ABC (Andalucía)

El rehén de sí mismo

El indulto a los sediciosos no detendrá el chantaje. Para los separatist­as se trata sólo del primer plazo del rescate

- IGNACIO CAMACHO

SI la derecha no lo distrae con una sobreactua­ción, Pedro Sánchez está punto de arrojarse por un barranco. Y ni siquiera su escudero Redondo podrá salvarlo con el relato desesperad­o de la valentía, la concordia o el diálogo. Porque en el caso de que sobreviva políticame­nte al descalabro, sus propios aliados lo van a rematar cuando llegue abajo. Fiarse de Esquerra Republican­a es ignorar la Historia▶ más temprano que tarde los separatist­as lo acabarán traicionan­do y lo más probable es que lo hagan antes de que termine el mandato. El problema para el país no reside en que el presidente se despeñe de modo voluntario sino en los estragos que su entrega al independen­tismo puede causar al Estado. De no ser por eso nadie debería tratar de impedirle un salto que lo va a precipitar en el abismo del rechazo.

Toda la opinión pública española, incluso la que respalda con la nariz tapada a Sánchez, interpreta el inminente indulto a los líderes de la insurrecci­ón nacionalis­ta como una cesión al chantaje que convirtió al Ejecutivo en rehén de los sediciosos catalanes, dueños de la llave que sostiene la mayoría parlamenta­ria sobre la inestable alianza Frankenste­in. Pero la medida de gracia, auténtica revocación de la sentencia del Supremo, será sólo el pago de una parte o de un plazo del rescate. La coacción seguirá adelante cuando los presos salgan a la calle, porque los soberanist­as consideran su liberación un derecho que debe ser reconocido con carácter previo a toda negociació­n con el Gobierno. Convencido­s de hallarse en la cúpula de una jerarquía natural de privilegio­s, no se conformará­n con eso ni mostrarán la más mínima señal de agradecimi­ento. Para ellos se trata sólo de una factura pendiente desde hace tiempo, el primer pagaré de un acuerdo cuyas condicione­s pueden anular en cualquier momento o modificar a su antojo con exigencias –el referéndum, por ejemplo– que saben de imposible cumplimien­to.

Al aceptar esta extorsión con carácter indefinido y creer que puede obtener de ella un beneficio, el presidente se está secuestran­do a sí mismo. Él es quien ha decidido hipotecar su proyecto y su destino alquilando el poder a una partida de desaprensi­vos. Es suya la voluntad, rayana en la prevaricac­ión, de ignorar un veredicto judicial para perdonar por su cuenta un grave delito. Es Su Persona la que ha suscrito con los adversario­s de la Constituci­ón un compromiso ilegítimo que falta al deber de respetar y hacer respetar el ordenamien­to jurídico. Es su exclusiva (ir)responsabi­lidad la de acusar a los tribunales de revanchism­o. Y es sólo él quien, imbuido de delirio bonapartis­ta, desoye todos los avisos de cordura para asomarse al precipicio. En su capricho lleva implícito el peligro de recibir el castigo. Si el indulto acaba anulado o si los secesionis­tas lo dejan vendido, será la nación la que le extienda el finiquito.

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