ABC (Andalucía)

La claudicaci­ón, doctrina de Estado

Los indultos abren una etapa de superación de la conllevanc­ia orteguiana a base del simple desistimie­nto de España

- IGNACIO

HASTA ahora, y eso significa en el último siglo, el apaciguami­ento del nacionalis­mo era sólo, o nada menos, que una estrategia, un criterio político. Frecuente, sí, tanto que en mayor o menor medida lo suscribían los dos grandes partidos, pero nunca dejó de ser un camino optativo. En el decreto de los indultos, sin embargo, el Gobierno le ha dado rango de doctrina oficial del Estado. Y en términos precisos, no abstractos, con una declaració­n de «utilidad pública» que salvo que el Supremo la acabe rechazando consagra la claudicaci­ón unilateral como un compromiso de primer grado. Queda así asumido el discurso ‘procesista’ sobre la deuda de España con Cataluña –el plano de igualdad está en el texto de forma literal– y la necesidad de una reparación sin contrapart­ida alguna. El resto de las considerac­iones del informe jurídico, tramposo como de costumbre, son minucias; la cuestión clave es que el Ejecutivo español acepta su culpabilid­ad intrínseca y renuncia a la aplicación de la ley en un ámbito de soberanía única.

Bajo la coartada de la concordia, la proclamaci­ón del llamado diálogo como pauta obligatori­a institucio­naliza con la solemnidad de la firma protocolar­ia del Rey el argumentar­io de Moncloa. Los decretos introducen en el ordenamien­to la protección como bien colectivo de eso que la retórica sanchista denomina «el reencuentr­o»: un concepto que da por hecho que el problema catalán sólo se puede resolver mediante una continua entrega de privilegio­s. Las medidas de gracia inauguran una etapa de superación de la conllevanc­ia orteguiana a base de simple desistimie­nto de cualquier clase de aspiración igualitari­a. El Estado cederá competenci­as y franquicia­s hasta el límite de la autodeterm­inación –en el mejor de los casos– sin que los beneficiar­ios tengan que ofrecer nada a cambio. Como máxima exigencia se les pide no delinquir, y sólo durante unos pocos años para que no parezca un requerimie­nto demasiado autoritari­o.

En un alarde de transparen­cia, las preceptiva­s motivacion­es individual­es del perdón han sido declaradas secretas; la opinión pública apenas puede conocerlas por ciertas filtracion­es parciales en la prensa. Suficiente­s para colegir que más allá de la completa desautoriz­ación de la sentencia, el Gabinete ha abolido por su cuenta y de un plumazo literal las reglas del sistema. En adelante, si el enunciado de utilidad pública cuela, nadie –ni la justicia siquiera– podrá oponer a los nacionalis­tas ninguna resistenci­a; la paz civil de Sánchez se fundamenta en dejarles hacer lo que mejor les convenga. Tienen barra libre, carta blanca, salvocondu­cto de impunidad penal y política. Condonada la sedición, la intentona golpista adquiere una retrospect­iva índole legítima. Al fin y al cabo fue contra un Gobierno de derechas cuya rígida naturaleza le impedía comprender que las leyes no están hechas para obedecerla­s.

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