El Juli, con los nudillos arañados, y Aguado, con la cintura rota
El madrileño indulta un toro de Santiago Domecq y triunfa con Aguado en su regreso
SANLÚCAR DE BARRAMEDA (CÁDIZ)
Un toro que va de vuelta a casa, un torero que lleva los nudillos arañados, otro con la cintura dislocada y unos tendidos a punto de derrumbarse de tanta emoción vivida. El año y medio que llevaba Sanlúcar de Barrameda embargada por aquel absurdo metro y medio de distancia se esfumó en cuanto rompió el paseíllo. La ovación duró hasta que el primero salió por los chiqueros. El Himno de España ni se pudo escuchar. Un ambiente tan propicio para el éxito que mereció ser correspondido con embestidas y toreo supremo. Y así ocurrió…
El éxtasis fue total cuando El Juli cogió la franela en tercer turno. El mejor medidor de la bravura para ‘Faraón’, negro mulato, herrado con el número 113 y con 509 kilos. En aquellos doblones iniciales la muleta iba al compás del hocico: todo a rastras. El estaquillador se embadurnaba de albero, el matador sometía y el animal respondía con codicia y entrega. Ese toro no colocaba la cara como los demás. Parecía hasta artificial.
Y cada vez más metido en los terrenos de ‘Faraón’, el matador madrileño empezó a ‘darle comida’ al hociquito. Caricias soñadas que desataban en el animal embestidas al ralentí,. Y la versión más torera y reposada de El Juli aflorando al natural. En cada muletazo daba tiempo a cantar tres o cuatros oles. Los realizadores no tendrán que aplicarle la manida cámara lenta a esta faena. Nadie dudaba de que el indulto llegaría. Aunque le faltase medio tranquito de recorrido, la embestida era suprema. Y asomó el pañuelo naranja.
Previamente había cortado una oreja al primero de la tarde, al que rápidamente recibió a la verónica para continuar
con la ovación que los había recibido, agarrando el capote más corto que nunca. Le faltaba celo al animal, pero Juli lo corregía con la muleta muy en la cara, sin opción de frenado. En quinto lugar se encontró al animal más exigente y desclasado del encierro. Lo puso a prueba. Y más tiempo estuvo con él, imponiendo su dominio.
Del negro al blanco
A Pablo Aguado siempre hay que esperarlo. Capaz de pasar del negro al blanco en lo que dura un muletazo, que en su caso es una eternidad. Y varias eternidades pasaron en su trasteo a ‘Comunero’, que embistió de dulce. Hubo que aguantar hasta este sexto turno para recuperar la ilusión con el sevillano, esa que nunca se debe perder. Reaparecía de su grave cornada de Vistalegre y los fantasmas no se escabullen tan fácilmente. Pero en su caso bastaron dos toros para soltarlos. Y por fin consiguió meterse en los terrenos del toro, donde los animales verdaderamente embisten y se entregan. Lugar en el que Pablo consigue desmayarse, mientras que el animal pasa por su jurisdicción. Al natural y en redondo, Pablo volvió a ser Aguado. Temple, naturalidad y elegancia. Todo en uno. Y la estocada final despejó cualquier duda.