ABC (Andalucía)

Morante, por ‘Soleares’

Manzanares desoreja al mejor toro de Victoriano del Río y sufre una fea voltereta; buena imagen de Aguado

- ROSARIO PÉREZ

Disparado como una bala salió ‘Jara’, que a punto estuvo de saltar al callejón en los terrenos del 6. Caras de pánico en los burladeros: hasta la Policía Nacional pegó un respingo. El susto dio paso a la alegría cuando Morante recogió al toro de Victoriano del Río a la verónica, con media docena de lances de ritmo y compás. Uno, dos, tres, cuatro, ¡cómo fue el quinto!, seis... Y una media para soñar. Como el remate del quite, enroscándo­se el capote en la cadera. Los ayudados por alto imantaron los ojos a la apertura, pero en el molinete el guapo animal se desplomó, quebrantad­o tal vez por ese salto sin pértiga de salida. Rebosaba nobleza, pero la casta no le sobraba. Aun así, el de La Puebla recetó muletazos a su altura con un temple que era caricia. A derechas e izquierdas. ‘Jara’ fastidió la fiesta y se echó de nuevo. Morante, torerísimo, no se dio mucha más coba y saludó.

Humilló una barbaridad ‘Soleares’, nombre de famosa reata, en el lucido capote de Manzanares. Galopaba con buen tranco, con su largo cuello y su agradable cara. Y embistió divinament­e en la muleta del alicantino, que vio cómo se le arrancaba de lejos e improvisó un molinete celebradís­imo. Por naturales comenzó a tomar cuerpo la obra, pero fue en la siguiente ronda diestra, con muchos metros de por medio, donde rompió. Regresó a la mano del tenedor y dibujó un zurdazo enorme, aunque se echó en falta mayor rotundidad. Perdió las telas y, espoleado por él mismo, regresó a la cara de ‘Soleares’ para conceder la máxima distancia, justo en el epílogo. Kilométric­a fue la más hermosa y honda tanda de un conjunto rematado de un espectacul­ar estoconazo. Paseó dos orejas mientras el toro recibía una sonora ovación en el arrastre.

Galanura

Hubo galanura en el saludo de Aguado al tercero, con el que galleó para ponerlo en el caballo. Personalís­imo el quite a la verónica, que entusiasmó. «Vamos, Pablo», le animaban antes del brindis al público, que arrancó con un «¡viva Ayuso!», la política más coreada en las plazas. Genuflexo principió el sevillano, con un bonito cambio de mano. Nada que ver tenía el cambiante ‘Cangrejero’ con su anterior hermano: un tornillazo en el final del muletazo y alguna miradita no invitaban a la ilusión. Con muchas ganas y muy centrado, Aguado logró limar por momentos las ásperas exigencias y cortó una oreja.

Unos salerosos delantales pusieron la chispa en la bienvenida al sosete cuarto, aunque para fogonazos de esplendor las chicuelina­s del quite. Puro arte del más artista del cartel de ídem.

Como los ayudados rodilla en tierra y genuflexo, toreando con todo, quieto y en movimiento. Una trinchera desató lo oles. Sobre la segunda raya, entre el 2 y el 3, se desmelenó al natural. Sonreía Morante, sonreían los tendidos. Cada vez más crecido se abandonó con naturalida­d por la derecha, con un gallista desplante y una rodilla en la arena. Su muleta parió otro ayudado y un molinete de inspiració­n. No eran las musas las que pillaban a Morante toreando, era Morante el que las desataba. Cuánta torería en el final, con ‘Quitaluna’ ya acobardado. Con apenas media estocada en lo alto, tardó en caer el toro, pero la gente ondeó enseguida sus pañuelos blancos y paseó un trofeo con sabor.

No anduvo del todo fino Manzanares con un quinto que no era fácil y en el que tiró de la voz. Como se tiraba el toro a la arena. Cada vez con más complicaci­ones, el alicantino lo intentó con raza y lo despenó de un espadazo para ver recompensa­do su esfuerzo con otro premio.

Volver a nacer

Aunque el premio mayor sería su vuelta a la vida, porque Manzanares directamen­te volvió a nacer en el bastote sexto, al tropezar y ser zarandeado como un pelele en el tercio de banderilla­s. Milagrosam­ente, no hubo cornada que lamentar, pero la paliza la llevaba en lo alto. Cuando Aguado se quedó solo con su toro, la gente no quería música. Fue otro animal con dificultad­es, en el que el sevillano se mostró con asiento y entrega. No tuvo suerte con su lote.

Hubo instantes inolvidabl­es y un gran ejemplar, aunque no fueron de la mano. En la anochecida permanecía el sentimient­o de Morante, tan torero, tan flamenco, por ‘Soleares’. Qué toro.

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// FERNANDO BLANCO Morante de la Puebla, en un quite por chicuelina­s

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