ABC (Andalucía)

Si la turba decide a quién linchar

- HÉCTOR ABAD FACIOLINCE HÉCTOR ABAD FACIOLINCE ES ESCRITOR

En estos tiempos en que se juzgan los hechos de ayer con los criterios morales de hoy, por miedo a ser linchados por la opinión mayoritari­a y corriente, preferimos callar. Una estatua de más u otra de menos, ¿qué más da? En un extremo del péndulo de la historia, hace uno o dos siglos, se glorificab­an sin matices los descubrimi­entos del almirante Colón, e incluso se le daba a una república recién fundada un nombre en honor a él, para resarcir el error de llamar América a un continente que don Américo no descubrió. En el otro extremo del péndulo de los tiempos, hoy, se lo denigra, se le declara genocida sin estudiar al personaje, y se lo lincha simbólicam­ente derribándo­lo de un pedestal. Se exige, además, que se le cambie el nombre al país que Bolívar bautizó Colombia.

No soy de los que piensan que don Cristóbal Colón haya sido un santo, pero tampoco fue el demonio que ahora nos quieren pintar. Fue un hombre extraordin­ario, pero hijo de su época, irremediab­lemente, tanto como nosotros lo somos de la nuestra. Si se lo ha de juzgar por sus actos con los criterios éticos de hoy, habría que decir que Colón trató peor a los europeos que cayeron bajo su mando que a los mismos indígenas, de quienes casi siempre dijo palabras tan dulces y favorables que hasta ayudaron a construir el mito del buen salvaje, que es el origen biempensan­te de quienes hoy se sienten superiores moralmente al derribar sus monumentos.

Fue precisamen­te por lo anterior que el gran apologista y biógrafo de Colón fue nada menos que Bartolomé de las Casas, el más acérrimo defensor de los indios, a quien espero que ahora no se quiera acusar también de racista por haber protegido a los indios de los maltratos y abusos que muchos criollos, hijos y nietos de descubrido­res y conquistad­ores, les infligían.

La justicia de las hordas que derriban estatuas con fervor talibán es la misma de aquellos que en las redes sociales se dedican a linchar moralmente, y sin previo juicio, a quien no sostenga la opinión mayoritari­a. Y quienes nos oponemos a estos linchamien­tos estamos expuestos a la misma estrategia de escarnio público.

Se preguntaba Quevedo, cuando no quiso callar: «¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?». Creo que llega un momento en que, por mucho que nos cobren con ira lo que nos atrevemos a decir, hay que decirlo.

Cristóbal Colón fue un soñador, un insensato, un lunático con suerte, un visionario, un loco tan cuerdo como el mismo Quijote (según Wassermann), un aventurero y un gran navegante. Sus viajes cambiaron y completaro­n el mundo, lo redondearo­n, a este y al otro lado del océano. Si esta hazaña la hubieran conseguido a la inversa los habitantes de Cuba, de Cipango o de Haití, a ellos se les tendrían que erigir muchas estatuas, con toda la razón. Pero resulta que ese primer viaje de 1492 se hizo navegando hacia Occidente, en tres cajitas de fósforos, y no al revés, nos guste o no.

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// ABC Un manifestan­te pisa la cabeza de la estatua de Colón en Barranquil­la
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