Aquí yace el sentido común
El Gobierno retuerce la lógica como si fuese una barra de regaliz
DECÍA el siempre astuto Voltaire que «el sentido común no es tan común». Cierto. De hecho en España está más amenazado que el lince ibérico. Sus principales depredadores son la desinformación, los programas de ingeniería social y de reforma territorial del Gobierno y el desinterés de buena parte del público por conocer los hechos antes de opinar. Se agolpan novedades que hace solo un lustro nos parecerían de tebeo, o de pesadilla distópica. A pesar del clamor de las feministas del PSOE, el Consejo de Ministros aprueba la ‘ley Trans’ de Irene Montero, un engendro que a nivel administrativo extingue el sexo biológico. A partir de ahora bastará con acudir a un registro, declarar tu nuevo género y sin más trámite pasarás a tener el contrario de aquel con el que naciste (los chavales de 16 años podrán hacerlo sin permiso paterno). Para entendernos: según este importante ‘avance social’, si la ministra Montero dice de repente que ahora ella es un gachó así constará oficialmente (para sorpresa del parado consorte de Galapagar). Todo esto sucede en un país que acaba de aprobar, celebrándolo como el sumun del progresismo, que los médicos de la sanidad pública puedan matar a los enfermos terminales o crónicos que lo demanden (o a personas que declaren un padecimiento incapacitante). ¿Es normal? No: solo cinco países del mundo han aprobado algo así.
Deberíamos levantar por suscripción popular un monumento con este lema en el friso: «Aquí yace el sentido común». El presidente de Cataluña, Aragonès, que según nuestra Constitución es el máximo representante ordinario del Estado en la comunidad, ha plantado tres veces al Jefe del Estado en solo quince días, con el manifiesto propósito de expresar su aversión hacia él e intentar humillarlo. Pero el mismo día en que hace feos al Rey, homenajea con una recepción oficial a los presos golpistas indultados. ¿Y qué hace el presidente del Gobierno de España ante este panorama? Pues recibir hoy a Aragonès en La Moncloa para empezar a preparar una mesa bilateral España-Cataluña, donde ofertará a ese separatista que ofende al Jefe del Estado un nuevo Estatut que lindará con lo inconstitucional –si no lo es de pleno– y también una montaña de dinero, que se detraerá de otras regiones. ¿Es lógico que el presidente de España ponga a parir a los partidos que defienden la unidad nacional mientras vive un interesado idilio con los separatistas? No. ¿Es lógico que el Gobierno despelleje al Tribunal de Cuentas solo para lisonjear a sus socios independentistas? No ¿Es lógico que se diseñe la España del futuro, asunto que nos concierne a todos los españoles, al dictado de partidos que no solo no creen en nuestro país, sino que alardean de que aspiran a destruirlo? No. ¿Es lógico conceder un autogobierno extremo a Cataluña, cuando es obvio que al día siguiente estarán llamando a la puerta los vascos –y más tarde Baleares y los separatistas gallegos–, iniciándose así la centrifugación de la nación española? No.
A largo plazo el sentido común retornará. Pero como apuntaba el viejo Keynes, «a largo plazo todos estaremos muertos».