ABC (Andalucía)

Un cumpleaños de impostores

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Cuando me puse a perpetrar, en libro, una semblanza biográfica de Francisco Umbral, allá en los lejanos noventa, requerí al protagonis­ta para que me aclarara su fecha de nacimiento, y así me lo soltó: nací el 11 de mayo, como Cela, o Dalí, porque en esa fecha sólo nacemos genios.

Umbral me mintió, porque en él la mentira era lujuria inevitable. Sí nació el 11 de mayo, como Dalí o Cela, en efecto, pero no en el 1935, sino en el 1932, según yo sospechaba, y luego avalé por otros rumbos. Traigo a los tres, Cela, Umbral, Dalí, hoy, porque hace nada ha ocurrido el cumpleaños de ausentes, y esa hermandad anecdótica, en las fechas, me sugiere una hermandad mayor, la del artista ‘show’, la del artista espectácul­o, que es condición ya extinta. Los tres son trapecista­s del engaño. Umbral ejercía el embuste como un veraneo en las bellas artes, empezando o acabando por el propio día del nacimiento, que ya citamos. Era un empleo la mentira en Cela y también en Dalí, que vivía en la efervescen­cia de la ‘boutade’. Cela sostenía que el mundo no merece la verdad. Umbral me confesó que él no practicaba la impostura a ratos, como imagen del escritor, sino la impostura siempre. Los tres hacen trío de ilustres impostores, con el aspaviento como exigencia y la imaginació­n como susto. No existe, ya, este modelo de escritor, que tiene de abuelo magistral a lord Byron, y a un díscolo solitario del momento en Arturo Pérez Reverte. Yo creo que la imagen de ogro de oficio, en Cela, que daba circo en la tele, o empujaba entrevista­dores a la piscina, ha enturbiado la seriedad de su obra, que toca a veces firmamento­s de apoteosis. Se le mira mal, hoy, a Cela, por estas causas de Nobel de plató, entre otras cosas. Viene a ocurrir lo mismo con Umbral, que es un Dalí de la Olivetti. Pero la maravilla de su prosa sigue alumbrando por ahí, entre la discoteca de adjetivos y la catarata de la metáfora. Dalí acudió al ‘Un, dos, tres’, aquel programa histórico, para el que inventó una calabaza sideral. Decía que la televisión convenía verla sin volumen y con el aparato del revés. Pero salía en la tele. Nuestros impostores vinieron a epatar, y todo lo pusieron perdido del peligro del ingenio. No constan herederos.

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