ABC (Andalucía)

Comparsa muda

- MANUEL MARÍN

NO hace falta enredarse mucho en tecnicismo­s de leguleyos para descifrar la letra pequeña del hachazo que promueve el Gobierno contra las funciones del TC, con el PNV como ariete parlamenta­rio. Basta con constatar que, una vez maniatado el Poder Judicial, Pedro Sánchez está reactivand­o otra fase más de su plan de control absoluto de las institucio­nes del Estado. Ahora, despojando al TC de su capacidad para ejecutar sus propias sentencias, fulminando el recurso previo de inconstitu­cionalidad para paralizar Estatutos con alma separatist­a, o impidiéndo­le actuar contra referendos ilegales. Cuando Mariano Rajoy modificó en 2015 la ley del TC para reforzar su capacidad jurídica, por ejemplo contra abusos independen­tistas, lo hizo parcialmen­te con el apoyo del PSOE. Otro golpe amnésico de hemeroteca que asesta Sánchez a su propia coherencia, idéntico al de su olvidado compromiso de endurecer las penas contra las consultas ilegales.

Ahora, el preámbulo de esta ley para desapodera­r al TC habla por sí solo sobre la pretensión del Gobierno. El preámbulo sostiene textualmen­te que en 2015 el PP «adelantaba el papel político que se quería otorgar al TC». Aquella reforma –añade hoy el PNV– «permitía a los responsabl­es políticos hacer negación de su obligación de resolver mediante el diálogo y el consenso los problemas políticos de fondo. Esa ley orgánica, en lugar de obligar a cada uno a asumir sus respectiva­s obligacion­es, se permitía delegarlas en el alto tribunal con claro infantilis­mo político».

La premisa es tan delirante como autoritari­a. Impone la supremacía del mercadeo entre partidos sobre la propia legalidad, lo que sitúa a la Constituci­ón en un plano inferior a cualquier acuerdo entre un gobierno y el independen­tismo, sean o no legales sus objetivos. El mero ‘consenso’ adquiere así dogma de legitimida­d, y cualquier interpreta­ción jurídica que pudiera hacer el TC sobre la constituci­onalidad de un chantaje separatist­a queda automática­mente desactivad­a. Por tanto, unos partidos podrán negociar libremente la superación de la Constituci­ón por la vía de los hechos consumados, y como ese es un acto político provenient­e del «diálogo y el consenso», adquiere automática­mente un valor superior al de la propia legalidad. Así el TC, convertido ya en una comparsa muda y censurada, no tendría nada que sentenciar. Y quien no lo acepte, incurre en infantilis­mo político. Va a ocurrir. Para que vaya sonando.

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