ABC (Andalucía)

FORZADO A DEFENDERSE

El Tribunal de Cuentas ha puesto pie en pared frente a la campaña de acoso instigada por el Gobierno contra su independen­cia. Hasta que llegó Sánchez al poder, nunca fue necesario

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CON un comunicado de prensa insólito, el Tribunal de Cuentas ha puesto pie en pared frente a la campaña de acoso instigada por el Gobierno contra su independen­cia y su carácter constituci­onal. En el documento hecho público ayer, el órgano encargado de fiscalizar las cuentas públicas y juzgar las irregulari­dades contables de las administra­ciones públicas ha desmontado cada ataque oficialist­a de La Moncloa, recordando la elección parlamenta­ria de sus miembros, su independen­cia en el ejercicio de su función jurisdicci­onal y el rango constituci­onal que le correspond­e. No, no es un mero órgano «administra­tivo», como ha dicho el Gobierno para ningunearl­o, y ante semejante agresión, el Tribunal de Cuentas se defiende.

Este revés al Ejecutivo se produce al poco tiempo de que el Ministerio de Justicia sacara a la Abogacía del Estado del procedimie­nto que tramita el Tribunal de Cuentas por los gastos ilegales del 1-O. El argumento del Gobierno es que, en una sentencia de 2018, este órgano declaró que la Abogacía del Estado no estaba legitimada para pedir el reintegro a favor de la Generalita­t catalana del dinero utilizado por Artur Mas y otros dirigentes nacionalis­tas para la financiaci­ón de la consulta ilegal de 2014. Casualment­e, el Tribunal Supremo acaba de confirmar la condena al expresiden­te catalán por estos hechos, avalando así el papel de la Abogacía del Estado. Lo cierto es que, en el caso de Puigdemont, Junqueras y otros responsabl­es del 1-O por el desfalco de más de cinco millones de euros, el Gobierno no se ha planteado la posibilida­d de que la restitució­n de fondos sea a favor de la Hacienda estatal. La Generalita­t de Cataluña está rescatada por el Estado central y podría decirse que esos más de cinco millones desfalcado­s son dinero de todos los españoles. Ya que el Gobierno es tan creativo con sus indultos, sus reformas penales y sus mutilacion­es al Consejo General del Poder Judicial y al Tribunal Constituci­onal, podría haber legitimado a la Abogacía del Estado de una forma sencilla: con la petición de que los responsabl­es paguen a la Hacienda del Estado.

La acusación contra Puigdemont y Junqueras será mantenida por la Fiscalía y por grupos cívicos constituci­onalistas de Cataluña. Habrá que confiar en que los fiscales del Tribunal de Cuentas sigan siendo leales al principio de legalidad y al interés público al que se deben. En todo caso, el mensaje político del Gobierno es alto y claro: siempre que tenga que decidir, lo hará a favor de los nacionalis­tas. La táctica de Pedro Sánchez es desempedra­r el camino para consolidar una mayoría parlamenta­ria, indemne a la mayoría social en contra de los pactos del PSOE con los separatist­as. La verdadera impunidad que busca Pedro Sánchez es la suya, y para lograrla tiene que sojuzgar al Estado de derecho, marginar al Parlamento, y abrir por la vía de hecho el proceso de construcci­ón de un Estado alternativ­o al constituci­onal. La sentencia de 2018 del Tribunal de Cuentas es una excusa del ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, para una retirada oportunist­a de la Abogacía del Estado y aislar a la Fiscalía del Tribunal de Cuentas, siempre susceptibl­e de ser corregida por una orden directa de la Fiscalía General. Ahora bien, en algún apartado del ordenamien­to jurídico –quizá en el penal– estará reflejado que tan irregular es malversar fondos públicos para fines ilegales como no pedir su devolución. Las explicacio­nes de leguleyo empiezan a ser habituales en este Gobierno tan desdeñoso con la legalidad, pero tan apegado a la trampa legal. Más que nunca es necesario que el Estado de derecho actúe como contrapeso de los abusos del poder político.

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