El Camino de Santiago se despereza con los primeros peregrinos
Poco a poco la Ruta se anima, como un símbolo de la nueva normalidad que empieza casi a rozarse. En el último mes los caminantes se han multiplicado por cuatro respecto a los primeros meses del año. «Hay más ganas que nunca», dicen
Angélica y Jéremy apuran el café antes de continuar la ruta. Les quedan cuatro días para llegar a Santiago después de un viaje que emprendieron hace ya casi diez semanas en París. Con unos quince kilos de peso cada uno a sus espaldas, tienda de campaña incluida, atravesaron en soledad una Francia confinada por el coronavirus con todos los establecimientos hosteleros cerrados. Al llegar a España y sobre todo a la localidad lucense de Sarria, justo a los cien kilómetros de la catedral exigidos para obtener la Compostela que acredita la peregrinación, empezaron a encontrar algún compañero de viaje. El pasado mes de mayo 4.295 personas recogieron el documento en la Oficina del Peregrino. Ese mismo mes del año 2019, cuando nadie sospechaba que una pandemia mundial iba a descontrolar a todo el planeta; habían sido 46.673 los caminantes.
«No nos compensa abrir»
Desde el final del estado de alarma, el Camino de Santiago ha comenzado poco a poco a animarse. Angélica y Jéremy son los únicos extranjeros que están en la terraza del café bar pensión Ortiz, a unos diez kilómetros de Puertomarín (Lugo). El establecimiento empezó a funcionar hace apenas quince días y por el momento tiene cerrado el albergue. Con las restricciones en los aforos para evitar los contagios solo podrían ocuparse el 30% de las plazas. «Nos caben tres personas y no nos compensa abrir», explica resignado su propietario, Fernando Pérez, mientras prepara unos bocadillos. El último año ha sido duro para su familia que ha tenido que tirar de ahorros para poder sobrevivir. A las 10.30 de la mañana el bar, situado al pie de un sendero por el que un grupo de ciclistas de cierta edad pedalean hacia Compostela mientras reciben los ánimos de los que se han tomado un descanso, parece haber recuperado la normalidad perdida. Varios grupos de Mallorca, Tenerife o Albacete toman un tentempié antes de proseguir la ruta. Ángela se confiesa «enganchada» al Camino. «Hace muchos años que lo hacemos, pero el año pasado no pudimos venir», comenta la mallorquina. «Esto está muy flojo todavía, tiene que haber ambiente porque el Camino da de comer a mucha gente», explica.
Frenar la caída de población
Desde que en al año 1990, el entonces ‘conselleiro’ de Relaciones Institucionales del Gobierno de Fraga, Manuel Vázquez Portomeñe, trazase en unas servilletas de una taberna compostelana las primeras líneas para impulsar el fenómeno Xacobeo, la Ruta se ha convertido en una importante fuente de desarrollo económico para las localidades que atraviesa. El Camino Francés, que entra en España por los Pirineos desde Saint-Jean-Pied de Port a Roncesvalles, aglutina a más de la mitad de los peregrinos. Pero hay otros diez itinerarios diferentes con un total de 4.000 kilómetros que se encaminan a Compostela. Año a año habían ido cobrado también protagonismo.
En 2018 un estudio de la Universidad de Santiago de Compostela certificaba que el Camino ayuda a frenar la pérdida de población en los municipios que atraviesa. Situados en la Galicia rural e interior, la proliferación de albergues, casas rurales, establecimientos hosteleros y todo tipo de servicios para los peregrinos ha evitado que se vacíen. En el caso de Piedrafita do Cebrero, el más destacado, donde el Camino habría recortado en un 30% la caída del censo, y en Sarria, O Pino o Palas de Rey, la contribución habría superado el 10%. La investigación demostró además, que cada euro gastado en el Camino se traduce en un 11% más de riqueza y un 18% más de empleo en relación al desembolsado por un visitante desplazado a la comunidad por razones ajenas a la peregrinación.
El coronavirus ha asestado un duro golpe a la economía de la Ruta Jacobea, pero con la relajación de las restricciones la actividad comienza a desperezarse. «Es la mejor manera de desconectar de esta situación que ha sido tan dura, estamos en la naturaleza y podemos estar todos juntos los amigos», comenta Óscar, un veinteañero jienense que acomete la segunda etapa de su viaje a Compostela junto a cinco compañeros. Víctor y Oriol, suegro y yerno, consideran la Ruta un destino seguro. Resentidos por los kilómetros ya recorridos –«sin dolor no hay gloria», se dice Oriol para reconfortarse rememorando la frase de un mural que acaba de leer en Palas de Rey– han optado por dormir en una habitación individual en casas rurales. «Ayer estábamos nosotros solos en todo el establecimiento», explican. La red de albergues públicos, con los precios más económicos y donde numerosos huéspedes comparten estancia en literas, está todavía cerrada en Galicia. La Xunta ha optado por no reabrirlos para no hacer competencia a los privados y porque la oferta existente es por el momento suficiente. En función de cómo vaya avanzando la situación epidemiológica, el Gobierno gallego irá comunicando si vuelve a ponerlos en marcha.
Las esperanzas, en 2022
Las expectativas de Galicia para este 2021 se han frustrado por culpa del virus. Tras once años, se celebraba un nuevo Xacobeo en el que se anunciaban cifras récord. Hasta 464.000 peregrinos apuntaban las previsiones que llegarían a Compostela, el PIB subiría un 0,9% y se crearían hasta 11.500 puestos de trabajo. Después de que el Papa Francisco permitiese prorrogar el Año Santo, las esperanzas se depositan ahora en el 2022, siempre que el Covid no traiga nuevas sorpresas. En los tres primeros meses del año, marcados por el azote de la tercera ola del coronavirus, los cierres perimetrales y el toque de queda,
NATALIA SEQUEIRO SANTIAGO
las cifras de caminantes han sido paupérrimas. Pero aún con todas las limitaciones, 60 peregrinos recogieron la Compostela en enero, 14 en febrero y 194 en marzo. Hacer el Camino sin aglomeraciones tiene sus ventajas. Para muchos, con la masificación de los últimos años se había perdido parte de su encanto. En la terraza del Bar O Ceadoiro, Maryna toma fuerzas con un pincho de la tortilla que ha hecho famoso al establecimiento entre los peregrinos. Es la única clienta. Natural de Bielorrusia, llegó a España para trabajar en Zaragoza como ingeniera a principios de 2020. Emprendió la Ruta porque necesitaba «aprender a estar sola», confiesa, después de un año difícil en el que se encontró sin familia residiendo en el extranjero. Aunque durante varios meses pudo volver a Bielorrusia, le resultó difícil trabajar desde casa sin el contacto con sus compañeros. A Maryna le queda solo una etapa para llegar a Santiago, pero seguirá hacia Finisterre para «pasar unos días junto al océano». Hace diez jornadas que salió de Astorga y apenas se cruzó con nadie. «Los primeros días son difíciles, pero luego solo quieres andar más y más. Ahora no soy capaz de hacerme a la idea de regresar a mi vida anterior», relata.
Al aire libre
Tan pronto llegó a Sarria, el Camino cambió y le permitió compartir experiencias y conversaciones con otros peregrinos. Entre otros conoció a Salvador y Laura, una pareja de Alicante, que a primera hora de la mañana inicia etapa en Arzúa. «Los primeros 13 kilómetros entre Samos y Sarria los hicimos solos, fue muy bonito, mágico. Después coincidimos en restaurantes o bares con unas 40 personas», explica Salvador. Este año tenían «más ganas que nunca de estar al aire libre» y destacan el «trato espectacular» que reciben allá por donde pasan. «La gente de los negocios está muy contenta de vernos», explican, tras haber pasado la primera parte del año apenas sin clientela. Muchos emprenden el Camino por razones espirituales, por reflexionar sobre los cambios que necesitan sus vidas o simplemente porque «es muy agradable esto, sin más historias», como dice Pedro Ibarra, valenciano de 73 años. Basta con echarse andar, y como explican los extremeños Ángel y Primitiva, «¿Cuál es la causa por la que hago el Camino? La encontraremos en el Camino».