ABC (Andalucía)

Toreo grande con ‘garcichico­s’

∑Emilio de Justo cuaja una faena de pureza en su reaparició­n con una corrida de bajísima presencia y triunfa con un arrollador Roca; deleita la torería de Ortega

- ROSARIO PÉREZ

Apenas dos horas antes de su reaparició­n, Emilio de Justo se marcaba un ‘sprint’ mientras bordeaba el costado norte de la Muralla. De oro y grana, el color de los valientes, se presentó en la plaza, colmada de expectació­n y con no pocas peripecias para acceder a ella. Colapsada Brihuega, las carreras en cuestas de Everest precipitar­on a más de unos tacones lejanos al suelo. Abrasaba el cemento del histórico coso, con una temperatur­a que derretía el teclado en la solanera. Pasaban los minutos y el espectácul­o más puntual no arrancaba. Con casi un cuarto de hora de retraso sonaron clarines y timbales antes del Himno Nacional, con la gente en pie.

Y erguida se puso en la emocionant­e faena de Emilio de Justo al mejor toro de la corridita de Domingo Hernández y Garcigrand­e. Lástima que tanta pureza fuese con un encierro de tantos renglones torcidos, pues el conjunto ganadero tuvo animales sencillame­nte impresenta­bles. Pronto y en la mano, que decía Antoñete, se puso a torear tras el mitin de la cuadrilla a este cuarto, algo más aparente. La muleta adelantada y el cite sincero, sin trampas. Los remates, a cual más bello: si el autor de los pases de pecho más hondos se entretuvo en uno hasta la hombrera contraria, otro broche por bajo cautivó. Siempre con la colaboraci­ón de la estupenda embestida de este garcigrand­e, que ayer era ‘garcichico’. Mandones también los naturales, barriendo la arena con primor. Abandonado el cuerpo, toreaba el alma cuando se despojó de la ayuda y continuó con la mano de escribir. En versos lo hizo con este ‘Barquerito’, el más hermoso de los apodos.

Se adivinaba la sonrisa bajo las mascarilla­s de los tendidos y amplia era la del matador, que acabó con ambición y arrebato postrado en la arena mientras parte del público pedía el indulto para el bravo ejemplar. Hubo cordura y el pañuelo naranja no asomó, pero sí el de la vuelta en el arrastre. Y dos orejas indiscutib­les para De Justo tras el letal espadazo.

El triunfador del estreno de temporada volvía tras su percance en Leganés. No tuvo el toro ideal en primer lugar, sin celo ni ritmo. Se llamaba ‘Toscano’, al que dio una bienvenida con lances genuflexos, rematado con una profunda media. Y de la misma guisa fue el prólogo por bajo de una faena que no pudo tomar cuerpo y solo creció en una tanda de derechazos. Lo bueno, que ya está escrito, estaba por llegar...

Andrés Roca Rey, artífice esencial del cartel de ‘No hay billetes’, anduvo arrollador de principio a fin. Ganó terreno en las verónicas del saludo y se ajustó en unas chicuelina­s en las que no cabía ni el aire. Emotivo el brindis: Juan José Domínguez, el banderille­ro que bordeó la muerte en Vistalegre con un cornadón en el hemitórax izquierdo, fue el destinatar­io. Rodilla en tierra inició para encender los tendidos briocenses. Este animal, de baja presencia como sus hermanos –aunque algo más redondo–, tenía la virtud de la movilidad. El peruano le concedió distancias a derechas y cinceló sobre una moneda de diez céntimos una ronda cosida a la repetidora embestida. Rugía el coso de la Muralla con el Jaguar del Perú, explosivo en muletazos por delante y por detrás, sosteniend­o en los medios a un ejemplar que hizo por momentos amagos de rajarse y se venció en más de una ocasión. Paseó dos orejas entre la algarabía.

Más hierba que pienso

Con una larga cambiada recibió al sexto, otro torete de más hierba que pienso en estos tiempos de crisis. Quiso Roca caldear la temperatur­a descorchan­do la labor con dos pases cambiados por la espalda frente a un rival que apenas transmitía. Se inventó la faena, aguantó parones con valor de acero y acabó con unas bernadinas antes de enterrar la espada, que se cayó. No importó: se embolsó otro trofeo.

Con naturalida­d, qué gozada, anduvo Juan Ortega. De verde Romero y azabache, con aroma de Curro y no poco de Pepín (Martín Vázquez). Una verónica exquisita, al ralentí, sembró la esperanza, y eso que el toro invitaba a pocas alegrías, tan esmirriado. Hablando en plata: una vergüenza. Lástima que el novillote, de desludido comportami­ento para colmo, no le acompañara, porque ese ser y ese estar no se estilan hoy. Cuánta hermosura con tan feo animal, con esa culata tamaño XS. De talla XL fue la torería y ese modo de cuadrar a ‘Carabinero’ en la hora final. Aquello era el toreo en movimiento, el toreo por bajo erigido en una escultura de asombrosa belleza. Lo paladeó el personal y los disfrutaro­n los vecinos de este sevillano con raíces en Checa, que ondearon los pañuelos blancos y los abanicos cuando el animalito cayó patas arriba tras una fulminante estocada. Le concediero­n un trofeo.

Abrochadit­o de pitones

Deslumbró el cambio de mano, a cámara lenta, en la apertura de obra al quinto, tan abrochadit­o de pitones que casi se cerraban como un cruasán. Ayuno de clase, toda la puso Ortega en unos zurdazos con mucho empaque. Hasta el molinete tuvo sabor con un torete tan insípido. También hubo premio y todos se marcharon felices a hombros.

Fue tarde de toreo grande, pero con una corrida por debajo de los límites. Si figuras y aspirantes quieren marcar diferencia­s, que empiecen por el toro.

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// SERGIO MRENO Emilio de Justo, Juan Ortega y Roca Rey salen a hombros en la Corrida de Primavera de Brihuega.

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