Me inmolaré contigo, presidente
A ratos nuestra política está cobrando ya un puntillo cómico
LOS de mi quinta nos educamos con los tebeos barceloneses de Bruguera. Adorábamos a aquel superviviente nato llamado Mortadelo, tan español él, siempre con la taimada lisonja del ‘amado jefe’ en la boca. El pelotilleo es un clásico, que por desgracia sigue funcionando. En realidad se trata de una práctica anticuada y contraproducente para empresas y gobiernos, pues prima el servilismo por encima de la competencia. Pero pervive, porque a todos nos gusta que nos masajeen el ego y nos mientan con hipérboles sobre nuestras limitadas capacidades. Como decía con fina sorna un gran empresario español sobre uno de sus ejecutivos: «Pérez es un pelota, sí. Pero te la hace tan bien...».
De chaval trabajé en alguna empresa donde la labor estelar de los directivos consistía en granjearse el favor del dueño con grandes justas donde se rivalizaba por ver quién le hacía más la rosca. Un día en una comida casi se me cae el tenedor al suelo al ver a su mano derecha arrastrándose en los brindis con esta proclama: «Jefe, ¡el día que tú mueras moriré contigo!». Hasta al propio pelotilleado se le puso cara de flipe. No había vuelto a escuchar un alarde similar hasta esta semana en el Parlamento, con las sentidas promesas de fidelidad sanchista de Iván Redondo, asesor en jefe y vicepresidente ‘de facto’: «Me tiraría por un barranco por el presidente», «voy a estar con él hasta el final».
Si fuésemos malos, y no lo vamos a ser, recordaríamos que el último gran gurú de la propaganda que se suicidó por su líder fue Joseph Goebbels en el claustrofóbico búnker de Berlín. Hay ejemplos más honorables, por supuesto. El Taiheki japonés, la crónica de la gran pacificación del siglo XIV, recoge dos millares de casos de suicidios por honor de samurais que se hacían el ‘seppuku’ por lealtad. Volvió a ocurrir cuando la Segunda Guerra Mundial se les puso cuesta arriba. Pero como profetizó Dylan, los tiempos han cambiado y, francamente, acudir a un Parlamento en 2021 a proclamar que te inmolarás por tu jefe es una patochada, que denota un culto a la personalidad de ribetes cómicos, un homenaje involuntario a los viejos tebeos de Bruguera. Especialmente cuando el agasajador trabajó con igual devoción –y previo pago– para tres dirigentes del PP.
Tras la proclama redondista late la concepción de la política un tanto adolescente que distingue a este Gobierno. No existen credos salvíficos con soluciones para todo, como la nueva religión laica del ‘progresismo’. Tampoco grandes timoneles providenciales. Para gobernar un país razonablemente poco más se necesita que trabajar mucho y con método, respetar el marco jurídico e institucional, recurrir a gente bien preparada y mantener una fiscalidad razonable, que no derive en una losa confiscatoria. No se requieren desbarres líricos, ni epopeyas de cartón piedra.
Un consejo amical: si las urnas se tuercen, guárdese el buen Iván de su discípulo. El gran Séneca fue el preceptor de Nerón y ya sabemos como acabó, allá en el año 64: exangüe por su propia mano en una bañera para escapar del rencor de aquel al que tanto había tutelado.