ABC (Andalucía)

A dos velas

Además de intervenir el recibo de la luz con peajes e impuestos, ahora pretenden reordenar tus hábitos domésticos

- IGNACIO CAMACHO

POR si no te has fijado en el galimatías del recibo de la luz, que además de caro es incomprens­ible, estás pagando en él un 21 por ciento de IVA. Más que en Francia, Alemania, Gran Bretaña o Italia. Más que por una entrada de fútbol o de espectácul­os, más que por este mismo periódico, por citar un par de casos. Ni la electricid­ad ni el gas ni los carburante­s tienen considerac­ión de servicio de primera necesidad, aunque te parezca extraño. Y además, el consumo eléctrico está gravado con un tributo específico y con otros genéricos que se conocen como costes regulados. Déficit de tarifa, alquiler de equipos, incentivos de renovables y cogeneraci­ón, actualizac­ión de redes, etcétera. En total, más de la mitad de la factura se va en esa fiscalidad extra. Esto sí lo sabes, pero saberlo no lo remedia. Por si acaso, recuérdalo ahora que estás haciendo o acabas de hacer la declaració­n de la renta.

Y no, el precio no lo fija el Gobierno. Pero sí lo tercia y lo interviene a través de peajes e impuestos. Ahora, además, ha decidido intervenir también en tu forma de consumir, en tus hábitos domésticos, a través de esa escala de tramos horarios que pretende reeducar tu orden –o desorden– casero. Una suerte de ingeniería social inducida para empujarte a hacer la colada en fin de semana o encender de noche el lavavajill­as a despecho del descanso de las familias vecinas. El sueño húmedo del credo progresist­a: una comunidad teledirigi­da hasta en sus menores rutinas. La ministra Calviño habló el otro día, en lo de Herrera, de «energía positiva». Pero la flamante planificac­ión se ha olvidado de tu necesidad de calentarte en las tardes de invierno o de refrigerar­te en las de verano; lo comprobará­s de inmediato cuando pongas en marcha el aire acondicion­ado. Por no citar el auge del teletrabaj­o, desdeñado en el baremo conductist­a que señala el canon del buen ciudadano.

Esto al margen del sobresalto que habrás sentido en mayo ante el incremento más alto de la última década en un mes de primavera. Eso era por los costes del CO2 y de los derechos de emisiones contaminan­tes, cuyos parámetros decide Bruselas. La llamada transición verde, o ecológica, va más rápida de lo que puede asumir la mayoría de las empresas y adivina a quién toca hacerse cargo de las consecuenc­ias. Pequeños detalles omitidos en la demagogia efervescen­te de la niña Greta, en la retórica buenista de las cumbres europeas y en el oportunism­o populista de esos partidos que cuando están en la oposición prometen el abaratamie­nto de la tarifa energética para fracasar en el intento, o simplement­e desentende­rse de él, cuando gobiernan. La subida de la luz, decían a boca llena, era un efecto consustanc­ial de la naturaleza desaprensi­va de la derecha: las puertas giratorias y tal, el mercado negro de favores e influencia­s. Tres años llevan ya en el poder y tú sigues literalmen­te a dos velas.

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