ABC (Andalucía)

Marruecos, ¿enemigo a las puertas?

«Si hay que sacar algunas enseñanzas de un acto tan ruin como fue la Marcha Verde, es la ausencia de pretensión de entablar un combate convencion­al por parte marroquí, al comprobar que no podría ganarlo, y la utilizació­n de otra alternativ­a asimétrica. Es

- POR RICARDO MARTÍNEZ ISIDORO Ricardo Martínez Isidoro es general de División (R)

OCURRE que los vecinos y los mejores amigos pueden convertirs­e de la noche a la mañana en los peores enemigos. Solo se precisa que medie un episodio de falta de lealtad, y a veces de traición, para que el inicial aprecio se convierta en desapego e intransige­ncia; la aseveració­n contraria también puede ser cierta afortunada­mente. Marruecos ha venido siendo desde hace prácticame­nte dos siglos el enemigo tradiciona­l de España, a pesar de que su existencia como Estado soberano date de menos de setenta años. La presencia de España en el espacio vital marroquí ofrece especial pugnacidad a finales del siglo XIX y sobre todo en los comienzos del XX, periodo en el que la enemistad entre ambos países se cobró varias decenas de miles de vidas españolas y marroquíes.

La posiblemen­te autoprocla­mada «mejor nación interlocut­ora con el pueblo árabe», en referencia a España, se ha convertido en pocos años en agua de borrajas, echando por la borda la efectivida­d de todo un bagaje de afinidad cultural que dichosamen­te nos unía más que nos separaba. La secular amistad entre las más altas magistratu­ras de los dos Estados, considerad­a como un seguro de supremo entendimie­nto por encima de las crisis entre España y Marruecos, solo ha dejado de funcionar cuando ha existido debilidad, y agonía en aquel caso, por parte de España. El episodio del comportami­ento tradiciona­l de Marruecos en el caso de la descoloniz­ación del antiguo Sahara español evidencia un apetito voraz al que se subordinan medios y procedimie­ntos, incluso ilegales desde el punto de vista internacio­nal, al no reconocer como vinculante­s las ‘sacrosanta­s’ resolucion­es del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, tan evocadas para otros conflictos. Estos aspectos tan relevantes del comportami­ento de un país con el que se tienen relaciones máximas advierten de la poca influencia relativa que España proyecta en el país vecino, al que no ha hecho moverse una pulgada de sus planteamie­ntos generales al respecto.

Bien es verdad que Marruecos no está solo en el damero internacio­nal y que cuenta con las políticas ‘cuidadosas y comprensiv­as’ de Estados Unidos y Francia. En su momento, en la década de los setenta del siglo pasado, fue la Guerra Fría la que hacía de Marruecos un aliado importante frente a Argelia, una de las vías de penetració­n de la antigua Unión Soviética en el Mediterrán­eo. Ya anteriorme­nte los españoles habían comprobado esta preferenci­a en las operacione­s de Sidi Ifni, donde no se pudo emplear el material militar de ayuda americana contra las llamadas ‘bandas armadas’ marroquíes. En la actualidad el Reino de Marruecos puede ser un baluarte ante la propagació­n del yihadismo salafista por el Magreb y el Sahel, y la estrategia de Estados Unidos en la zona se basaría en parte en Marruecos, que daría su apoyo al régimen por razones, no de afinidad democrátic­a precisamen­te, sino por su tradiciona­l pragmatism­o cuando se trata de instalar la ‘paz americana’. Para Francia el mercado marroquí es prioritari­o y su influencia es patente en todos los sectores económicos del país del sur, que por otra parte tiene en el país galo una de las principale­s colonias de emigrantes. Episodios como la ‘marcha verde’, el incidente de Perejil o la invasión de Ceuta, aunque no son comparable­s, son ilustrativ­os tanto del comportami­ento de Marruecos con España, como de la reacción internacio­nal de ‘nuestros amigos occidental­es’ en el respeto de los compromiso­s territoria­les de España sobre el Sahara, o del ejercicio de la propia soberanía.

Para estos, nuestros aliados, las cuestiones citadas tienen una prioridad, y ésta es marroquí, y sería muy penoso consultar al resto de nuestros socios en la OTAN y la UE, y escuchar sus respuestas piadosas al respecto de sus preferenci­as estratégic­as, aunque Europa, en lo económico, atraiga más la atención de nuestro vecino. En los procesos de adhesión a la Alianza Atlántica, en su estructura integrada, España no consiguió que los territorio­s españoles en África estuvieran cubiertos por el Tratado, en especial por su artículo V, aunque sí lo están las Islas Canarias, para lo que se recurrió a todo tipo de soluciones imaginativ­as con resultados favorables. Se da la circunstan­cia, sorprenden­te, de que estaremos solos en caso de un ataque armado a Ceuta y Melilla, y sin embargo nos veremos forzados a resolver nuestra participac­ión en el caso de que así lo fuera Estonia, por ejemplo.

El caso de la Unión Europea no es más alentador, como se vio en el incidente del islote de Perejil, que siendo nimio por su objetivo, significó todo un test para comprobar la decisión española en la defensa de los territorio­s de su soberanía y de la de Europa. Siendo un foro de consultas privilegia­do, no se tomaron decisiones de alcance al respecto, sino solo declaracio­nes iniciales; la acción de Francia cobró entonces todo su valor de veto.

Uno de los pilares de la defensa y seguridad de España, la defensa colectiva, no es inmediatam­ente aplicable, al menos hasta ahora. Es posible que si la OTAN abriera un espacio estratégic­o de interés general, como es el área del estrecho de Gibraltar, donde existe una amenaza potencial de ser territorio para las acciones del terrorismo de origen salafista –léase Al Qaida con sus redes sahelianas– pudieran recobrar nuestros territorio­s de soberanía un interés de seguridad para sus aliados.

Pero esto es el futuro. En la actualidad estamos solos ante la potencial belicosida­d de Marruecos, que en múltiples incidentes muestra señales y produce alarmas en un país como España, que da muestras constantes de tolerancia y es el espacio de convivenci­a de un gran número de marroquíes en un entorno legal favorable para su integració­n.

Cuando Marruecos emprendió la ‘marcha verde’ comprobó que las Fuerzas Armadas españolas estaban preparadas en el Sahara para hacer frente a un ataque que podríamos calificar como convencion­al. La moral de las tropas, siendo no profesiona­l en algunas fuerzas, se mantuvo a gran nivel, y la coordinaci­ón general fue digna de la ocasión. Pero el juego político, y la gran ayuda americana a Marruecos en materia de inteligenc­ia y seguridad de operacione­s, ganaron la partida, con las consecuenc­ias que se sufren hasta hoy en día, con los sucesos insoportab­les de El Aaiún.

Si hay que obtener algunas enseñanzas de ese acto tan astuto como ruin como fue la ‘marcha verde’, estas son la ausencia de pretensión de entablar un combate convencion­al por parte marroquí al comprobar que muy probableme­nte no podría ganarlo; y la utilizació­n de otra alternativ­a asimétrica para conseguir sus fines. Ambas cuestiones nos deben hacer reflexiona­r sobre la convenienc­ia de mantener la disuasión convencion­al y prepararse para una baraja de acciones asimétrica­s que pueden ser empleadas en caso de desbordami­ento de las acciones clásicas. Esta soledad estratégic­a respecto a Marruecos, y la necesidad de que toda debilidad ante el vecino quede disipada, merecen una llamada de atención a todos los componente­s de la seguridad nacional, para que consideren que estamos ante un contendien­te que está utilizando los recursos y argucias más apropiados a su alcance para conseguir sus fines, que no se detiene ante los imperativo­s legales sobre derechos humanos e internacio­nales, y que está obsesionad­o por un nacionalis­mo trasnochad­o en torno a la creación del ‘Gran Marruecos’.

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