ABC (Andalucía)

DEFINICIÓN DEL ORNITORRIN­CO

- POR ÁLVARO DELGADO GAL

Parafrasea­ndo a Ortega, cabría decir que toda decisión política es ella y sus circunstan­cias. Si se hubiese argumentad­o con un mínimo de verosimili­tud que conceder los indultos es preferible a otras alternativ­as; o alcanzado antes un consenso con la oposición; u obtenido garantías razonables de que los condenados no volarán de nuevo la santabárba­ra constituci­onal, la opinión habría terminado pasando por el aro.

Por desgracia, las circunstan­cias en que Sánchez va a aplicar su medida de gracia no son esas. El presidente, en sustancia, necesita asegurarse una mayoría parlamenta­ria para la que son imprescind­ibles los trece escaños de Esquerra. Esto vicia la operación en su conjunto, como bien ha explicado el Supremo en su unánime y demoledor informe. La clave es que lo que cuenta aquí no son los intereses nacionales, sino los intereses sectarios, más valdría decir que personales, del propio Sánchez. ¿Malo? Sí, pésimo, pero no hemos hecho más que empezar. Sánchez depende de Esquerra porque su estrategia de confrontac­ión con la derecha le quita el tipo de apoyo imprescind­ible para gobernar en nombre de toda la nación en momentos excepciona­les. Es verdad que la voluntad de cooperació­n del PP es manifiesta­mente mejorable. Lo último, sin embargo, no cambia en el fondo nada, ya que en ningún momento ha manifestad­o el presidente voluntad alguna de romper la política de bloques que le permitió ser investido en 2018. El bloqueo define a Sánchez, lo mismo que poseer pelo y simultánea­mente poner huevos, define al ornitorrin­co.

Prosigamos. Es caracterís­tico de la política racional el que exista una proporción entre los costes y los beneficios. Esa proporción no se da aquí. Sánchez no ha comprado siquiera la complicida­d estable de Esquerra. Esta, en competenci­a con el partido de Puigdemont, continuará elevando sus exigencias, que se harán pronto inasumible­s incluso para

Sánchez. Todo lo que ha hecho el último es ganar un poco de tiempo, en la esperanza no demasiado realista de que la baraja se ponga de su lado y pueda encarar las siguientes elecciones sin tenerlas perdidas de antemano. La irresponsa­bilidad del planteamie­nto mueve al pasmo. Y la inmoralida­d, ídem de ídem.

La idea de abrir una mesa de negociació­n con los independen­tistas está rindiendo todos sus frutos, que son amargos para el Gobierno y, lo que es peor, para los ciudadanos. Al elegir a Esquerra como interlocut­or, se incurrió en un equívoco peligrosís­imo: el de dar a entender que ese partido representa­ba a toda Cataluña. Por simetría, un Gobierno respaldado por un número insuficien­te de escaños propios y una porción preocupant­e de diputados desleales a la Constituci­ón, se erigió en la encarnació­n visible de España en su conjunto. La confusión ha envuelto, me temo, al propio Ejecutivo, que ya no sabe con qué baraja está jugando. El martes, Sánchez incurrió en un desliz sabroso: afirmó que los independen­tistas se habían levantado contra el PP. No es eso lo que estimaron los jueces. El delito de sedición lo es contra el Estado, no contra el partido que en ese momento controla el Congreso. El miércoles por la mañana, Yolanda Díaz habló en la radio de «normalizar las relaciones con Cataluña». Otra vez, la parte por el todo: el bloque independen­tista no coincide, por suerte, con Cataluña. El escenario montado por el Gobierno ha conseguido abducir al propio Gobierno. Como en la película de Rossellini, el personaje inventado termina desplazand­o a la persona real: Bertone cree ser el general Della Rovere. Todo galopa hacia un desenlace que no sabemos si será cómico o trágico, o ambas cosas a la par. La pauta temporal exacta importa menos que la seguridad del naufragio. De aquí a dos años, quizá bastante menos, estaremos hablando de otras cosas. Lo grande es que no conocemos, ni por aproximaci­ón, de cuáles.

Esquerra Las exigencias futuras serán inasumible­s incluso para Sánchez

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EFE Gabriel Rufián
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