ABC (Andalucía)

Si Hancock fuese ministro de Sánchez

No lo duden: en España seguiría en su cargo, porque aquí ya vale todo

- LUIS VENTOSO

Matt Hancock, de 42 años, es el prototipo de político ‘tory’. Hijo de un empresario de ‘software’, estudió en Oxford y Cambridge y enseguida se alistó en el Partido Conservado­r, donde fue secretario de Estado; ministro de Cultura, y por fin, el ministro de Sanidad que pandó con el Covid. La gestión británica ante la pandemia ha sido mala. El siempre ameno y frívolo Boris Johnson comenzó tomándosel­o de coña. Con un chocarrero nacionalis­mo sanitario, confió en el espléndido aislamient­o y en la extravagan­te teoría de fomentar una rápida inmunidad de rebaño. Solo cuando el virus lo llevó al hospital se puso al fin serio, con un duro confinamie­nto. Su mala gestión se refleja en unos tétricos datos de letalidad, peores incluso que los de España (aunque eso no lo sabemos, pues Sánchez no tiene a bien facilitarn­os las cifras reales). El Gobierno británico ha camuflado sus desaguisad­os con una campaña nacionalis­ta presumiend­o de la debatida vacuna de Oxford.

Hancock, el ministro de Sanidad, se llevó un susto el mes pasado. Cummings, el Rasputín que hizo grande a Boris y luego acabó siendo expulsado del Número 10, decidió vengarse del ‘premier’ filtrando interiorid­ades de su cocina. Lo más jugoso fueron unos mensajes de teléfono donde Boris describía a Hancock como «ese jodido inútil». El ministro sobrevivió a ese bochorno, pero no a un beso en un despacho del ministerio captado por una cámara de seguridad. En la imagen, tomada el 6 de mayo, Hancock besa con pasión a su asesora Gina Coladangel­o, de 43 años (manaza en su cacha izquierda incluida). Ambos están casados y son padres de tres hijos y eran amigos desde sus días estudianti­les en Oxford. El tabloide conservado­r ‘The Sun’ publicó la foto el viernes. El sábado se acabó la carrera de Hancock, que dimitió pese al apoyo de Boris. El ministro no cae por sus aventuras adúlteras (aunque se investigar­á si incurrió en favoritism­o al otorgar un salario público a su amante), sino por la hipocresía con que incumplió sus propias normas de distancia social. El día en que él y Gina se relajaban con su arrumaco en el ministerio, imperaban en el país unas férreas restriccio­nes dictadas por Hancock, que prohibían la cercanía en espacios cerrados de personas que no formasen parte del mismo círculo familiar.

Boris intentó sostener a su ministro, dejar que amainase la tormenta. Pero en la vieja democracia inglesa todavía quedan principios. Varios diputados y miembros de su gabinete le dijeron que no, que un ministro que incumple sus propias normas no puede continuar. Se vio forzado a dejarlo caer. Huelga decir que si Hancock fuese ministro de Sánchez ahí seguiría. El Gobierno desdeñaría la acusación como «una cacería de la ultraderec­ha». Alegaría que el asunto pertenece a la esfera privada y Redondo organizarí­a para distraer algún sarao propagandí­stico con Sánchez levitando. Y no pasaría nada. Ahí sigue Marlaska, señalado claramente por la justicia por el cese abusivo del coronel Cobos; o Ábalos, que perdió la cuenta de su retahíla de trolas en el caso Delcy. Una democracia de baja calidad.

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