Nadie se enfrenta a la realidad
Si reducimos al máximo la complejidad del sistema de pensiones nos encontraremos con dos problemas fundamentales. Uno es que los ingresos no alcanzan a cubrir los gastos y el déficit, que es enorme, crece mes a mes. El otro es que ningún político se atreve a contar la verdad y a proponer los ajuste que son necesarios. Porque un desajuste entre ingresos y gastos solo se arregla si subimos los primeros y/o bajamos los segundos. Pero subir los ingresos es muy perjudicial pues encarecería el empleo, justo cuando necesitamos crearlo en cantidades hipopotámicas. Y bajar los gastos supone un coste social que nadie quiere afrontar.
Los partidos encontraron una fórmula original para hacerlo de manera indolora, que consistió en reunirse en el Pacto de Toledo para ‘mutualizar’ ese coste y repartirlo entre todos. Pero ni aún así. Tras el tiempo transcurrido sin avances ha quedado claro que ningún partido está dispuesto a pagar el ‘escote’ de disgusto social que supondría adoptar las medidas que son imprescindibles. Por eso no se ha reformado nada y el desfase engorda.
Escrivá se sumó a la complacencia. Dijo que la primera parte de la reforma, que nadie quiere acometer pero exige Bruselas, incluirá la actualización de las pensiones con el IPC –más contento social y más agujero económico–, y mejorará la situación de quienes deseen trabajar tras la jubilación a la vez que desincentivará las prejubilaciones. ¿Atrasar la edad de jubilación? ¡No, por Dios!, eso es muy impopular. Se trata solo de acercar la edad real a la legal, pero poco a poco, sin empujones.
Lo que no ha sido capaz de cumplir es su compromiso de eliminar el factor de sostenibilidad. ¿Hay alguien en contra de un factor pensado para sostener el sistema? Pues sí. Muchos. Como los sindicatos. El propio Escrivá dice que este factor –diseñado por el Gobierno Rajoy, que no se atrevió a aplicarlo–, es muy malo y que él va más por la vía de la solidaridad intergeneracional. Ni idea de cómo concretará esa idea tan elevada, pero la espero sin angustia. Pertenezco a las generaciones que deberíamos recibir la solidaridad y no prestarla. Lo que no sé, y eso sí que me preocupa, es cómo recibirán las generaciones actualmente activas, esa nueva exigencia de solidaridad, tras dejarles en herencia un paquete de deuda pública inconmensurable.