Lesa traición
O el independentismo rebaja sus demandas o la mesa de diálogo solo servirá para justificar los indultos y darle tiempo para ampliar su base social
¿ Ysi sentarse a dialogar con los ‘indepes’ sirviera realmente para algo útil? No dejo de preguntármelo casi a diario, aunque solo sea por el prurito de no dejarme arrastrar como un autómata por esa corriente mayoritaria que tilda la mesa de diálogo de indigno desafuero. Indigno porque envilece el debate sobre la idea de España y desafuero porque quebranta la ley y desoye los consejos de la sana razón. ¿Pero y si el Gobierno tuviera noticia de que la contraparte catalana arde en deseos de llegar a un acuerdo que tuviera encaje en el molde constitucional? No cabe duda de que el diálogo es una herramienta útil –la única, de hecho– para conciliar ideas compatibles. ¿Y si estuviéramos en un error quienes damos por sentado que las que defienden ambas partes no lo son?
Con ánimo de no pasar por alto ningún detalle, por pequeño que sea, reviso a diario los planteamientos apriorísticos de unos y otros, no vaya a ser que me empecine en dar por inútil algo que en verdad no lo es. Con cierto quebranto para mi autoestima hago el esfuerzo de ponerme en los zapatos de Junqueras y trato de ver las cosas como creo que él las ve. Luego, haciendo de tripas corazón, repito el experimento procurando pensar como lo haría Pedro Sánchez. Ninguno de los dos ejercicios es plato de gusto, pero ambos sirven al propósito de juzgar esta parte del ‘procés’ con rectitud de intención. Abomino del maniqueísmo simplón que reparte las credenciales de buenos y malos por inercia consuetudinaria.
El resultado de mi experimento es perturbador. Por terrible que parezca, me siento más cómodo empatizando con el presidente de ERC que con el presidente del Gobierno. No porque comparta sus ideas –seguro que no–, sino porque aunque no las comparto, al menos las entiendo. Sé lo que busca. Admito que pueda engañarme en cuestiones de procedimiento, pero me apuesto el pincho de tortilla y caña de rigor a que no lo hace en las cuestiones de fondo.
Lo que Junqueras quiere es una República Catalana, independiente del Estado español, que tenga cabida en la Unión Europea. Y, por añadidura, una amnistía penal que permita que todos los líderes políticos comprometidos con ese proyecto puedan trabajar, sin rémoras judiciales, para hacerlo posible. ¿Pero qué busca el Gobierno de España? ¡El gran problema es que no lo sé! Lo único que parece claro, y tampoco del todo, es lo que no quiere. O al menos lo que dice que no quiere. Ni la amnistía ni la autodeterminación. A cambio ofrece oscuros sucedáneos indultos parciales y algún tipo de referéndum pactado que no violente el ordenamiento jurídico español. ¿Pero qué clase de referéndum? ¡Misterio! ¿El que exigiría la aprobación de un nuevo Estatuto de Autonomía? ¡Misterio! ¿El que sirviera para validar los posibles acuerdos que se alcanzaran en la mesa de diálogo? ¡Misterio! ¿Acaso podría un nuevo Estatut incluir las partes que fueron extirpadas por el TC del que está ahora mismo vigente? ¡Misterio! Y si encontraran la forma de hacerlo, cambiando leyes y haciendo jeribeques constitucionales, ¿se darían los indepes por satisfechos? ¡Misterio! Sánchez cree que sí. Ellos dicen que no.
Esa es justamente la madre del cordero. Si el presidente del Gobierno español estuviera en lo cierto tal vez merecería la pena el esfuerzo de sentarse a dialogar, aunque haciéndolo corriéramos el riesgo de dejarnos algunos pelos en la gatera. Todo riesgo, para no convertirse en temerario, debe ser proporcional. ¿El que asume Sánchez lo es? Los únicos que pueden responder a esa pregunta son los partidos independentistas. Ni siquiera puede hacerlo Junqueras en solitario. Si ERC validara un acuerdo inaceptable para Junts y la CUP, Pere Aragonés perdería la presidencia de la Generalitat en menos que canta un gallo.
O el independentismo catalán está dispuesto a rebajar sus demandas o la mesa de diálogo solo servirá para justificar los indultos y para dar tiempo a que los caudillos del ‘procés’ sigan ampliando la base social que necesitan en Cataluña para convertir en mayoritarias sus reivindicaciones secesionistas. ¿Se bajarán del burro? Pincho de tortilla y caña a que no. Por eso la apuesta de Sánchez es un delito de lesa traición.
Lo que Junqueras quiere es una República Catalana, independiente del Estado español, que tenga cabida en la Unión Europea