Muere un monstruo
El arcaísmo de la esclavitud y de la infrahumanidad femenina se trocaron en armamento carísimo
BAUDELAIRE, hacia 1863: «Todo periódico, de la primera a la última línea, es un tejido de horrores. Guerras, crímenes, robos, impudicias, torturas…: una borrachera de atrocidad universal. Y con este mareante aperitivo acompaña su desayuno el hombre civilizado cada mañana».
Hora del desayuno: el momento más apacible del día. El mundo no está aún puesto del todo. Perdida en la maraña de noticias menos hoscas y más legibles, sin duda, a estas horas, me retiene una nota de agencia que tal vez no pase a primera página en ninguna prensa europea. «El jefe de Boko Haram, Abubakar Shekau, habría muerto en el curso de los combates contra el Iswap, grupo yihadista rival en África Occidental». El comunicado de sus ejecutores –fracción de Daesh contra fracción de Daesh– explicita que Shekau se habría dado muerte haciendo estallar su chaleco-bomba.
Boko Haram me ha interesado –¿debería escribir ‘fascinado’?– desde que tuve la primera noticia de su existencia. El secuestro de 200 niñas en una escuela al noroeste de Nigeria en 2014 tenía todos los atributos de lo monstruoso. Y el monstruo nos fascina, porque en él nos es dado ver a qué extremos puede llegar ese animal humano al que preferimos ver con ojos benevolentes. Lo inhumano está al acecho siempre en la mente de los hombres; más nos vale entenderlo.
Era la primera irrupción en la gran prensa de una organización que había empezado a operar tres años antes. Algunas niñas acabarían reapareciendo: en estados diversamente humillados. De la mayor parte de ellas no volvió a saberse nunca. Era algo tan monstruoso como absurdo. Eso pensamos entonces. Ahora sabemos que monstruoso, sí. Pero con una monstruosidad altamente rentable. Basta hacer una cartografía de los rincones del planeta en los que el dinero sobra, escasean las mujeres y la esclavitud viene consagrada en la literalidad del libro santo para entender la lógica del modernísimo mercado en el que Boko Haram hizo su fortuna. Y el arcaísmo de la esclavitud y de la infrahumanidad femenina se trocaron, con precisión de reloj suizo, en armamento ultramoderno y carísimo.
Conviene todavía ser cautos. La información, que tomo del diario católico ‘La Croix’, está por confirmar. Y su fuente es el Iswap mismo, que hace albricias del gozoso acontecimiento. Pero, de ser cierta la decapitación de Boko Haram, ¿podemos felicitarnos? Me permito dudarlo. Sus hombres se trasvasarán a la secta vencedora, que monopolizará la franquicia Daesh en la zona. Y, en el manual de Daesh sobre el uso de prisioneras, no hay grandes diferencias: son cosa conquistada y a la disposición del yihadista.
Retorno a Baudelaire, en la segunda mitad del XIX: «Guerras, crímenes, robos, impudicias, torturas…: una borrachera de atrocidad universal. Y con este mareante aperitivo acompaña su desayuno el hombre civilizado cada mañana».