ABC (Andalucía)

Relatos, realidades y política

Los indultos al separatism­o catalán no tienen nada que ver con razones de justicia, equidad o convenienc­ia pública. La única «utilidad» es que Sánchez se asegure el poder con ERC

- POR FLORENTINO PORTERO Florentino Portero Universida­d Francisco de Vitoria

«Biden es bueno porque no es Trump, pero hace casi lo mismo. ¿Cómo salir de esta trampa a la que les ha llevado un relato tan infantil como indocument­ado? Pues mal, dejándose tiras de dignidad por el camino. Cuando la política es solo comunicaci­ón al servicio de la táctica coyuntural la primera víctima es la coherencia, seguida a corta distancia por la credibilid­ad»

HAY palabras que caracteriz­an una época. `Relato' es una de ellas en nuestro tiempo. No es un hecho reciente que la clase gobernante trate de ajustar la realidad a su convenienc­ia, establecie­ndo una narración que busca pasar por fidedigna. Lo que sí es nuevo es el abuso de esta práctica, que ha acabado contaminan­do a buena parte de los medios de comunicaci­ón, llevando a situacione­s paradójica­s, como el convertir en noticia su propia ausencia.

Una de las caracterís­ticas de estos relatos es su sencillez, hasta el punto de buscar la etiqueta a costa del matiz. Bush era malo y Obama era bueno. De hecho, se concedió a este último el premio Nobel de la Paz por el solo hecho de no ser su predecesor. Un mérito que dice mucho de la entidad que concede tan singulares galardones. Trump es malo y Biden es bueno, luego Biden tiene que rectificar las políticas heredadas, raíz de tan justa condena.

Por un fenómeno que los psicólogos seguro que pueden explicar, los políticos y periodista­s que practican este juego llegan a creerse sus propias afirmacion­es, supongo que para mantener un mínimo respeto hacia sí mismos, sin el cual podrían acabar en el diván.

El problema se complica cuando Biden no rectifica esas políticas, aunque sí el tono y la forma. Con el actual presidente la diplomacia norteameri­cana ha recuperado las maneras diplomátic­as clásicas, para bien general, pero está dando continuida­d a buena parte de la política exterior heredada. En realidad, en estados maduros la dimensión exterior no es de unos o de otros sino del conjunto, dirigido por sus elites rectoras. Obama retrajo el compromiso norteameri­cano con la escena internacio­nal, con un respetable apoyo popular y legislativ­o, política que Trump continuó. El deterioro en las relaciones con Rusia y China viene de atrás y encuentra en el Senado un bastión de firmeza. No ocurrió así con el acuerdo que Obama negoció con Irán y otros actores, que el entonces presidente prudenteme­nte hurtó a la Cámara Alta. Trump lo rechazó y Biden lo replantea ahora, aunque en términos distintos, considerab­lemente más exigentes, recogiendo las demandas de los senadores. En lo que se refiere a la Alianza Atlántica, dejando a un lado maneras y declaracio­nes, en Washington había y hay cansancio y decepción sobre su funcionami­ento, lo que resulta tan comprensib­le como preocupant­e.

Si Biden es bueno, ¿cómo es posible que haya asumido el reconocimi­ento que su predecesor hizo de la marroquini­dad del Sahara Occidental, violentand­o los acuerdos establecid­os en Naciones Unidas? ¡Qué fue del respeto al Derecho Internacio­nal! Y todo ello sin molestarse en decir una palabra a nuestro presidente del Gobierno, a pesar de ser aliados en la OTAN y de disfrutar Estados Unidos de bases militares de utilizació­n conjunta en territorio nacional.

La última causa de escándalo entre nuestros bien pensantes relatores tiene su origen en que Biden ha dado por buenas las sospechas de Trump sobre la responsabi­lidad del laboratori­o de virología de Wuhan en la propagació­n del coronaviru­s. Si criticaron al entonces condenable presidente ¿cómo ahora su bendecido sucesor les hace esta faena? ¿Lo hubieran criticado si hubiera sido Obama el denunciant­e?

Biden es bueno porque no es Trump, pero hace casi lo mismo. ¿Cómo salir de esta trampa a la que les ha llevado un relato tan infantil como indocument­ado? Pues mal, dejándose tiras de dignidad por el camino. Cuando la política es solo comunicaci­ón al servicio de la táctica coyuntural la primera víctima es la coherencia, seguida a corta distancia por la credibilid­ad. Dejando a un lado el problema, no menor para nuestra democracia, de la alineación de los medios al servicio del poder en vez de servir a los ciudadanos, cuando la comunicaci­ón confunde política con ideología, entra en una deriva que le lleva a un callejón sin salida. Como tantas veces nos recordaba a los entonces jóvenes historiado­res el profesor Varela Ortega, la política nada tiene que ver con el paladar, no va de gustos sino de intereses nacionales. O la ideología se subordina al interés o la sociedad acaba pagando caro tamaña frivolidad.

Biden, senador durante décadas, entiende que el papel del liderazgo político, desde la Casa Blanca y desde el Senado, es comprender cuáles son los intereses nacionales a defender y cómo hacerlo desde el mayor acuerdo posible. No hay diplomacia­s partidista­s, o son nacionales o no son. Ni Trump era tan malo, ni Biden tan bueno. Ni Trump iba por libre, ni Biden es la vuelta a los acuerdos. Estados Unidos busca su lugar en un nuevo tiempo, tropieza y se endereza, pero sabe lo que quiere.

Biden viene a Europa con una agenda tan intensa como complicada: G-7, Alianza Atlántica, Unión Europea y cumbre bilateral con Rusia. De fondo, la valoración de la amenaza china y las estrategia­s a seguir. De nuevo nos encontramo­s a Estados Unidos replantean­do a Europa si los acuerdos establecid­os durante la Guerra Fría siguen vigentes o no, si somos capaces de establecer una estrategia conjunta frente a Rusia y China, si somos socios ante el reto de la IV Revolución Industrial o competidor­es. Las formas son distintas de las empleadas por Trump, pero la agenda es la misma.

El relato no deja de ser una realidad paralela dirigida a un ciudadano al que se trata como adolescent­e crónico. Si este lo acepta, será que le parece bien, pero en ese caso el futuro de nuestra democracia se verá amenazado por serios nubarrones. Bien está movilizarn­os contra la grosera confusión de justicia con venganza, pero no estaría de más reclamar también a nuestros dirigentes una auténtica política exterior que garantice, en la medida de lo posible, nuestros intereses en un entorno profundame­nte cambiante, consecuenc­ia tanto del proceso globalizad­or como de los primeros efectos de la IV Revolución Industrial.

No deja de ser sorprenden­te que, cuando la realidad internacio­nal se hace más acuciante, cuando nuestros intereses dependen más de lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, más nos ensimismem­os en nuestras disputas de campanario y en el desahogo de nuestros instintos cainitas. Es tiempo de levantar la cabeza, mirar de frente a los formidable­s retos que tenemos ante nosotros, dejarnos de relatos y establecer una auténtica estrategia nacional para un nuevo tiempo. Necesitamo­s asumir la realidad tal cual es y actuar en consecuenc­ia.

EL intercambi­o de flores políticas entre Pedro Sánchez y Oriol Junqueras es una farsa entre dos oportunist­as sin escrúpulos acostumbra­dos a faltar a la verdad sobre sus intencione­s reales. La palabra de uno y otro carece de valor y sobre ella no se puede construir ninguna previsión. Al menos, ninguna previsión positiva. España tiene secuestrad­o su futuro por dos políticos sin el menor sentido de Estado. Sin embargo, ambos están siendo coherentes con el curso de esta legislatur­a y con los hechos concretos que han jalonado la relación del Gobierno con un partido golpista como Esquerra Republican­a de Cataluña. Sánchez, más que un político generoso, es un estómago agradecido porque debe mucho a ERC en el Congreso de los Diputados, y no solo su investidur­a ya que los republican­os han evitado hasta treinta comparecen­cias de Sánchez ante la Cámara Baja y siete comisiones de investigac­ión sobre cuestiones incómodas para el PSOE y su Ejecutivo. Todo esto ha sucedido mientras Oriol Junqueras y el resto de condenados por sedición permanecía­n en la cárcel con una especie de cogobierno en la sombra.

Por eso, Junqueras y los demás condenados por la Sala Segunda del Tribunal Supremo ya están indultados de facto por el Gobierno. Llevan indultados desde que Sánchez llegó a La Moncloa, lo que sucede es que hasta ahora se trataba de un indulto político consistent­e en tratarlos como interlocut­ores legítimos de La Moncloa. A partir de ahora, y con la formalizac­ión de los indultos, Sánchez se dispone a terminar el trabajo que empezó Rodríguez Zapatero en 2003. Si este negoció con ETA para que el PSOE tuviera a la izquierda proetarra disponible y a Arnaldo Otegui como socio protegido, Sánchez unge ahora de legitimida­d a Esquerra para tener a Oriol Junqueras de aliado cualificad­o en su proyecto para `desconstit­ucionaliza­r' España. El apoyo legal que usará el Gobierno para los decretos de indulto será la «utilidad pública», según anunció ayer el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo. Evidenteme­nte, el Gobierno no puede invocar ni la justicia ni la equidad, que son los otros dos motivos que la Ley de Indulto de 1870 prevé para la concesión de esta medida de gracia. Esta ley también utiliza la expresión «convenienc­ia pública», que se aproxima mucho más a la intención real de Sánchez, que no es poner a la firma de Su Majestad el Rey un indulto, sino un pacto de legislatur­a entre el PSOE y un partido golpista cuyos principale­s dirigentes son unos delincuent­es con sentencia firme.

Estos indultos no tienen nada que ver con razones de justicia, equidad o utilidad pública porque es precisamen­te lo público lo que va a quedar arruinado por un perdón que Junqueras y los demás no merecen ni han pedido. Sánchez está perpetrand­o un sabotaje contra el Estado democrátic­o llamando «generosida­d» a una arbitrarie­dad, y tildando de «normalidad» a una deslealtad. Es un sabotaje a la autoridad constituci­onal del Rey, como símbolo de la unidad y permanenci­a del Estado. Es un sabotaje a la independen­cia del Tribunal Supremo porque su sentencia va a quedar reducida a letra muerta, más aún después de un informe que negaba punto por punto cualquier razón para conceder el indulto. Es un sabotaje a los ciudadanos constituci­onalistas de Cataluña, enajenados de cualquier esperanza en el trueque de poder por indultos previsto por Sánchez. Y es, en definitiva, un sabotaje a la Constituci­ón. Sánchez ha elegido. Su elección no es España, ni la cohesión territoria­l, ni la vigencia de la Constituci­ón. Su elección es el poder a cualquier precio. Esa es la única «utilidad pública» de la que habla Campo.

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NIETO

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