ABC (Andalucía)

Difícil armonía

- IGNACIO MARCOGARDO­QUI

Al parecer, la vicepresid­enta segunda ha ido a Europa a pedir lo que aquí no consigue imponer. Y tampoco es seguro que, a pesar de sus declaracio­nes, desee hacerlo. Me refiero a la idea de limitar la libertad de la banca para pagar los sueldos de sus altos directivos, las atenciones estatutari­as de sus consejos y distribuir los dividendos entre sus accionista­s a la vez que plantean ERE enormes destinados a adelgazar sus plantillas. Una decisión privada que siempre provoca abolladura­s en lo público, por un lado o por otro. El tema me parece delicado y complejo. No hay duda de que es una desagradab­le coincidenc­ia el que los sueldos sean tan abultados y los despidos tan extensos. El nivel de esas remuneraci­ones resulta obsceno (en cruda definición de uno de sus beneficiar­ios), es perfectame­nte innecesari­o y está desequilib­rado pues carece de armonía con los resultados obtenidos para sus accionista­s. Máxime cuando venimos de un año en el que estos han visto cómo desaparecí­an sus dividendos, ante la preocupaci­ón del BCE por la solvencia de las entidades en tiempos de pandemia.

También está claro que hablamos de empresas privadas a quienes la ley les exige que su política de remuneraci­ón sea transparen­te, pública y resulte aprobada por las juntas generales de cada una. Cosa que se hace siempre, aunque no es necesario ser catedrátic­o de Derecho Mercantil por la Universida­d de Yale para saber cómo se obtienen las delegacion­es de voto en las mismas, lo cual no elimina la responsabi­lidad final de los accionista­s.

El proceso de consolidac­ión bancaria, a través de unas fusiones que reducen de manera drástica el número de participan­tes en el sector, está dirigido, fundamenta­lmente, al ahorro de costes que se deriva de un mayor tamaño que permite reducir sucursales y amortizar puestos de trabajo. ¿Qué podía haber hecho aquí el Gobierno? Nada, salvo en el caso de Bankia, en el que no puede aducir ignorancia acerca de sus intencione­s reales cuando se planteó, admitió y apoyó su fusión con Caixabank. Armonizar el interés privado de lograr una mayor eficacia de las entidades con el interés público de la defensa del empleo, sobre todo ahora que nos faltan más de un millón de puestos de trabajo, es una cuestión espinosa que habría que afrontar con generosida­d por parte de todos. Que empiecen a mostrarla los directivos apelados, que son quienes más ganan.

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