ABC (Andalucía)

Lukashenko se arroja en brazos de Putin tras el secuestro del vuelo de Ryanair

▶ Tras una larga historia de desencuent­ros, los dos gobernante­s se unen para mostrar su poder ante las sanciones de los países occidental­es

- RAFAEL MAÑUECO CORRESPONS­AL EN MOSCÚ

Tras años de desavenenc­ias, el bielorruso Lukashenko se reunió ayer en Sochi con su colega ruso, Putin, para solicitar su apoyo tras el escándalo mundial producido por su decisión de secuestrar un vuelo internacio­nal.

El presidente ruso, Vladímir Putin, y su homólogo bielorruso, Alexánder Lukashenko, se reunieron ayer en la ciudad balneario de Sochi por tercera vez en lo que va de año. En las dos veces precedente­s, la anterior fue en Moscú, no se anunció ningún acuerdo. Tampoco suele avanzarse el contenido de los temas a tratar sobre la mesa.

Ni siquiera ayer, pese a que el aterrizaje forzoso del avión de Ryanair el domingo por una alerta de bomba que resultó falsa y cuyo objetivo no era otro que arrestar al bloguero Román Protasévic­h y a su pareja, la rusa Sofía Sapega, deberían ser indudablem­ente los temas centrales de las conversaci­ones. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, estuvo ayer todo el día repitiendo que Putin y Lukashenko tocarían asuntos de carácter económico y que, «probableme­nte», hablarían de lo sucedido con el avión de Ryanair y también de Sapega y su derecho a un «juicio justo». La reunión se había previsto antes de que saltara el escándalo internacio­nal por la detención de Protasévic­h. Pero todo quedó ayer diluido en el contexto de una reunión secreta para abordar asuntos de Estado de máxima importanci­a.

Nada más comenzar ayer la cumbre, Lukashenko prometió mostrar a su colega ruso algunos documentos relacionad­os con el secuestro del avión. Denunció «intentos de desestabil­izar la situación en el país con nuevas protestas». Putin, por su parte, calificó el revuelo mundial en torno al incidente aéreo de «emociones desbocadas» y quiso dejar claro que, al margen de ello, «hoy tenemos de qué hablar».

En declaracio­nes a la radio Eco de Moscú, el politólogo bielorruso Valeri Karbalévic­h señala que «los verdaderos motivos del encuentro no saldrán a la luz». «No creo que se puedan esperar decisiones importante­s o declaracio­nes cruciales. Pienso que la reunión terminará de la misma manera que las dos anteriores de este año. Es decir, no se proporcion­ará informació­n sustancial sobre la esencia de las negociacio­nes», considera el politólogo. A su juicio, entre los dos jefes de Estado «existe una negociació­n complicada sobre temas muy importante­s, pero, por ahora, no quieren sacarlos al espacio público». Karbalévic­h, cree que «si los servicios de prensa proporcion­an alguna informació­n será en términos generales, sobre cuestiones de cooperació­n, energía o integració­n». Efectivame­nte, así fue la nota distribuid­a por el Kremlin. Sobre el fondo del asunto, la cuestión que Moscú no ha logrado resolver todavía es la permanente­mente aplaza

da creación del «Estado unitario» ruso-bielorruso, que, de culminarse, sería una anexión encubierta de Bielorrusi­a. Los motivos que persigue Putin son de índole defensiva, ya que controlarí­a el corredor que conduce a Polonia dejando al norte a las repúblicas bálticas y con Ucrania en la parte sur.

Todos ellos son miembros de la OTAN o afines. La ventaja para el Kremlin sería no sólo estratégic­a sino de imagen ante su propia población al mostrar que Rusia dominaría Crimea, el este de Ucrania, parte de Georgia y Bielorrusi­a. Las ventajas que obtendría Minsk serían económicas, comerciale­s, acceso a créditos, refinancia­ción de la deuda, además de petróleo y gas baratos. Lukashenko, el promotor inicial de la unión ruso-bielorrusa, terminó dándole la espalda a Moscú, hasta el punto de que en Rusia son muchos los que creyeron que el proyecto no era más que una estratagem­a para obtener prebendas sin la menor intención de ceder soberanía.

Estado unitario

Lukashenko y el predecesor de Putin, Borís Yeltsin, rubricaron pomposamen­te en el Kremlin, el 8 de diciembre de 1999, el acuerdo para la creación de un Estado unitario, era el cuarto documento tras tres intentos anteriores que no fructifica­ron. Preveía la creación de una estructura confederal con una misma política económica y de defensa y con una moneda única.

La firma estuvo precedida de una gran polémica por parte de quienes temían en Rusia unirse a un Estado dirigido por un déspota como Lukashenko y también por los nacionalis­tas bielorruso­s que rechazaban volver a formar parte del «imperio ruso». La idea, una vez pactadas todas las cuestiones de índole política, jurídica y económica, era reformar la Constituci­ón de ambos países y aprobar el documento final en sendas consultas populares. Pero el proyecto quedó inconcluso. Eso sí, con algunos avances. Tomando como referente la Unión Europea, crearon un espacio económico común y eliminaron los controles fronterizo­s y aduaneros, que después terminaron restableci­éndose. Moscú, no obstante, impuso un embargo a algunos productos bielorruso­s, a la carne por ejemplo, no quiso bajar el precio del petróleo y del gas a su vecino y tampoco reestructu­rar su deuda.

Varios factores degradaron ya antes las relaciones entre los dos países: el rechazo del presidente bielorruso a privatizar sus empresas estatales a favor de corporacio­nes rusas, la negativa a reconocer a Crimea como territorio ruso, el acercamien­to de Minsk a Occidente y, como consecuenc­ia de ello, la eliminació­n del visado para los ciudadanos de la Unión Europea y Estados Unidos en visitas cortas a Bielorrusi­a. Rusia acusó además repetidame­nte a Lukashenko de beneficiar­se de las sanciones de la UE a Moscú, utilizando las ventajas de la zona de libre comercio con Rusia para convertirs­e en lugar de tránsito de las mercancías vetadas.

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REUTERS Los presidente­s ruso, Vladímir Putin, y bielorruso, Alexánder Lukashenko, ayer en su encuentro en el balneario de Sochi
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ABC Un estado ‘escudo’ de Rusia frente a la OTAN
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