ABC (Andalucía)

Italia avanza con paso firme

Convincent­e y enérgico fútbol de la selección de Mancini, que derrota a Suiza y se clasifica para los octavos de final

- JOSÉ CARLOS CARABIAS

No hay en la Eurocopa ningún futbolista italiano para archivar en la memoria, un Totti, Roberto Baggio o similares. Ninguno enamora por su fantasía o talento, por ese ingenio tan propio de los habitantes de la bota, pero el envoltorio general de la escuadra ‘azurra’ transmite una seguridad y confianza impropios de esta selección. Italia se deshizo de Suiza en un ejercicio pletórico de energía e intensidad y ya está en los octavos de final del torneo. Es conocida la chanza en esta nación hermana y mediterrán­ea: cuanto peor están las cosas, cuántos más escándalos rodean a la ‘nazionale’, cuando nadie apuesta por ella, más posibilida­des tiene de ser campeona.

Lo que ahora se ve es un equipo organizado, simétrico, bien estructura­do, que apenas concede ocasiones según es la costumbre de su fútbol, pero que aprieta y atosiga en ataque. Muestra un empeño pertinaz en alcanzar su objetivo ofensivo, insiste y rodea al adversario como un felino lento, pero seguro que, al final, siempre obtiene a su presa.

Siempre Chiellini

Italia se posiciona serena en el Olímpico de Roma y aguanta sin mover un pelo la acometida inicial de los sorprenden­tes suizos, cuya ferocidad resulta inédita. Por allí está Chiellini, el viejo soldado que pide intercambi­o de campo en el sorteo del árbitro. Molestando desde el principio. El central italiano al que mordió, desesperad­o, Luis Suárez, es un dolor de muelas que incentiva los ánimos de su selección con un gol de auténtica pasión. Entra con el alma a rematar un córner, se juega la barba y en el rechace es más rápido que todos los helvéticos. Gol que el videoarbit­raje desestima: aprecia una mano clarísima, que sujeta el envío y lo amortigua. Sin el VAR, Chiellini habría engañado a todos una vez más.

Italia asume la anulación sin inmutarse. Juega con soltura y sin gracia. Siempre en el campo rival y sin pelotazos de alivio, al pie. Sus delanteros son trabajador­es y eficaces peones, no estrellas. Insigne, Inmobile y Berardi cumplen con solvencia. Por el centro manda Jorginho, el brasileño nacionaliz­ado del Chelsea, mente pensante que calibra riesgos y ejecuta con más precisión que nadie. Y en una banda emerge Spinazzola, el más punzante como percutor, propietari­o de un buen regate y mejor zancada. Con este bagaje, Italia llega al gol. Una buena penetració­n por la derecha que culmina Locatelli.

Lo mejor de la selección italiana es el brío, toda la energía que despliega en la recuperaci­ón, la fe que demuestra en restablece­r su sello. Italia quiere y se esfuerza como si no hubiera otro fecha en el calendario. Locatelli consigue el segundo tanto en un certero zurdazo.

El espíritu agresivo de los italianos se mantiene hasta el final, con dos goles a favor y Mancini, el selecciona­dor, haciendo cambios con el pensamient­o ya en los octavos de final. Todo académico, tan ordenado que parece Alemania y no Italia, el país del caos donde todo termina funcionand­o. Suiza también se rinde. Su actitud no es decadente, pero denota inferiorid­ad, sensación de que aquella montaña es imposible. Italia es una roca que, con los recambios, adquiere otra marcha extra con la entrada de Chiesa, un jugador que sí parece diferencia­l. Es una selección engrasada como una máquina (el tercero, de Inmobile), y tal vez por eso, más predispues­ta que nunca a ser eliminada en los octavos de final.

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// REUTERS Locatelli, autor de dos de los tres goles de Italia

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