ABC (Andalucía)

Problemas y liderazgos

- POR ANTONIO GARRIGUES WALKER Antonio Garrigues Walker

«Los liderazgos en España tienen muchas peculiarid­ades porque nuestra relación con ellos se manifiesta habitualme­nte como si fuera una relación con el poder sin valorar y enfatizar su capacidad transforma­dora y renovadora que es donde reside su esencia. Por de pronto la renovación de los liderazgos ofrece resistenci­as numantinas. Es muy poco frecuente que se establezca­n plazos máximos de duración e incluso cuando se establecen se suelen buscar fórmulas para poder extenderlo­s, bien cambiando la norma o interpretá­ndola con flexible generosida­d»

Osea que vamos a ponernos a ello. Vamos a hacer una lista de nuestros problemas importante­s y otra lista de los obstáculos reales para resolverlo­s con eficacia. Vamos a tener el complicado valor de definir a quiénes compete la responsabi­lidad de acometer esta tarea, un ejercicio difícil e incluso peligroso.

Intentar concentrar todas las culpas en el estamento político es una tentación natural pero también es un grave error. Tienen sin duda una culpa cierta y significat­iva, pero son uno más en una lista numerosa de culpables. En aceptar esta idea está la clave de una España más realista, más madura y más eficaz.

Hay que poner sobre todo la mirada, una mirada inquisitiv­a, en nuestra sociedad civil, un tema al que en España se le rehúye permanente­mente. Es más fácil ejercitars­e en desplazar la culpa en otros estamentos y especialme­nte al político, que ya está acostumbra­do a que se le señale como culpable de todos los males. Pero ojalá fuera tan simple el problema.

La sociedad civil tiene que asumir –a través de sus institucio­nes– su responsabi­lidad en todos y cada uno de los problemas que surgen. Es este, lo he señalado en muchas ocasiones, uno de los problemas más serios que habrá que superar▶ la debilidad de una sociedad civil con una escasa capacidad de acción y de influencia en la ciudadanía.

En su ‘España invertebra­da’ afirmaba Ortega y Gasset que «lo primero que el historiado­r debiera hacer para definir el carácter de una nación o de una época es fijar la ecuación peculiar en que las relaciones de sus masas con las minorías selectas se desarrolla­n dentro de ella».

Alrededor de esta frase –orteguiana pura– conviene ahora reflexiona­r sobre el estado de nuestra nación y también sobre nuestra responsabi­lidad tanto a escala individual como colectiva.

Vivimos un momento histórico en donde se ha puesto de manifiesto la ausencia de líderes en casi todas las áreas, y el tema merece una buena y reposada atención porque esa ausencia tiene causas y tiene consecuenc­ias.

Las ‘minorías selectas’ no surgen de forma natural y espontánea. Su selección se genera a través de un proceso de muy variable duración y complejida­d que acaba concretand­o las identidade­s con verdadera perfección. Es ahí donde fracasamos esplendoro­samente al igual que varios países europeos. En el mundo anglosajón la búsqueda de líderes forma parte del quehacer normal, especialme­nte en el mundo político y en el empresaria­l.

Los liderazgos en España tienen muchas peculiarid­ades porque nuestra relación con ellos se manifiesta habitualme­nte como si fuera una relación con el poder sin valorar y enfatizar su capacidad transforma­dora y renovadora que es donde reside su esencia.

Por de pronto la renovación de los liderazgos ofrece resistenci­as numantinas. Es muy poco frecuente que se establezca­n plazos máximos de duración e incluso cuando se establecen se suelen buscar fórmulas para poder extenderlo­s, bien cambiando la norma o interpretá­ndola con flexible generosida­d.

La expresión ‘erótica del poder’ define bien este fenómeno. Según Kissinger es «el mayor afrodisiac­o», y por ello muchas de las personas que lo detentan, en vez de ejercerlo con honestidad, se dedican exclusivam­ente a intentar mantenerlo ‘sine die’, incluso cuando se detecta el rechazo de la ciudadanía. Desprecian las críticas que reciben o las silencian incluso con amenazas. Es por ello absolutame­nte cierto que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutame­nte. Ha llegado pues el momento en el que la sociedad civil tiene que decir ‘basta’ y dar un golpe de solapa para fijar ideas y en cuanto se pueda un golpe de timón. Necesitamo­s un liderazgo que lidere de verdad.

Liderar de verdad implica ante todo asumir el problema, en explicarlo con claridad, exponiendo los riesgos que conlleva y el tiempo que requiere para superarlo y en evitar a ultranza las múltiples formas de atribución de culpas a otras personas o institucio­nes que es un ejercicio demasiado frecuente en esta época, y que al final busca como remedio vender la idea de que la culpa es un poco de todos.

La lectura de los medios de comunicaci­ón ofrece todo género de ejemplos en este sentido y muchas veces los planteamie­ntos son tragicómic­os. Los éxitos se magnifican hasta límites intolerabl­es y los fracasos o se ocultan en la medida máxima que se pueda, o se atribuyen a factores ajenos e incontrola­bles. Es imposible encontrar culpables.

El profesor Luis Miguel González de la Garza y yo mismo hemos publicado un trabajo que guarda relación indirecta con este tema. Es la idea de crear y defender el derecho a no ser engañado, dándole la vertebraci­ón jurídica necesaria para poder ejercerlo ante quienes falseen la realidad.

El buen liderazgo tiene que absorber una carga ética abundante porque entre sus efectos positivos importante­s está el de la ejemplarid­ad, y hay que reconocer que son más frecuentes los líderes que venden y aconsejan pragmatism­os defensivos humillante­s que los que exigen la grandeza de «mirar lejos», como pedía Ortega y Gasset. Hay que recordar en este mismo sentido el verso del ‘Cantar del Mío Cid’, cuando afirma «qué buen vasallo si tuviera un buen señor».

Merece la pena por todo lo anterior que investigue­mos con valentía si España tiene o no un déficit de buenos liderazgos. Parece muy probable que la respuesta tenga que ser negativa. Tenemos pocos ejemplos a seguir y además unas estructura­s de poder muy poco sofisticad­as, muy rígidas y muy vulgares. Hay sin duda excepcione­s brillantes que, además de confirmar la regla, ponen de manifiesto que tenemos un inmenso potencial de crecimient­o que desperdici­amos por falta de audacia, valentía, decisión y constancia; un dato al que se añaden la envidia, el miedo a fracasar y el propio tratamient­o del fracaso, en donde se diluye la idea de la segunda oportunida­d, que en los países anglosajon­es ha dado frutos excepciona­les. En esos países, los ‘curriculum vitae’ sin fracasos de ningún género, se estudian con muchas reservas. Un fracaso bien asumido llega a ser un factor claramente positivo para contratar un directivo.

No tenemos otro remedio que asumir esta nueva mentalidad y librarnos de tantos prejuicios estériles.

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CARBAJO

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