El halago insultante
Quien llama exiliado a Puigdemont insulta millones de personas
HAY palabras que están rodeadas de historia y sacrificios, de huidas y abusos, de coraje y esperanza. ‘Exiliado’, por ejemplo. Quienes hemos conocido a alguno de ellos, quienes pertenecemos a familias donde los hubo, quienes hemos recibido esa confidencia rara, espontánea, de un exiliado –que siempre suelen ser pudorosos, como una manera de defenderse del dolor que dejan algunos recuerdos– sentimos el respeto que merece esa palabra, el tormento y la angustia que hay detrás del concepto. Y, por eso, cuando cualquier tonto contemporáneo, con la frivolidad que proporciona la estupidez, emplea ese mismo término para referirse a un prófugo de la Justicia, que vive cómodamente, puede que con la involuntaria y fraudulenta aportación de unos contribuyentes a los que odia por no pensar igual que él, y dice que Puigdemont es un exiliado, está insultando a millones de personas que, desde hace siglos, tienen que dejar su pueblo, y huir de la tiranía o de la intolerancia que los persigue, sin saber si, más allá de la frontera, encontrarán la forma de subsistir y no morir de hambre.
Y, cuando cualquier otro tonto contemporáneo equipara en la misma categoría de persecución, racismo y torturas, a un premio Nobel de la Paz como Mandela, y a un secesionista como Junqueras, chirría la semejanza de tal manera que entra en el terreno de la blasfemia social.
Mandela pasó en prisión casi treinta años de su vida, en un país donde la discriminación de las personas negras era perfectamente legal, y las cárceles de los negros y el trato que recibían se parecían a la prisión de Lledoners, donde duerme algunas veces Junqueras, tanto como una vagabunda, harapienta y anciana, se parece a la pubilla. Por cierto, en la Cataluña donde mandan los secesionistas, quienes sufren la discriminación, quienes son segregados, distanciados y marginados –¡incluso los niños en las escuelas!– son los que no son secesionistas y sus hijos. A veces, el halago es tan exagerado, tan hiperbólico, de una desmesura tan desproporcionada que la lisonja, no solamente insulta y desprecia a quienes merecen de verdad esa definición, sino que llena de ridículo al alabado. Transforma la loa en una burla grotesca e irrisoria.