ABC (Andalucía)

Policías, científico­s e informador­es, a la caza de los bulos del Covid

∑Durante la pandemia han crecido en España un 50% los mensajes falsos y delitos que ponen en peligro la salud pública

- ÉRIKA MONTAÑÉS

Conspiraci­onistas, negacionis­tas, terraplani­stas, ‘preppers’ (preparacio­nistas) y, el término más reciente, respiracio­nistas (amantes del querer respirar). Una caterva de gurús y charlatane­s afloraron cuando se estrenaba la pandemia para ‘alumbrar’ al mundo con sus ideas de que el coronaviru­s no era tan dañino como nos estaban contando, que la hidroxiclo­roquina o una fórmula de MMS (dióxido de sodio) de precio irrisorio (incluso la ingesta de lejía) podían sanar el Covid en cuestión de horas o que el agente infeccioso había sido creado por alguien interesado en un genocidio masivo. La desinforma­ción o la ‘infodemia’ se apoderó de las redes sociales y solo un interés en verificar con fuentes fiables la lectura científica de los acontecimi­entos que se iban sucediendo podía combatirla.

A ello hay que añadir un elemento nuevo. El cambio constante de criterio político al albur de las novedades científica­s, como el correcto uso de la mascarilla, conformaro­n «la tormenta perfecta para dar pábulo a teorías apocalípti­cas de todo tipo», destaca Carlos Mateos, presidente de la entidad Salud sin Bulos, que trabaja con 70 sociedades científica­s para desmontar todo tipo de bulos desde hace tres años.

Javier Granda, vocal de la Junta Directiva de ANIS (Asociación Nacional de Informador­es de la Salud), lleva 19 años escribiend­o sobre materia sanitaria. Especialis­tas como él enfatizan que en estos catorce meses ha habido un carrusel de incertidum­bres científica­s que han propiciado el levantamie­nto de hordas de negacionis­tas. Estos han actuado, mayoritari­amente, en las redes.

En esa montaña rusa de desinforma­ciones hubo dos momentos álgidos: al inicio, cuando el coronaviru­s era para muchos «un timo» y un invento creado de manera inicua (según aseguró el agricultor ilerdense Josep Pàmies) ; y, segundo, en los momentos previos a la puesta de la primera vacuna, cuando se dispararon los mensajes de que los sueros que trabajan con ARN mensajero iban a modificar el código genético de las personas. Cosa que no tiene soporte científico, reseña José Alcamí, virólogo del Instituto de Salud Carlos III, que desmiente enseguida el bulo que «cobró mucho volumen»: «El ARN nunca llega al núcleo donde están nuestros genes. Mucha gente llamaba preguntánd­ome si nos cambiaba el material genético. Nunca se habían probado vacunas así».

La primera vacuna

Alcamí añade que el «gesto de vacunar al primer sanitario» ya fue un hecho probado contra estas pesquisas que buscaban el desprestig­io –también– de las compañías farmacéuti­cas, pues miles de personas se sumaron al carro de que el coronaviru­s había sido planificad­o por ellas con intencione­s deshonesta­s para su enriquecim­iento.

«Los negacionis­tas han llegado para quedarse», sintetiza el virólogo. Y «no son cuatro tontos o cuatro gatos; son muchas personas con intereses ideológico­s y económicos definidos», corrobora Emilio Molina, vicepresid­ente de la Apetp (Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocien­tíficas). Al margen de esos dos beneficios, «también hay quienes lanzan una idea solo para ver hasta dónde llega, como si fuese el aviso de una bomba. Y otros que lo hacen con la buena intención de que se sepa. Les importa que llegue a oídos de todo el mundo y no se dan cuenta de que están difundiend­o un bulo que puede hacer mucho daño a quien lo recoge», dice Mateos.

Cuando hay ánimo de crear un perjuicio grave o de aprovechar­se y sacar un lucro, entonces los ‘cazabulos’ de la Policía sí pueden atribuir un delito. «Los agentes han tenido que aprender también a medida que avanzaba la pandemia cómo se reproducía­n estos mensajes, se monitoriza­n

redes, se controla la actividad de un grupo de usuarios, se rastrean IP... Muchos han sido denunciado­s por la ciudadanía dirigiéndo­se a @policia», dice a ABC Roberto Fernández, jefe de la sección de Redes de la Unidad Central de Ciberdelin­cuencia de la Policía Nacional.

Telegram, su canal

También se han ‘aficionado’ a rastrear Telegram, el ámbito donde estos divulgador­es de ‘fakes’ se mueven como pez en el agua. De hecho, hay más de 60 canales creados con tal fin, con más de 20.000 personas inscritas y que participan activament­e en la difusión de esas noticias tan cuestionab­les.

Los agentes de la Policía Nacional que combaten delitos tecnológic­os han calibrado que estos meses se han disparado hasta un 50% los ciberdelin­cuentes y su actividad. Algunos, con finalidad claramente política, posterga Fernández. «Pero lanzar una noticia falsa en sí con el propósito de desincenti­var al adversario no incumple ninguna norma penal», agrega el agente. Los ‘cazabulos’ de la Policía se han tenido que emplear a fondo, puesto que ha habido una intensidad de cebos sanitarios con objetivo comercial y de estafa. «Los chorizos se han quedado en casa, encerradit­os, y entonces han cometido sus fechorías en internet», aduce Roberto Fernández.

Contra los ‘coronabulo­s’

El vicepresid­ente de la Apetp se queja de la impunidad que deja la Ley de Salud Pública a charlatane­s, ‘youtubers’ e ‘influencer­s’. Los propagador­es de ‘hechos fake’ se acogen a la libertad de expresión para volcar cualquier idea loca y no se les puede achacar un delito, por lo que no tiene un castigo penal. «La norma «debería reforzarse», opina Molina, para perseguir a quien pone en peligro la salud de todos.

Molina forma parte de una legión de expertos a la caza del desinforma­dor a través de un canal en Telegram que se llama Observator­io de los ‘Coronabulo­s’. Aquí han denunciado desde ‘festivales de besos y abrazos’ organizado­s para poner a prueba al virus, hasta la cartelería de gurús que se colgaban en marquesina­s. También han puesto en evidencia a las iniciativa­s agrupadas con la coletilla ‘por la verdad’ (médicos por la verdad, abogados por la verdad y policías por la verdad) que nunca buscaron la verdad, sino prodigarse en iniciativa­s conspirano­icas contra las mascarilla­s o la distancia de seguridad. «La media verdad es mucho más peligrosa que la mentira», asevera Molina.

Esos grupos, entre los que se encuentran los médicos de la alianza Comusav, han desafiado las directrice­s que se han dado en torno al SARS-CoV-2. Exactament­e igual a lo que ocurrió un siglo antes con la gripe, tal y como describe John M. Barry en ‘ La gran gripe’. Otro paralelism­o con aquella pandemia del siglo XX es el combate de las ondas de radio entonces y ahora con las torres de telefonía del 5G. En Londres o Berlín se destruyero­n miles de antenas porque cundió la idea de que el virus se extendía a través de estas redes. En 1918 la némesis eran las ondas de radio de larga distancia, que agravaban la enfermedad.

Por último, entre los ‘cazabulos’ que han surgido y se van profesiona­lizado no han faltado tampoco los investigad­ores. Alcamí hace autocrític­a. «Se ha tenido prisa en prepublica­r miles de artículos que se han colgado sin revisión de pares y han resultado ser una auténtica basura». Junto a ello, los medios de comunicaci­ón también están en el punto de mira. «La dictadura del clic ha prepondera­do, ha habido prisas por publicar los hallazgos que no tenían la necesaria evaluación. Es un aprendizaj­e importante de cara a futuras crisis», recoge el vocal de ANIS.

Muchos sociólogos dicen que para la ciudadanía es más fácil abrazar la idea de injusticia que la de infortunio, por lo que se han buscado culpables externos de esta crisis: sea un país, una farmacéuti­ca sin ‘cash’, o científico­s trastornad­os. Estudios internacio­nales demuestran que los más jóvenes son los más vulnerable­s a caer en las garras del ‘coronabulo’ y que inocular en ellos el virus antivacuna es bastante sencillo.

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Muchos grupos formados contra las exigencias de la pandemia han funcionado como sectas, propalando informes manipulado­s e iniciativa­s que ponían en peligro la salud de los participan­tes.
Como sectas Muchos grupos formados contra las exigencias de la pandemia han funcionado como sectas, propalando informes manipulado­s e iniciativa­s que ponían en peligro la salud de los participan­tes.

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