Autodeter… ¿qué?
No hay auto-determinación posible. Todo sujeto es hetero-determinado: una finitud compuesta por finitudes
SEAMOS, por una vez, serios con las palabras. Lo que está en juego es demasiado grave como para seguir repitiendo muertos lugares comunes. Dos llamadas ‘autodeterminaciones’ –‘nacional’ y ‘de género’– conmocionan hoy nuestro léxico ciudadano. Y es conmovedor constatar hasta qué punto nada del debate en curso parece ajustarse a la literalidad de lo que se dice. Por empobrecimiento lingüístico, o, más bien, por la perversión con que el uso político infecta la lengua, las palabras pasaron a no significar nada.
Me pregunto, en ese horizonte saturado por la palabra ‘autodeterminación’ –ya sea ‘nacional’ en Cataluña, ya ‘de género’ en los usos de la señora Montero–, cuántos nos hemos parado a pensar en lo que ese jergático vocablo significa. Y en lo que significa, sobre todo, en la edad moderna, para la cual se erigió en eje del problema filosófico más grave: el de la libertad. Y también de sus insalvables paradojas.
«Derecho de autodeterminación» –ya ‘nacional’, ya ‘de género’, da lo mismo– es una expresión carente de sentido. No hay determinación que se someta a ley: el derecho es la excrecencia normativa del dominio. La fuerza, enseñaba Pascal, crea el derecho a la medida del mando que impone. Y no es, a fin de cuentas, el derecho más que el nombre codificado de la fuerza.
Pero hay un problema previo. En él reside la última paradoja. La ‘autodeterminación’ aparece, en la edad moderna, como el territorio de la libertad: esto es, lo propio de aquel (o aquello) que actúa por su sola necesidad interna; frente a la servidumbre que define a aquel o aquello que depende de la externa necesidad constrictiva que le es causada por otro. No es, pues, acto legislativo, sino productivo. Y en esa condición se asienta la más grave paradoja humana.
Los individuos –todos– son hetero-determinados, esto es, determinados por causas múltiples. En el caso nacional, unas causas se hunden en la niebla de los tiempos y las leyendas, otras son tan tangibles como el robo de los Pujol. En el caso del sexo –al que los analfabetos llaman género–, las múltiples determinaciones recorren toda la sutil escala que va de la biología a la esfera simbólica. Ni en uno ni en otro caso hay ‘auto-determinación’ posible. Se es lo que se es porque se está en la red causal que lo configura. Modificarla es modificar un enjambre de ‘hetero-determinaciones’.
Una determinación que sólo surja de la potestad propia no sería pensable más que en un Ser Infinito, que, por serlo, incluiría en sí todas las determinaciones posibles. Sin excepción. Frente a ese Infinito –al que un Spinoza llama indistintamente Dios, Substancia o Naturaleza–, todo individuo se compone como campo de fuerzas que resulta del choque de múltiples vectores causales. No hay auto-determinación posible. Todo sujeto es hetero-determinado: una finitud compuesta por finitudes.