En busca de lo berlanguiano
La Academia de Cine inaugura en la Real Academia de Bellas Artes una exposición que recorre la obra de Luis García Berlanga como si se tratara de un espejo deformante (o no tanto) de la historia reciente de España
Hay que ser valiente para definir lo berlanguiano. No lo fue la RAE en 2020, cuando incluyó este palabro en el Diccionario y convirtió así a un cineasta genial en un adjetivo muy eufónico (eso es la posteridad, no otra cosa). La entrada en cuestión reza así: «1. Perteneciente o relativo a Luis García Berlanga, cineasta español, o a su obra. 2. Que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga». Decir esto, claro, es decir nada, dejar un lienzo en blanco para que lo llenen los demás. Así que para eso está la nueva exposición de la Academia de Cine, ‘Berlanguiano’, que arroja algo de luz sobre el asunto y celebra, de paso, el centenario de este español ilustre y descacharrante. La retrospectiva podrá verse en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la que él fue miembro, hasta el 5 de septiembre.
Esas líneas definitorias y planas de la RAE, por supuesto, aparecen en la parte central de la sala, estampadas en la pared. Enfrente, un mosaico de pantallas recogen la filmografía del director y emiten el ruido de sus jolgorios y trifulcas. De sus planos secuencia. El resultado es tan apabullante que ahí dentro parece habitar un país entero: policías, paisanos, curas, alcaldes, verdugos, enamorados, prostitutas, marquesas, militares. Gentíos, al cabo. Quién sabe, tal vez ese cóctel delirante sea lo berlanguiano.
«Su forma de representar la realidad se fue complicando con la exageración y la caricatura, para seguir narrando el esperpento nacional con un humor brillante e inteligente que le acompañará en toda su trayectoria. Con una algarabía, confusión y caos que mantienen intacto su título de azote de cualquier forma de dictadura, al ponerse del lado del individuo», señala la comisaria de la muestra, Esperanza García Claver. Mariano Barroso, presidente de la Academia de Cine, asiente: «La obra de Berlanga es una enciclopedia audiovisual de las últimas décadas del país y resume lo que somos, lo que queríamos ser y nuestras miserias y grandezas».
Reflejo nacional
Lo que propone ‘Berlanguiano’ es pasearse por las películas de Berlanga y, al tiempo, otear la realidad del momento a través de una serie de fotografías que apresan eso que podríamos llamar realidad española o espíritu popular. Son imágenes de Francisco Ontañón, Cristina García Rodero, Elliot Erwith o Vicente Nieto, entre otros. También hay bocetos originales (como el del pueblo de ‘¡Bienvenido, Míster Marshall!’), guiones con alguna corrección y demás documentos de rodaje.
La historia comienza en los años cuarenta, lustro arriba lustro abajo. El cine vestía traje y nicotina, entonces, y en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas nació una generación que lo cambió todo. En una promoción se juntaron Berlanga, Antonio Bardem, Florentino Soria y Agustín Navarro, nada menos. Luego llegaron las Conversaciones de Salamanca, celebradas en mayo del 55, donde tomó forma la nueva hornada del séptimo arte español. Esa fue la década en la que da un golpe en la mesa con cintas como ‘¡Bienvenido, Míster Marshall!’ o ‘Calabuch’, aunque en los sesenta vinieron los pelotazos de ‘Plácido’ («esta Nochebuena siente a un pobre en su mesa») o ‘El verdugo’ («al que se muere en domingo deberían meterlo en la cárcel»). Es un ascenso tan brillante como conocido. Su cámara destilaba un humor corrosivo, poderoso. Miraba hacia arriba con sospecha, pero también a los lados y hacia abajo. Construyó un espejo esperpéntico. Un fresco insoslayable.
Casi al final del recorrido destaca un tríptico de carteles de cine, cómo no, de la trilogía nacional: ‘La escopeta nacional’ (1978), ‘Patrimonio Nacional’ (1981) y ‘Nacional III’ (1982). Un cartel recuerda el origen del proyecto: es una anécdota de Manuel Fraga Iribarne. En 1964, el político asistió a una cacería de perdices, y por error le dio «un plomazo» a la marquesa de Villaverde. A su lado estaba el mismísimo Franco y su hija, Carmen. Esto era material explosivo para Berlanga, que terminó filmando una crítica acidísima del tardofranquismo a través de una aristocracia decadente. La guasa, que no se nos olvide, es que al lado de esta explicación cuelgan dos fotografías de Gianni Ferrari: en una vemos a Franco jugando al golf, con un ‘swing’ bastante terrible, y en la otra a Fraga saliendo de la playa en Palomares, tras su célebre baño. En fin, uno ya no sabe si es su cine el que se parece a la vida o al revés. En qué lado del espejo estamos.
Esos eran, también, los tiempos del aperturismo. «Queríamos mostrar, entre otras cosas, ese decalaje que había, y que probablemente continuará existiendo, entre una España que seguía siendo medieval, representada por el correspondiente señor de Burgos, y la Europa moderna, representada por los turistas, por las chicas extranjeras», sentenció el director. Si esa no es la definición de lo berlanguiano se le asemeja bastante. Y si no basta con eso, podemos añadir la del periodista Natxo Lara, autor de una tesis sobre el cineasta: «[Es] aquello que pareciendo imposible es absolutamente real, cuando la vida da dos giros de 360 grados y el resultado es caótico, divertido, extraño y políticamente incorrecto».
El legado y los ministros
La exposición se cierra con el legado de Berlanga y con la primera gala de los premios Goya, celebrada en marzo de 1987. Hay una instantánea en la que él y Jose María González Sinde se tronchan en presencia de Garci, que los mira como se mira a los ídolos. Eso es ya Berlanga: un ídolo en piedra o celuloide. Un apunte: su nombre no solo derivó en berlanguiano, sino también en berlanguita, que es una grúa. Un hito doble.
A la inauguración de ‘Berlanguiano’, por cierto, asistió la plana mayor del cine español, entre actores, productores, creadores y gentes varias del sector. También acudieron los Reyes, y hasta el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes. Sería muy cruel recordar la mítica frase de ‘La escopeta nacional’: «Allí donde haya ministros un final feliz es imposible». Pero es que hay que reírse. La risa es el mensaje.