Lukashenko se arroja en brazos de Putin tras el secuestro del vuelo de Ryanair
▶ Tras una larga historia de desencuentros, los dos gobernantes se unen para mostrar su poder ante las sanciones de los países occidentales
Tras años de desavenencias, el bielorruso Lukashenko se reunió ayer en Sochi con su colega ruso, Putin, para solicitar su apoyo tras el escándalo mundial producido por su decisión de secuestrar un vuelo internacional.
El presidente ruso, Vladímir Putin, y su homólogo bielorruso, Alexánder Lukashenko, se reunieron ayer en la ciudad balneario de Sochi por tercera vez en lo que va de año. En las dos veces precedentes, la anterior fue en Moscú, no se anunció ningún acuerdo. Tampoco suele avanzarse el contenido de los temas a tratar sobre la mesa.
Ni siquiera ayer, pese a que el aterrizaje forzoso del avión de Ryanair el domingo por una alerta de bomba que resultó falsa y cuyo objetivo no era otro que arrestar al bloguero Román Protasévich y a su pareja, la rusa Sofía Sapega, deberían ser indudablemente los temas centrales de las conversaciones. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, estuvo ayer todo el día repitiendo que Putin y Lukashenko tocarían asuntos de carácter económico y que, «probablemente», hablarían de lo sucedido con el avión de Ryanair y también de Sapega y su derecho a un «juicio justo». La reunión se había previsto antes de que saltara el escándalo internacional por la detención de Protasévich. Pero todo quedó ayer diluido en el contexto de una reunión secreta para abordar asuntos de Estado de máxima importancia.
Nada más comenzar ayer la cumbre, Lukashenko prometió mostrar a su colega ruso algunos documentos relacionados con el secuestro del avión. Denunció «intentos de desestabilizar la situación en el país con nuevas protestas». Putin, por su parte, calificó el revuelo mundial en torno al incidente aéreo de «emociones desbocadas» y quiso dejar claro que, al margen de ello, «hoy tenemos de qué hablar».
En declaraciones a la radio Eco de Moscú, el politólogo bielorruso Valeri Karbalévich señala que «los verdaderos motivos del encuentro no saldrán a la luz». «No creo que se puedan esperar decisiones importantes o declaraciones cruciales. Pienso que la reunión terminará de la misma manera que las dos anteriores de este año. Es decir, no se proporcionará información sustancial sobre la esencia de las negociaciones», considera el politólogo. A su juicio, entre los dos jefes de Estado «existe una negociación complicada sobre temas muy importantes, pero, por ahora, no quieren sacarlos al espacio público». Karbalévich, cree que «si los servicios de prensa proporcionan alguna información será en términos generales, sobre cuestiones de cooperación, energía o integración». Efectivamente, así fue la nota distribuida por el Kremlin. Sobre el fondo del asunto, la cuestión que Moscú no ha logrado resolver todavía es la permanentemente aplaza
da creación del «Estado unitario» ruso-bielorruso, que, de culminarse, sería una anexión encubierta de Bielorrusia. Los motivos que persigue Putin son de índole defensiva, ya que controlaría el corredor que conduce a Polonia dejando al norte a las repúblicas bálticas y con Ucrania en la parte sur.
Todos ellos son miembros de la OTAN o afines. La ventaja para el Kremlin sería no sólo estratégica sino de imagen ante su propia población al mostrar que Rusia dominaría Crimea, el este de Ucrania, parte de Georgia y Bielorrusia. Las ventajas que obtendría Minsk serían económicas, comerciales, acceso a créditos, refinanciación de la deuda, además de petróleo y gas baratos. Lukashenko, el promotor inicial de la unión ruso-bielorrusa, terminó dándole la espalda a Moscú, hasta el punto de que en Rusia son muchos los que creyeron que el proyecto no era más que una estratagema para obtener prebendas sin la menor intención de ceder soberanía.
Estado unitario
Lukashenko y el predecesor de Putin, Borís Yeltsin, rubricaron pomposamente en el Kremlin, el 8 de diciembre de 1999, el acuerdo para la creación de un Estado unitario, era el cuarto documento tras tres intentos anteriores que no fructificaron. Preveía la creación de una estructura confederal con una misma política económica y de defensa y con una moneda única.
La firma estuvo precedida de una gran polémica por parte de quienes temían en Rusia unirse a un Estado dirigido por un déspota como Lukashenko y también por los nacionalistas bielorrusos que rechazaban volver a formar parte del «imperio ruso». La idea, una vez pactadas todas las cuestiones de índole política, jurídica y económica, era reformar la Constitución de ambos países y aprobar el documento final en sendas consultas populares. Pero el proyecto quedó inconcluso. Eso sí, con algunos avances. Tomando como referente la Unión Europea, crearon un espacio económico común y eliminaron los controles fronterizos y aduaneros, que después terminaron restableciéndose. Moscú, no obstante, impuso un embargo a algunos productos bielorrusos, a la carne por ejemplo, no quiso bajar el precio del petróleo y del gas a su vecino y tampoco reestructurar su deuda.
Varios factores degradaron ya antes las relaciones entre los dos países: el rechazo del presidente bielorruso a privatizar sus empresas estatales a favor de corporaciones rusas, la negativa a reconocer a Crimea como territorio ruso, el acercamiento de Minsk a Occidente y, como consecuencia de ello, la eliminación del visado para los ciudadanos de la Unión Europea y Estados Unidos en visitas cortas a Bielorrusia. Rusia acusó además repetidamente a Lukashenko de beneficiarse de las sanciones de la UE a Moscú, utilizando las ventajas de la zona de libre comercio con Rusia para convertirse en lugar de tránsito de las mercancías vetadas.