ABC (Andalucía)

De chico obeso a rey del baloncesto

El serbio, amante de los caballos y que sufría sobrepeso de niño, es un icono de la liga estadounid­ense

- PABLO LODEIRO

Nombrado mejor jugador de la NBA (MVP)

Michael Malone, entrenador de los Denver Nuggets, llegó ayer a la rueda de prensa con una camiseta en la que se podían leer algunas de las siguientes frases▶ ‘poco musculado’, ‘no puede hacer mates’, ‘lento’ y ‘piscinero’. Con la irónica vestimenta, el técnico celebraba que Nikola Jokic, pívot serbio de la franquicia de Colorado, acababa de ser nombrado mejor jugador de la NBA. El galardón, además de ser el primero para el legendario baloncesto balcánico, es un reconocimi­ento a una personalid­ad especial y a un talento sin parangón, pues Jokic, hace no demasiado, era un desconocid­o para el gran público y ahora es rey de la NBA. Cuando fue preguntado si había sentido nervios durante el último fin de semana a la espera del premio, Jokic fue claro▶ «Estuve más de cinco horas viendo Pokemon».

Jokic (2,11 metros, 129 kilos), nacido hace 26 años en Sobor, Serbia, una pequeña población cercana a las frontera con Hungría y Croacia, es la más humana de todas las estrellas de la gran competició­n, por errático y talentoso, condicione­s representa­tivas de nuestra especie. El eslavo, alejado de la guerra yugoslava, ya llamaba la atención desde que era un mirlo enamorado de los caballos (su segunda pasión después de la canasta) y adicto a las bebidas gaseosas. De hecho, consumía hasta tres litros diarios de Coca-Cola, lo que le llevo de forma inevitable al sobrepeso. «En secundaria no podía ni hacer una flexión», rememoraba ya en la NBA.

El jugador entró en el baloncesto profesiona­l en 2012 de la mano del Mega Vizura de la liga serbia. Pese a su aparatosa condición física, comenzó a desarrolla­r un juego basado en la visión espacial, el tiro y la inteligenc­ia, un estilo que nunca ha abandonado. Tan llamativo era por aquel entonces que el mismísimo Barcelona estuvo cerca de ficharle en 2014, aunque finalmente los catalanes, con algunas dudas de su potencial, lo dejaron escapar hacia la NBA, donde fue elegido por los Denver Nuggets en la posición 41 del draft. Su elección aquella noche ni siquiera se vio porque la televisión estaba en la publicidad (un anuncio de burritos le suplantó) y él, dormido. Un año después ya estaba en Estados Unidos y, como cuenta la leyenda, en el avión transoceán­ico Jokic se tomó su último sorbo de gas azucarado y adoptó un día a día más saludable (perdió 20 kilos en la cuarentena), pese a que siempre guarda algunas porciones de carne importada de Serbia en su congelador por si le entra el antojo.

El grandullón es un personaje adorado por toda la afición de la NBA. Tropieza al caminar y se echa las manos a la cabeza cuando falla un lanzamient­o claro, pero es difícil de encontrar un jugador que tire y pase mejor que él. En la temporada regular, el serbio se fue hasta los 26,4 puntos, 10,8 rebotes y 8,3 asistencia­s por partido. Jokic, además, se ha convertido en un jugador de culto, tanto por su juego como por su personalid­ad. Una de sus escenas más recordadas se dio cuando, en la pasada temporada, acudió a rueda de prensa y, sin querer, arrancó un micrófono de cuajo de la mesa. Jokic se quedó perplejo, como un niño que sabe que el regaño es inevitable. Así es Nikola Jokic, el mejor jugador (y más especial) de la NBA por decreto.

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