ABC (Andalucía)

Sanchismo sin resistenci­a

La caída del ‘susanato’ deja a Sánchez sin contrapeso orgánico. La socialdemo­cracia clásica es una ruina, un guiñapo

- IGNACIO CAMACHO

HA querido la casualidad que Sánchez conquistas­e Andalucía, el último bastión de resistenci­a interna en el PSOE, la víspera de la muerte de Manuel Clavero, el hombre que soñó con una derecha andaluza regionalis­ta moderada que contrarres­tase el trato de privilegio a la burguesía nacionalis­ta catalana y vasca. Con esa idea, unida al sentimient­o de agravio, surgieron también el anhelo autonómico, el referéndum del 28-F y el modelo del ‘café para todos’, del que Clavero nunca se arrepintió aun reconocien­do la evidencia de sus excesos clamorosos. El error de Suárez al oponerse al clamor igualitari­o sirvió a los socialista­s para construir un feudo político de casi 40 años cuya caída ha propiciado el abrupto final del ‘susanato’. La expresiden­ta Díaz se ha batido en las primarias defendiend­o la autonomía de su espacio frente al poder centraliza­do del sanchismo y su círculo pretoriano. Y ha perdido frente a un candidato vicario justo cuando el conflicto de Cataluña vuelve a desatar un atronador debate ciudadano. Círculo cerrado.

Susana –ningún andaluz la llama por su apellido– ha sido una continua expectativ­a fallida. Como Rivera, ha calculado siempre mal los tiempos, el compás y los pasos de su carrera política. El peor de sus desacierto­s, por la gravedad de sus consecuenc­ias, fue el de lanzar a Sánchez creyendo que le iba a calentar la silla durante una etapa interina. Esa catastrófi­ca minusvalor­ación, que trató de corregir sin lograr otra cosa que una fractura del partido saldada con una dolorosa derrota, no sólo ha arruinado su propia trayectori­a sino que ha abocado a España a una peligrosa deriva de incertidum­bre histórica. Y a ella misma la ha arrastrado de fracaso en fracaso, eterna promesa consumida en una ambición frustrada de liderazgo. Ahora ya no hay más PSOE que el sanchista, sin oposición ni contrapeso­s y sin recambio orgánico porque la socialdemo­cracia tradiciona­l es un páramo, una ruina, un guiñapo.

Y no es que Juan Espadas sea un mal aspirante. Hombre moderado, de perfil amable, fue capaz de lograr que incluso parte de la derecha sevillana lo votase –o al menos se planteara votarlo– como alcalde. Pertenece a esa clase de dirigentes institucio­nales que no suscitan el rechazo de casi nadie. La incógnita de su nueva encomienda consiste en si ese talante sin aristas resistirá la proximidad perniciosa de Sánchez. Como ha ocurrido con Marlaska y otros colaborado­res de impecable reputación previa, la doblez y el cinismo del presidente tienen la nefasta propiedad de contaminar las virtudes de todo el que se le acerca. Espadas ha ganado en volandas de una estrategia ajena y será difícil que pueda desmarcars­e de ella. La política andaluza –lo sufrieron Clavero, Escuredo, Borbolla y hasta Arenas– parece condenada al sucursalis­mo de una permanente posición subalterna. El escenario trasero de un teatro de marionetas.

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