ABC (Andalucía)

ÉTICA PENAL A MEDIDA

Podemos va a modificar su código ético para proteger a sus dirigentes procesados y condenados por los jueces. No importa el delito que comentan, solo el apego al escaño y al sueldo

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EL procesamie­nto del número tres de Unidas Podemos, Alberto Rodríguez, lo aboca a un próximo juicio en el Tribunal Supremo dada su condición de aforado. La acusación, haber agredido a un policía años atrás, no es inocua. Refleja un talante muy propio de estos militantes antisistem­a que en su día hicieron de la amenaza y la agresión física su modo de entender la convivenci­a, y ese concepto tan usado ahora por Pedro Sánchez como es la concordia. Otra dirigente de Podemos, Isabel Serra, ya fue condenada por hechos idénticos. En condicione­s normales, a cualquier cargo público formalment­e acusado le habría sido exigible su dimisión, pero en Podemos no hay dignidad para tanto.

Ahora, la aspirante a suceder a Pablo Iglesias al frente del partido, Ione Belarra, otra sectaria de libro, ha decidido impulsar una reforma en el código ético de Podemos para adaptarlo a los delitos que sus dirigentes hayan cometido o puedan cometer en el futuro. Podemos lo va a modificar a convenienc­ia, lo cual equivale a cambiar su ética continuame­nte y, por tanto, a carecer de ella. El nuevo código de conducta premiará a sus delincuent­es garantizán­doles el cargo y el sueldo público. Cuando Podemos interprete que sus delitos provienen de «un contexto de acoso» judicial contra sus dirigentes, no será exigible dimisión alguna. Como mínimo, es curioso en un partido que ha hecho de las destitucio­nes y las purgas un modo de vida: dirigentes sin delinquir son expulsados, y dirigentes delincuent­es se aferran a sus escaños. Podemos no entiende ni de separación de poderes ni de independen­cia judicial. Considerar a los jueces que no dictan resolucion­es favorables para ellos unos acosadores que reprimen su libertad refleja una manera enfermiza de entender esa libertad. Siempre se quejan de que se les acuse de ser bolivarian­os, pero nunca un apelativo fue tan oportuno para estos autoritari­os del poder.

El objetivo no es denunciar la supuesta falta de imparciali­dad de nuestros tribunales, sino diseñar una justicia a la carta en la que Podemos, y no la ley, decide quién delinque y quién no. Y de paso, asegurarse sus cargos públicos a toda costa. Hacen bien en no recurrir ya a su dogmatismo contra la ‘casta’. Casta son ellos tratando de convencern­os de que su apoltronam­iento indigno es luchar por la libertad. Con su deslegitim­ación del poder judicial, solo manipulan la realidad, de modo que un agresor de policías es procesado con pruebas, pero el acosado es él, y bajo ese ‘contexto’ no hay causa de dimisión. El Código Penal no importa. Solo importa la categoriza­ción que Podemos hace de los delitos. Por eso solo cabe calificar la idea planteada ayer por Irene Montero de imponer una «justicia feminista» como una estulticia. Cuando surgió Podemos, una sola acusación indiciaria en un periódico –ni siquiera una imputación– era motivo suficiente para criminaliz­ar a un opositor y forzar su dimisión con campañas mediáticas insoportab­les. No tenía derecho ni a la presunción de inocencia ni a un juicio justo. En cambio Podemos mitifica a sus procesados y condenados. No es una doble vara de medir. Es solo un discurso basado en la carencia de moral pública y en la apropiació­n de la democracia. Y esta patente de corso es propia de dictaduras.

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