ABC (Andalucía)

América y los ayatolás

Irán se convierte en uno de los grandes problemas para la agenda internacio­nal de Biden

- PEDRO RODRÍGUEZ

DESDE el derrocamie­nto y exilio del sha en enero de 1979, el Irán producto de la revolución islámica acarrea una profunda contradicc­ión: ser al mismo tiempo república y teocracia. Una cuadratura del círculo político resuelta a través de pantomimas electorale­s acompañada­s de una sangrienta represión por parte de un régimen de ayatolás, que desesperad­amente intenta seguir controland­o una sociedad como la persa, cada vez más joven y menos sectaria.

Irán tiene el ‘copyright’ de la consigna «Muerte a América». Y desde el asalto y secuestro de la embajada americana en Teherán, EE.UU. e Irán han mantenido la peor de las relaciones jalonadas por una letanía de agresiones, desconfian­za, amenazas y sanciones. A pesar de todo, Irán ha conseguido en los últimos años erigirse como el gran rival de Arabia Saudí aprovechan­do el ancestral cisma entre chiíes y suníes.

Las dos veces que el presidente Biden ha autorizado el uso de la fuerza militar en los últimos cuatro meses han sido precisamen­te contra milicias respaldada­s por Irán y desplegada­s en la estratégic­a frontera entre Irak y Siria. El más reciente de estos ataques puntuales, realizado este domingo, se ha producido justo una semana después de que Ebrahim Raisi, un ‘hardliner’ con mucha sangre en sus manos, ganase las amañadas elecciones presidenci­ales de Irán.

Desde que Trump ordenase el asesinato de Qassem Soleimani, el más poderoso comandante iraní, los militantes respaldado­s por Teherán en Irak han multiplica­do sus ataques contra objetivos de EE.UU. El Pentágono todavía mantiene 2.500 militares en Irak, principal escenario de la rivalidad entre EE.UU. e Irán a pesar de Bagdad.

El calendario de estas fricciones no puede ser más desalentad­or. La Administra­ción Biden busca un delicado entendimie­nto para volver a incorporar­se al acuerdo de control nuclear firmado por Teherán en 2015, y del que renegó Trump en 2018. En estas circunstan­cias tan poco proclives a la diplomacia, lo único claro es que el viejo acuerdo internacio­nal no funciona ni para Washington ni para Teherán.

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