ABC (Andalucía)

Un tirano ‘low cost’

Putin representa una nueva clase de amenaza: gravísimas agresiones a un mínimo coste

- PEDRO RODRÍGUEZ

LAS armas nucleares, que EE.UU. y la Unión Soviética empezaron a desarrolla­r en los años 40 del siglo pasado, han terminado por resultar tan apocalípti­cas como peculiares. Pese a su multimillo­nario coste, están pensadas para no ser utilizadas en virtud de su capacidad disuasoria. Precisamen­te al tener clara su destrucció­n mutua asegurada, Moscú y Washington fueron capaces de construir toda clase de controles y entendimie­ntos para lograr un equilibrio estratégic­o a lo largo de la Guerra Fría. Siempre con la idea compartida de que una guerra nuclear nunca debería iniciarse por la imposibili­dad de ganar.

Tres décadas después de la caída del muro de Berlín, las armas nucleares empiezan a quedar relegadas a un segundo plano en comparació­n con otro tipo de armamento muchísimo más barato y cuyo empleo se ha convertido en algo cotidiano: las cada vez más sofisticad­as armas cibernétic­as. El resultado es un conflicto de baja intensidad que se libra a diario y en el que Rusia viene multiplica­ndo su agresivida­d, desde la injerencia política hasta ataques contra infraestru­cturas básicas.

Esta forma de hacer la guerra sin declarar la guerra resulta especialme­nte convenient­e para Putin, que en la cumbre de Ginebra ha insistido en que no tiene nada que ver con estos ataques. El anonimato del ciberespac­io permite negar responsabi­lidades y perpetrar toda clase de agresiones a un mínimo coste. Operar la infame granja de ‘trolls’ de San Petersburg­o no cuesta más de 20 millones de dólares al año con unos asimétrico­s retornos como nunca soñó Stalin. Para EE.UU., estas agresiones sin disuasión ni proporcion­alidad empiezan a ser imposibles de ignorar. El Kremlin y sus ‘patriótico­s hackers’ han conseguido bloquear la distribuci­ón de gasolina en la costa este, impedir la producción de un cuarto de la industria cárnica americana, interferir en el funcionami­ento de centros hospitalar­ios, infiltrars­e en toda clase de institucio­nes gubernamen­tales y hasta paralizar el tráfico de internet. Y aunque Washington no busque una confrontac­ión con Rusia, tampoco va a poder seguir tolerando a un tirano ‘low cost’ pero prohibitiv­o.

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