Draghi el káiser
Desde que Mario Draghi llegara al Gobierno italiano el pasado mes de febrero, se han disparado las expectativas de que Italia acometerá las reformas estructurales que lleva arrastrando mucho tiempo. La verdad es que tiene mejores condiciones de partida que sus predecesores. El fondo de recuperación europeo –Next Generation EU– supone un enorme empujón financiero. Más de doscientos mil millones de euros para sacar adelante distintos proyectos. Además, Draghi conoce muy bien los problemas estructurales de la economía italiana ya que desde el Banco
Central Europeo ha pasado muchos años exigiendo las reformas. Y, por último, goza de muy buena prensa en Bruselas y entre los líderes europeos.
Los tres pilares de las reformas que ha anunciado son: administración, judicial e infraestructuras. Draghi quiere simplificar las normas, eliminando duplicidades –e incluso contradicciones– entre los distintos ámbitos administrativos. Acelerar los procesos judiciales y acabar con el tapón en la justicia. Y, por último, actualizar las infraestructuras que llevan décadas de retraso con respecto a sus homónimos europeos.
De primeras, las prioridades parecen razonablemente claras y el italiano tiene peso específico de sobra para impulsarlas tanto dentro como fuera de Italia.
Ahora, y en contra de la narrativa actual, no tiene una situación relativa mejor a la española. Por un lado la reformas necesarias allí son de mucho mayor calado. Y por otra parte, el italiano tiene una ventana de oportunidad muy estrecha. Con elecciones como tarde en 2023 los partidos políticos van a empezar a moverse pronto. La ascendencia moral del exbanquero central se va a ir diluyendo a medida que las cosas mejoren y se aproximen las urnas. Ni siquiera el káiser Draghi tiene garantizado el éxito en la lampedusiana Italia.