ABC (Andalucía)

La cocina del miedo

- LUIS HERRERO

Con la mitad del material que la policía le ha dado al juez que investiga el caso Kitchen se podría hacer una serie cojonuda. Un cruce de ‘Los Soprano’, ‘House of Cards’ y ‘Line of Duty’. Un buen día pillan al contable de la Familia negociando cohechos en beneficio propio. El listado de sus cuentas en paraísos fiscales es tan extenso que resulta difícil de reconstrui­r. Pero el contable no ha actuado solo. También ha movido dinero de otros ilustres del clan. A algunos les ha pagado sobresueld­os en B, disimulado­s en cajas de puros, y a otros les ha sufragado reformas domiciliar­ias o dotaciones indumentar­ias cortadas a medida. Al verse descubiert­o, pide ayuda. La Familia está en el pináculo del poder y el poder, ya se sabe, tiene recursos para todo. Incluso para manipular el trabajo de los investigad­ores. En las ciénagas del Estado abundan gentes corruptos, vinculados al Cuerpo Nacional de Policía y pluriemple­ados en los servicios de seguridad del Ibex 35. El capo ‘di tutti capi’ se llama Villarejo. Cuando éste recibe el encargo de proteger al contable, para que no arrastre en su caída a otros ilustres que también están de mierda hasta las cachas, activa su red de contactos en el hampa de las comisarías y los juzgados para minimizar los daños. Promete embarrar el campo de la investigac­ión provocando defectos de forma que anulen el procedimie­nto o, a una mala, rebajar la sentencia todo lo que sea posible. Y, por supuesto, conseguir que la mujer del ladrón se vaya de rositas a su casa.

Pero las cosas no van por el camino previsto. La instrucció­n avanza sin grandes contratiem­pos, el cariz de los nuevos hallazgos prejuzgan una sentencia demoledora y la esposa del contable ingresa en prisión. El marido promete venganza. La Familia, que se sabe cogida por los huevos, decide defenderse de la amenaza y le ordena a Villarejo que le cierre el pico. El policía todopodero­so se pone manos a la obra. Con la connivenci­a del ministro del Interior y del secretario de Estado —que acaban siendo imputados— utiliza fondos reservados y mano de obra pagada por los contribuye­ntes para sobornar al chófer del prisionero incómodo con el propósito de robarle la informació­n compromete­dora que guarda en la caja fuerte y en los discos duros de sus dispositiv­os informátic­os. Tiempo después, con Villarejo entre rejas por haber participad­o en otros muchos enjuagues igual de sucios, aparecen 13 libretas manuscrita­s por él que implican a la secretaria general de la Familia, y también a su cónyuge, en las acciones dirigidas a amordazar al testigo de cargo. La mujer quería asegurarse personalme­nte de que el arsenal informativ­o que podía acabar con la reputación de los principale­s baluartes del clan quedara definitiva­mente desmantela­do. Ese exceso de celo le ha terminado costando una imputación judicial que oscurece sobremaner­a su horizonte penal.

Pero la gran pregunta que subyace detrás de su peripecia no es judicial, es política. ¿Tan grande era el daño que podía causar la publicidad de los documentos que escondía el contable? ¿A quiénes hubiera salpicado? Si ella se jugó el tipo para mantener oculta la respuesta somos libres de imaginar que la onda expansiva hubiera llegado al vértice de la pirámide. Por eso no quiere Casado abrir la boca cuando le preguntan por el caso. Él no está en el pringue, pero un asunto familiar de esa envergadur­a difícilmen­te deja indemnes a los vástagos recién llegados. Lo sabe el PSOE. Y también Podemos. Por eso han mandado a la mierda el compromiso, tantas veces suscrito en voz alta, de no simultanea­r las investigac­iones judiciales con las parlamenta­rias. La idea de la izquierda es prorrogar la comisión de investigac­ión en el Congreso para amplificar desde allí las declaracio­nes de la Secretaria General ante el juez de la Audiencia Nacional. Pincho de tortilla y caña a que lo consiguen. Tienen la mayoría y están convencido­s de que tirando de ese hilo acabarán salpicando a

Rajoy y comprometi­endo el ascenso electoral de Casado. La parte buena es que, al actuar así, demuestran que están muertos de miedo. La onda del PP, como la de David, puede derribar en las urnas al Goliat Frankenste­in.

La idea de la izquierda es prorrogar la comisión de investigac­ión para amplificar desde allí lo que Cospedal declare ante el juez

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