DEFINICIÓN DEL ORNITORRINCO
Parafraseando a Ortega, cabría decir que toda decisión política es ella y sus circunstancias. Si se hubiese argumentado con un mínimo de verosimilitud que conceder los indultos es preferible a otras alternativas; o alcanzado antes un consenso con la oposición; u obtenido garantías razonables de que los condenados no volarán de nuevo la santabárbara constitucional, la opinión habría terminado pasando por el aro.
Por desgracia, las circunstancias en que Sánchez va a aplicar su medida de gracia no son esas. El presidente, en sustancia, necesita asegurarse una mayoría parlamentaria para la que son imprescindibles los trece escaños de Esquerra. Esto vicia la operación en su conjunto, como bien ha explicado el Supremo en su unánime y demoledor informe. La clave es que lo que cuenta aquí no son los intereses nacionales, sino los intereses sectarios, más valdría decir que personales, del propio Sánchez. ¿Malo? Sí, pésimo, pero no hemos hecho más que empezar. Sánchez depende de Esquerra porque su estrategia de confrontación con la derecha le quita el tipo de apoyo imprescindible para gobernar en nombre de toda la nación en momentos excepcionales. Es verdad que la voluntad de cooperación del PP es manifiestamente mejorable. Lo último, sin embargo, no cambia en el fondo nada, ya que en ningún momento ha manifestado el presidente voluntad alguna de romper la política de bloques que le permitió ser investido en 2018. El bloqueo define a Sánchez, lo mismo que poseer pelo y simultáneamente poner huevos, define al ornitorrinco.
Prosigamos. Es característico de la política racional el que exista una proporción entre los costes y los beneficios. Esa proporción no se da aquí. Sánchez no ha comprado siquiera la complicidad estable de Esquerra. Esta, en competencia con el partido de Puigdemont, continuará elevando sus exigencias, que se harán pronto inasumibles incluso para
Sánchez. Todo lo que ha hecho el último es ganar un poco de tiempo, en la esperanza no demasiado realista de que la baraja se ponga de su lado y pueda encarar las siguientes elecciones sin tenerlas perdidas de antemano. La irresponsabilidad del planteamiento mueve al pasmo. Y la inmoralidad, ídem de ídem.
La idea de abrir una mesa de negociación con los independentistas está rindiendo todos sus frutos, que son amargos para el Gobierno y, lo que es peor, para los ciudadanos. Al elegir a Esquerra como interlocutor, se incurrió en un equívoco peligrosísimo: el de dar a entender que ese partido representaba a toda Cataluña. Por simetría, un Gobierno respaldado por un número insuficiente de escaños propios y una porción preocupante de diputados desleales a la Constitución, se erigió en la encarnación visible de España en su conjunto. La confusión ha envuelto, me temo, al propio Ejecutivo, que ya no sabe con qué baraja está jugando. El martes, Sánchez incurrió en un desliz sabroso: afirmó que los independentistas se habían levantado contra el PP. No es eso lo que estimaron los jueces. El delito de sedición lo es contra el Estado, no contra el partido que en ese momento controla el Congreso. El miércoles por la mañana, Yolanda Díaz habló en la radio de «normalizar las relaciones con Cataluña». Otra vez, la parte por el todo: el bloque independentista no coincide, por suerte, con Cataluña. El escenario montado por el Gobierno ha conseguido abducir al propio Gobierno. Como en la película de Rossellini, el personaje inventado termina desplazando a la persona real: Bertone cree ser el general Della Rovere. Todo galopa hacia un desenlace que no sabemos si será cómico o trágico, o ambas cosas a la par. La pauta temporal exacta importa menos que la seguridad del naufragio. De aquí a dos años, quizá bastante menos, estaremos hablando de otras cosas. Lo grande es que no conocemos, ni por aproximación, de cuáles.
Esquerra Las exigencias futuras serán inasumibles incluso para Sánchez