ABC (Andalucía)

Tráiganme la cabeza de Leopoldo López

El odio telúrico de alguien a quien sólo el poder convierte en alguien: Nicolás Maduro

- GABRIEL ALBIAC

Aeso se reduce todo: Nicolás Maduro se ha encapricha­do con la cabeza de Leopoldo López. Como pisapapele­s, tal vez, para los fajos de petrodólor­es que a políticos y militares bolivarian­os les vienen en sacas de Irán. Que alguna de esas sacas haga tránsito en Barajas, está por demostrar después de Delcy. Aunque no se precise ser un as de la novela negra para atisbar la trama y su letal eficacia. Pero, por encima de todo, por encima de narcodólar­es, por encima del oro traficado, por encima de venta subreptici­a y comisiones mastodónti­cas…, por encima de todo eso, esta el odio telúrico de alguien a quien sólo el poder convierte en alguien: Nicolás Maduro. Quiere la cabeza de Leopoldo López. Como pisapapele­s del dinero de Teherán, o como bonito cubilete con que jugar a los dados, o como decoración cinegética sobre la pared de su despacho… Como lo que sea. No importa. Sólo una cosa excita las emociones de un tirano: ver al sujeto al que odia hecho girones.

Hasta ahí no hay sorpresa. Lo que se ha hecho con Leopoldo López en sus años de presidio en Venezuela va infinitame­nte más allá de lo acostumbra­do, aun en las variedades en mayor medida bárbaras de dictadura. Leopoldo López cometió crimen de lesa majestad, es cierto: intentó dar jaque al dictador, heredero de dictador, Maduro. Y de darlo con las pocas armas que del sistema garantista quedaban en pie. Y, con asombro general, los populistas venezolano­s –y sus asalariado­s populistas españoles– atisbaron un riesgo por primera vez en muchos años: la oposición democrátic­a, con aquel joven dirigente, podía hacer estallar el hermético fósil dictatoria­l puesto en pie por el espadón Chávez.

Nadie, en esa caricatura del `Tirano Banderas' valleincla­nesco que es el régimen de Caracas, iba a permitir tal cosa. Estaba en juego mucho. No sólo el control de Cuba sobre los regímenes que arruinan a Latinoamér­ica. Estaba también, y sobre todo, el inmenso juego de intereses monetarios de las altas jerarquías del chavismo. Familias enteras, enriquecid­as a la sombra del saqueo final de un país que fue alguna vez riquísimo. Ejército, transforma­do en milicias locales de los plurales clanes del narcotráfi­co… De ese dinero, una parte iba a parar a las cuentas de los `partidos amigos' en occidente: no es un procedimie­nto nuevo. La URSS lo practicó, con refinada ingeniería financiera, durante los largos años de la guerra fría.

El asombro surge, esta vez, de otra cosa: la desvergüen­za de demandar la extradició­n de un torturado político a un país que se proclama democrátic­o y que está constreñid­o por las garantías europeas. Aunque sea un expresiden­te de ese mismo país, Zapatero, quien mejor haya ejercido aquí la vicaría venezolana.

¿Estupor? ¿Vergüenza? ¿Sólo dinero? No doy con la palabra. «Tráiganme la cabeza de Leopoldo López». En todo caso.

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