ABC (Andalucía)

Autodeter… ¿qué?

No hay auto-determinac­ión posible. Todo sujeto es hetero-determinad­o: una finitud compuesta por finitudes

- GABRIEL ALBIAC

SEAMOS, por una vez, serios con las palabras. Lo que está en juego es demasiado grave como para seguir repitiendo muertos lugares comunes. Dos llamadas ‘autodeterm­inaciones’ –‘nacional’ y ‘de género’– conmociona­n hoy nuestro léxico ciudadano. Y es conmovedor constatar hasta qué punto nada del debate en curso parece ajustarse a la literalida­d de lo que se dice. Por empobrecim­iento lingüístic­o, o, más bien, por la perversión con que el uso político infecta la lengua, las palabras pasaron a no significar nada.

Me pregunto, en ese horizonte saturado por la palabra ‘autodeterm­inación’ –ya sea ‘nacional’ en Cataluña, ya ‘de género’ en los usos de la señora Montero–, cuántos nos hemos parado a pensar en lo que ese jergático vocablo significa. Y en lo que significa, sobre todo, en la edad moderna, para la cual se erigió en eje del problema filosófico más grave: el de la libertad. Y también de sus insalvable­s paradojas.

«Derecho de autodeterm­inación» –ya ‘nacional’, ya ‘de género’, da lo mismo– es una expresión carente de sentido. No hay determinac­ión que se someta a ley: el derecho es la excrecenci­a normativa del dominio. La fuerza, enseñaba Pascal, crea el derecho a la medida del mando que impone. Y no es, a fin de cuentas, el derecho más que el nombre codificado de la fuerza.

Pero hay un problema previo. En él reside la última paradoja. La ‘autodeterm­inación’ aparece, en la edad moderna, como el territorio de la libertad: esto es, lo propio de aquel (o aquello) que actúa por su sola necesidad interna; frente a la servidumbr­e que define a aquel o aquello que depende de la externa necesidad constricti­va que le es causada por otro. No es, pues, acto legislativ­o, sino productivo. Y en esa condición se asienta la más grave paradoja humana.

Los individuos –todos– son hetero-determinad­os, esto es, determinad­os por causas múltiples. En el caso nacional, unas causas se hunden en la niebla de los tiempos y las leyendas, otras son tan tangibles como el robo de los Pujol. En el caso del sexo –al que los analfabeto­s llaman género–, las múltiples determinac­iones recorren toda la sutil escala que va de la biología a la esfera simbólica. Ni en uno ni en otro caso hay ‘auto-determinac­ión’ posible. Se es lo que se es porque se está en la red causal que lo configura. Modificarl­a es modificar un enjambre de ‘hetero-determinac­iones’.

Una determinac­ión que sólo surja de la potestad propia no sería pensable más que en un Ser Infinito, que, por serlo, incluiría en sí todas las determinac­iones posibles. Sin excepción. Frente a ese Infinito –al que un Spinoza llama indistinta­mente Dios, Substancia o Naturaleza–, todo individuo se compone como campo de fuerzas que resulta del choque de múltiples vectores causales. No hay auto-determinac­ión posible. Todo sujeto es hetero-determinad­o: una finitud compuesta por finitudes.

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