Tráiganme la cabeza de Leopoldo López
El odio telúrico de alguien a quien sólo el poder convierte en alguien: Nicolás Maduro
Aeso se reduce todo: Nicolás Maduro se ha encaprichado con la cabeza de Leopoldo López. Como pisapapeles, tal vez, para los fajos de petrodólores que a políticos y militares bolivarianos les vienen en sacas de Irán. Que alguna de esas sacas haga tránsito en Barajas, está por demostrar después de Delcy. Aunque no se precise ser un as de la novela negra para atisbar la trama y su letal eficacia. Pero, por encima de todo, por encima de narcodólares, por encima del oro traficado, por encima de venta subrepticia y comisiones mastodónticas…, por encima de todo eso, esta el odio telúrico de alguien a quien sólo el poder convierte en alguien: Nicolás Maduro. Quiere la cabeza de Leopoldo López. Como pisapapeles del dinero de Teherán, o como bonito cubilete con que jugar a los dados, o como decoración cinegética sobre la pared de su despacho… Como lo que sea. No importa. Sólo una cosa excita las emociones de un tirano: ver al sujeto al que odia hecho girones.
Hasta ahí no hay sorpresa. Lo que se ha hecho con Leopoldo López en sus años de presidio en Venezuela va infinitamente más allá de lo acostumbrado, aun en las variedades en mayor medida bárbaras de dictadura. Leopoldo López cometió crimen de lesa majestad, es cierto: intentó dar jaque al dictador, heredero de dictador, Maduro. Y de darlo con las pocas armas que del sistema garantista quedaban en pie. Y, con asombro general, los populistas venezolanos –y sus asalariados populistas españoles– atisbaron un riesgo por primera vez en muchos años: la oposición democrática, con aquel joven dirigente, podía hacer estallar el hermético fósil dictatorial puesto en pie por el espadón Chávez.
Nadie, en esa caricatura del `Tirano Banderas' valleinclanesco que es el régimen de Caracas, iba a permitir tal cosa. Estaba en juego mucho. No sólo el control de Cuba sobre los regímenes que arruinan a Latinoamérica. Estaba también, y sobre todo, el inmenso juego de intereses monetarios de las altas jerarquías del chavismo. Familias enteras, enriquecidas a la sombra del saqueo final de un país que fue alguna vez riquísimo. Ejército, transformado en milicias locales de los plurales clanes del narcotráfico… De ese dinero, una parte iba a parar a las cuentas de los `partidos amigos' en occidente: no es un procedimiento nuevo. La URSS lo practicó, con refinada ingeniería financiera, durante los largos años de la guerra fría.
El asombro surge, esta vez, de otra cosa: la desvergüenza de demandar la extradición de un torturado político a un país que se proclama democrático y que está constreñido por las garantías europeas. Aunque sea un expresidente de ese mismo país, Zapatero, quien mejor haya ejercido aquí la vicaría venezolana.
¿Estupor? ¿Vergüenza? ¿Sólo dinero? No doy con la palabra. «Tráiganme la cabeza de Leopoldo López». En todo caso.