencio, prietas las filas y fuera los gafes. Pero en privado, en la barra de los bares, en los baños del Café del Norte y en las oficinas de turismo, la cosa era muy distinta y todos reconocían discretamente el pavor, el miedo total y absoluto, el recuerdo de fantasmas y de tantas noches parecidas en las que la pelotita no quiso entrar.
Un llanto global
Solo que esta vez sí que quiso. Miles de personas rompieron la garganta al unísono tras el gol de Luis Suárez que, a la postre, daría al Atletico su Liga número 11. Miles de personas fuera de un estadio vacío, con un enorme cordón policial y pendientes de un móvil que algunos preferían ni mirar. Gente llorando, gente rezando y sobre todo abrazos, muchos abrazos, de padres a hijos, de niños a sus peluches, de novios a novias, de amigos a amigos y, para qué vamos a concretar, de atléticos a atléticos, de todas las edades, razas y condiciones. Todos juntos en el aparcamiento del Nuevo Zorrilla tras una pancarta en la que se leía «Que este año seas campeón». Y así fue. Campeones. Y después, se lo pueden imaginar. A pesar de las escenas vergonzosas de parte del primer equipo abrazado a su afición sin mascarillas ni precauciones, a pesar de algún petardo peligroso, a pesar de gritos sin clase y fuera de lugar contra el Pucela, un llanto global, ese llanto que surge como un trueno cuando todo sale bien tras vivir con demasiada presión y un miedo insoportable. Besos al cielo, bufandas al aire y, al final de la escena, un hombre solo que, roto de alegría y empapado en lágrimas, besa el carnet de su padre, fallecido hace un año en pandemia. Dice que se lo debía. Y todavía hay algunos que piensan que esto es solo fútbol.
tra vez el genio de la lámpara. Como hace siete años le pedimos un deseo▶ otra Liga en el último instante. Octavo título desde que mudó su 14 a la espalda por el traje negro, elegante, formal e inquietante, corriendo la banda, agitando los brazos para indicar el camino. Aunque en ocasiones parezca peronismo, lo del Cholo con los hinchas no es más que un pellizco de magia. Simeone suma su título número ocho desde que reapareciera entre nosotros en diciembre de 2011. Partido a partido («soy un cabeza dura», dijo ayer emocionado) no ha movido los pies de una idea que ahora utilizan consejeros delegados, directivos, jefes de departamentos, escuelas de negocio, o deportistas de élite y por supuesto
OConexión Aunque parezca peronismo, lo del
Cholo con los hinchas no es más que un pellizco
de magia