El turismo rojo se adueña de China
Millones de viajeros visitan los lugares históricos del Partido Comunista en el año de su centenario, espoleados por el rampante nacionalismo y el revisionismo histórico
Las reservas en lugares relacionados con la historia del Partido crecieron un 208% respecto al año pasado
Dos banderas rojas ondean juntas bajo el sol, casi indistinguibles: una porta cinco estrellas amarillas, otra la hoz y el martillo. China y Partido Comunista. La organización política cumple cien años y el país entero lo celebra. Esta efeméride ha llevado a millones de chinos a peregrinar a los sacros lugares de la revolución, espoleados por el rampante nacionalismo y el revisionismo histórico que, urdidos por el régimen, se retroalimentan.
El destino más popular es la capital roja, la cuna del movimiento: Yan’an. Aquí concluyó la Larga Marcha, un periplo de 12.500 kilómetros y 370 días al que solo sobrevivió uno de cada diez de los soldados comandados por Mao Zedong. La localidad se convirtió entonces en el eje de una revolución a la que dotó de carácter propio: a diferencia de la rusa, obrera y urbana, en China sería campesina y rural. Desde aquí las huestes comunistas lanzaron la efectiva campaña de guerrilla que, sumada al apoyo decidido de la Unión Soviética, les llevó a ganar la guerra civil pese a la superioridad militar de los nacionalistas. Yan’an es hoy una ciudad orgullosa de su pasado, en la que cada valla está rematada por una estrella y ningún color eclipsa al rojo. Cuando cae la noche, las colinas que la esconden se iluminan mientras resuenan atronadores los compases iniciales de ‘El Este es rojo’ como en un Disneyland marxista. Entre sus principales atracciones se encuentra el Pabellón Memorial Revolucionario, donde una enorme estatua de Mao con los brazos en jarras da la bienvenida a los visitantes, y el Lugar Revolucionario de Zaoyuan, las cuevas en las que residían los cabecillas del Partido.
Este año, al aniversario se suma la imposibilidad de viajar al extranjero, lo que ha provocado la llegada de una marabunta de turistas. «Nunca antes había trabajado tanto», confiesa un joven taxista de nombre Qian. Según un informe reciente de Trip.com, la mayor plataforma de viajes del gigante asiático, las reservas en lugares relacionados con la historia del Partido crecieron un 208% en la primera mitad de año con respecto al anterior.
Fang Zeqian, analista del Instituto de Investigación Turística patrocinado por la empresa, asegura que «la popularización y normalización de la educación patriótica ha aumentado el atractivo del turismo rojo». La tendencia es particularmente acusada entre los menores de cuarenta años, el segmento cuyo interés ha repuntado más.
El ‘gen rojo’
Las autoridades no son ajenas a este fenómeno. El propio Xi Jinping proclamó en el pasado que la «educación revolucionaria» debería empezar con los bebés, «para que el ‘gen rojo’ penetre en su sangre y corazones, y guíe a los jóvenes a mantener una perspectiva correcta del mundo». Para el mandatario, cada «atracción turística roja» representa «una dinámica aula que contiene sabiduría política y nutrientes morales».
Otro de los destinos de moda está relacionado, precisamente, con la biografía de Xi. El líder chino más poderoso desde Mao fue durante la Revolución Cultural un estudiante represaliado que dedicó siete años de su adolescencia a cavar zanjas en Liangjiahe. A consecuencia, este remoto pueblo se ha convertido ahora en un complejo turístico. Los curiosos se agolpan en el interior de la choza de adobe en la que un día durmió el joven Xi.
«Antes todo esto era campo», apunta Baixia señalando la flamante nueva sede de la prestigiosa Universidad Tsinghua recién inaugurada en medio de la nada. La joven treintañera trabaja en Yan’an, pero regresa a menudo a Liangjiahe para visitar a su abuela. «Mi familia es de aquí. Mi abuela, como todos los vecinos, era una agricultora, pero ahora cada vez más personas tienen una tienda o regentan su propio negocio». «Xi Dada [apelativo popular para referirse al líder, traducible como Papá Xi], ha mejorado mucho la vida de la gente», sentencia convencida.
La cola para entrar al Museo del Partido en Shanghái, estrenado para la ocasión, da varias vueltas alrededor del edificio. En una de las últimas salas del recorrido, un panel repite en bucle imágenes de los hitos nacionales alcanzados en las últimas décadas: la liberación de Nanjing y Shanghái, la primera bomba atómica, la devolución de Hong Kong y Macao, el tren de alta velocidad, la incorporación a la Organización Mundial del Comercio, los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, la primera misión espacial tripulada... La lista sigue.
«Durante los últimos cien años, el PCCh ha superado duros retos y logrado numerosos logros», sentencia el cartel informativo. Las analectas oficiales, no obstante, omiten varios capítulos: la devastación de la Gran Hambruna, el caos de la Revolución Cultural o las protestas prodemocracia de Tiananmen. Una línea política que divide en dos la historia: a un lado los triunfos, a otro el silencio. Recordar es una actividad contrarrevolucionaria.
La hoz y el martillo
Al final de la exposición, los miembros del Partido se colocan de cara a una pared decorada con la hoz y el martillo para renovar sus votos, recitando al unísono el juramento de admisión. Antes de empezar, una voluntaria se asegura de que la fila forme una estricta línea recta y les recuerda que se deben despojar por un instante, signo de los tiempos que se han vivido, de la mascarilla. «Es mi voluntad unirme al Partido Comunista de China», entonan con voz apasionada y puño en alto.
Quizá el mayor logro que ha conseguido el movimiento haya sido la simbiosis total de ambos conceptos: Partido Comunista y China. Hoy, cien años después de su fundación, dos banderas rojas ondean juntas bajo el sol, casi indistinguibles.