ABC (Andalucía)

El ancla del mal

Ni Goya logró ponerle el rostro exacto a la maldad de Saturno devorando a su hijo

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA sensación de que no eres suficiente para tus hijos nace en ti antes de su propio nacimiento. Con el primer latido tocando los tambores tribales de la vida en el ecógrafo. Tu primera nana en al arrullo de esa fragilidad es una canción de angustia, una seguiriya como aquellas que Agujetas bramaba entre el brillo de sus muelas de oro y la oscuridad de los costurones de su cara. ¿A dónde irán a parar esos gritos que saltan de ansia en ansia? Cuando el reloj marca el tictac de su corazón, dejas de importarte. Los hijos te encarcelan en su nirvana de felicidad ilimitada y de preocupaci­ón perpetua. La primera persona del verbo ser se borra hasta de tu memoria. Ya sólo conjugarás la segunda. Serás nada más que ellos. Y sólo aspirarás a que sean mejores que tú, más sanos, más felices, más humildes, más sabios. Más libres. El instinto animal se antepone a la razón y te infunde un sentimient­o vitalicio de impotencia con el que tendrás que aprender a vivir hasta que descubras que no puedes protegerlo­s sin la ayuda de Dios.

Algunas especies matan a sus crías por superviven­cia. Sólo el hombre tiene en sus adentros, quizás a mil metros de profundida­d, el fusible del mal. La iniquidad es el contrapeso de nuestra inteligenc­ia superior. Nos iguala a las ratas. Pero ningún exorcismo puede sacar de un cuerpo al demonio que mata a sus hijos. Goya no pudo pintar en sus delirios más negros el verdadero rostro de Saturno devorando a su hijo porque ni siquiera la más sublime abstracció­n puede alcanzar ese grado de ignominia. El ancla de Tomás Gimeno hundiendo a sus hijas en el sinfín del Atlántico para perpetuar en la incertidum­bre el dolor de la madre se ha enganchado a la corteza oceánica de la condición humana. La paradoja es exterminad­ora▶ el hombre no puede explicar al hombre.

Apenas queda el quejido de los tuétanos, que son la frontera del alma. Sólo se me ocurre, por intentar algún alivio, llevar a mis hijos hasta la lápida de luto azul para que escuchen el gemido de su padre y una oración de esperanza por las niñas ancladas a la sal de nuestras heridas▶ «Fui piedra, perdí mi centro / y me arrojaron al mar / y al cabo de mucho tiempo / mi centro vine a encontrar».

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