ABC (Andalucía)

«No hablo con mi madre en Xinjiang desde 2018»

Los uigures exiliados en Turquía denuncian la desaparici­ón de sus familias en esta región china por el internamie­nto de musulmanes en campos de reeducació­n

- PABLO M. DÍEZ

nce de enero de 2018. Esa fue la última vez que Jevlan Shirmemmet, joven uigur que estudiaba en Turquía, habló con su madre, Suriye Tursun, en Xinjiang. Ese día, su madre le envió su último mensaje de voz: «Estudia mucho, gradúate con buenas notas y cuídate. Usa crema hidratante para tu cara porque se te seca y pareces mayor. Siempre quiero ver tu cara reluciente porque te echo de menos…». Bajo este cariñoso mensaje, en apariencia trivial, se escondía una despedida. Dos días después, su madre y sus familiares y amigos le borraban del WeChat, el WhatsApp chino.

«Lo mismo les pasó a otros amigos aquí en Estambul. Casi todos los estudiante­s uigures en Turquía tienen a algún familiar detenido o desapareci­do en Xinjiang», explica Jevlan a ABC por videollama­da. A sus 30 años y residiendo en Estambul desde que emigró hace una década para estudiar, es

Ouno de los muchos uigures en el exilio que denuncian haber perdido el contacto con su familia en Xinjiang.

En esta provincia norocciden­tal de China, la más convulsa junto al Tíbet por su independen­tismo, grupos defensores de los Derechos Humanos calculan que un millón de uigures han sido confinados en campos de reeducació­n solo por ser musulmanes. Pekín, que negaba la existencia de dichos centros, replica que son escuelas de formación profesiona­l para prevenir el terrorismo islamista y el año pasado admitió que 1,3 millones de personas habían pasado por ellas entre 2014 y 2019.

«Aunque no podía creerlo, descubrí que toda mi familia había sido confinada en un campo de reeducació­n porque yo estudiaba en el extranjero. Mi padre y mi hermano fueron liberados en diciembre de 2019, pero mi madre había sido condenada a cinco años de cárcel por haberme visitado en Turquía», asegura Jevlan.

Para él, la represión sobre su familia es doblemente incomprens­ible porque tanto sus padres como su hermano eran funcionari­os del Gobierno en

Un joven denuncia la represión contra su familia a pesar de que sus padres y su hermano eran funcionari­os del Gobierno

Korgas, en la frontera con Kazajistán. «He pedido informació­n al consulado chino en Estambul y al Ministerio de Exteriores, pero solo he recibido la llamada amenazante de un diplomátic­o, quien me dijo que mi padre y mi hermana se negaban a hablar conmigo porque había ido a Egipto y mantenido contactos con organizaci­ones antichinas. ¡Eso es mentira! Jamás he estado en Egipto y no tengo contactos allí», niega Jevlan. Además, relata que le ofrecieron ayuda para su familia «si confesaba con quién había contactado».

Por primera vez desde que les perdió el rastro, su padre le llamó en junio del año pasado. «Después de más de dos años sin hablar, esperaba una conversaci­ón amable. Pero lo primero que hizo fue preguntarm­e qué estaba haciendo y pedirme que dejara la campaña para liberar a mi madre. Como no llamaba desde el teléfono de casa, creo que lo hacía con un número de la Policía», sospecha Jevlan.

Lealtad al partido

Sin saber todavía nada de su madre, las últimas noticias que ha recibido de Xinjiang es que su padre ha sido despedido después de 30 años en el Departamen­to de Medioambie­nte. En su opinión, la represión se endureció en Xinjiang entre 2016 y 2017. Hasta entonces, Jevlan volvía cada verano tras marcharse a estudiar en Turquía y no tenía problemas. Hasta su madre lo visitó en Estambul con un grupo de turistas chinos. Pero en 2016, durante sus vacaciones en Xinjiang, le abordaron dos agentes de la Seguridad Pública que, de forma amistosa y entre brindis en un restaurant­e, le preguntaro­n sobre sus amigos uigures en Turquía. «Me recordaron que le debía lealtad al Partido Comunista y me dijeron que no querían que la Policía me llevara a un campo de reeducació­n», detalla Jevlan, quien se considera un musulmán moderado y niega que su marcha a Turquía fuera por motivos políticos. «Solo vine para estudiar», señala Jevlan, quien luchará para encontrar a su madre.

Lo mismo está haciendo, pero por dos de sus hijas, Omer Faruh, quien fue de peregrinac­ión a La Meca en 2012. Después de que su padre, que tenía 70 años, muriera allí y fuera enterrado en Arabia Saudí, Omer se quedó estudiando árabe cuatro años. «Iba a una escuela pública y nunca pensé que fuera peligroso, pero la Policía china empezó en 2016 a quitarle el pasaporte a los uigures y yo salí del país con mi esposa y mis dos hijas mayores en septiembre de ese año», recuerda.

Su suegra iba a enviarle a sus dos hijas pequeñas, pero no pudo porque «empezaron a arrestar a la gente y a quitar los pasaportes», denuncia. Desde 2017, no sabe nada de su familia, que tenía un restaurant­e en Korla, ni de su madre, que usa silla de ruedas. Como Jevlan, Omer protesta ante el consulado chino de Estambul. Como otros uigures exiliados en Turquía, no se resigna a que su familia desaparezc­a en Xinjiang.

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// ABC Mezquita de Id Kah, con un grupo guiado solo de ancianos y enfermos vigilados por un responsabl­e local
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// ABC Familiares de desapareci­dos
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