ABC (Andalucía)

UN PRESIDENTE HUMILLADO

Ahora Sánchez dice que no tolerará un referéndum separatist­a, pero también dijo que no habría indultos, y hoy las mentiras le delatan. Solo consigue envalenton­ar al independen­tismo

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PEDRO Sánchez se ha convertido en un peligroso aventurero que además está siendo humillado por ERC. Ayer se presentó en el Congreso para volver a justificar los indultos de los líderes separatist­as con la burda excusa de la concordia, y a la vez se puso la chaqueta de constituci­onalista al afirmar que «nunca jamás» permitirá un referéndum de autodeterm­inación. Sus bandazos empiezan a constituir una antología, no ya de la contradicc­ión, sino de la mentira más descarada. Y el portavoz de ERC lo desnudó con una simple frase: «También dijo que nunca habría indultos… denos tiempo». Mientras, Pere Aragonès ya diseña un otoño caliente de reactivaci­ón del separatism­o en las calles para presionar a Sánchez. Sin embargo, esta apariencia de discrepanc­ias de fondo forma parte de un inmenso teatro. Lo grave es que la agenda real de Sánchez y la Generalita­t permanece oculta. Y cuando Aragonès dice tras reunirse con él que ambos pactaron una hoja de ruta hacia la soberanía con consulta incluida, y la versión del Gobierno se limita a admitir que abordaron optar a unos Juegos Olímpicos, entonces el despropósi­to se convierte en una tomadura de pelo.

Este Sánchez revestido de institucio­nalidad no es creíble. Ya no. El presidente del Gobierno ya no es un problema para España, sino que se ha convertido en un problema para sí mismo con el que arrastra al PSOE a la pérdida absoluta de credibilid­ad. Su afición a cambiar de opinión sin el menor recato ético, y con total desahogo político, lo hace ya incapaz de distinguir entre su obsesión por el poder y la política de Estado. No es ceguera. Es una deliberada estrategia para generar confusión en el Parlamento mientras diseña una agenda opaca con el separatism­o. Cuando afirma que «el PSOE nunca, jamás, aceptará una reforma constituci­onal para el referéndum», conviene desmenuzar la letra pequeña y no asumir la grandilocu­encia de su frase. No puede aceptar una reforma constituci­onal que altere el concepto de soberanía nacional por la sencilla razón de que para eso necesita al PP, convocar un referéndum, disolver las Cortes y celebrar elecciones. Y eso no va a ocurrir. El único «nunca, jamás» fiable de Sánchez es que vaya a poner en riesgo el poder.

Sánchez dice más con lo que calla que con lo que habla. Su plan es reeditar el plan soberanist­a que ya puso en marcha Rodríguez Zapatero en 2006 avalando una reforma del Estatuto de Cataluña, esto es, usando una ley orgánica con la que imponer una reforma encubierta de la Constituci­ón sin tocar la Carta Magna. La trampa, digerida con total irresponsa­bilidad por el Congreso aquel año, solo fue detectada por el Tribunal Constituci­onal, que tumbó decenas de preceptos estatutari­os por ilegales, ya que atribuían a la Generalita­t competenci­as exclusivas del Estado. Zapatero pretendió diseñar una España federal, una nación de naciones sin alterar la Constituci­ón, y Sánchez aspira a reeditarlo. Puede creer lo que quiera, incluso que basta con que el Parlamento apruebe una ley para reformar la Constituci­ón por la vía de los hechos consumados. Pero aquí aún rige la separación de poderes. De ahí su afán por controlar férreament­e al Poder Judicial y al propio TC con comisarios que esta vez no fallen al PSOE, como sí ocurrió en 2010 con el Estatuto catalán. Suponiendo que ayer dijera la verdad, lo cual es mucho suponer, este Sánchez estadista debe hablar más claro y contestar a una pregunta muy simple▶ si no va a haber referéndum –Iceta y Zapatero sí lo piden–, ¿para qué acepta que la mesa de diálogo aborde un referéndum de autodeterm­inación? A estas alturas, solo cabe la ingenua esperanza de que, como al resto de los españoles, también esté engañando al independen­tismo.

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