DANIEL BIANCO «LA ZARZUELA NO ES UN GÉNERO POLVORIENTO»
► Con la temporada 2021-2022 ya desvelada, el responsable del coliseo madrileño desgrana los retos que afronta el género lírico español
Ni la pandemia ha podido con el entusiasmo de Daniel Bianco (Buenos Aires, 1958), quien derrocha fervor por el género lírico español. Ante esa situación, Bianco tenía muy claro que era imprescindible resistir: «El Covid –explica– ha sido uno de los mayores retos a los que hemos tenido que enfrentarnos. Estoy orgulloso de que con el esfuerzo de todos reorganizamos la temporada y cumplimos la programación. No ha sido fácil ensayar con mascarillas y con la distancia de seguridad, pero éramos muy conscientes de que si cada uno se cuidaba, cuidaba a los otros; y decidimos que era mejor la prudencia que la prisa. Seguimos a rajatabla las normas y el protocolo sanitario, y desde que reabrimos no ha habido brotes ni contagios. En España, todos los teatros hemos sido un faro de luz para el resto del mundo. El público respondió calurosamente y demostró que tenía sed de volver. Durante el confinamiento, para paliar esa sed pusimos en marcha una ‘webserie’ y recurrimos a la herramienta del ‘streaming’, pero, claro, esto no sustituye al espectáculo en vivo, a esa mágica comunión que se produce entre el escenario y el patio de butacas».
—Otro momento complicado desde que asumió la dirección del coliseo madrileño en 2015 fue el intento de fusión con el Teatro Real, con la que usted no estaba de acuerdo…
—En efecto; aunque sin la tragedia que ha supuesto la pandemia, fue un momento de incertidumbre y angustia. Vaya por delante que no tengo nada en contra del Teatro Real, al contrario. Pero esa posible fusión se planteó mal, con nocturnidad y alevosía, como luego se vio, lo que no es bueno. Yo soy una persona abierta, tolerante, y no me niego a los cambios. Creo firmemente en el diálogo en el que cada parte debe ceder algo. Pero el asunto no se abordó con ese espíritu. Para mí fue un alivio que se echara para atrás.
—¿Qué inconvenientes fundamentales veía en esa unión?
—Ante todo, como le decía, me pareció desastrosa la forma en que pretendía llevarse a cabo. Y había una serie de cuestiones capitales. Defiendo con uñas y dientes la zarzuela y este Teatro, de titularidad pública, inaugurado en 1856 bajo el impulso de maestros como Barbieri, para que la ópera italiana no se comiera nuestra música. Y con la fusión esto no estaba nada claro. No me mostraron un compromiso de respeto artístico al género que garantizase su supervivencia. No podía correrse el riesgo de que el Teatro de la Zarzuela no siguiera siendo el escenario privilegiado del teatro musical español. Por otro lado, me inquietaba cómo quedaría el régimen laboral de los trabajadores del teatro, y también si iban a mantenerse los precios asequibles de las entradas, algo que es fundamental en mi proyecto como responsable del la Zarzuela. —También lo era atraer a nuevos públicos…
—Cuando preparaba el proyecto para presentarme al concurso estaba en Chile haciendo una ópera, y me levantaba a las cinco de la mañana para escribirlo. Tenía muchas ideas y, naturalmente, sabía que si llegaba al puesto, mi deber, gratísimo deber, era preservar y difundir el patrimonio musical, tan importante como el literario y pictórico, darlo a conocer en toda su riqueza.
No concibo que se desconozca nuestro pasado, que hay grandes músicos de zarzuela que nada tienen que envidiar a los compositores de ópera. Pero sobre todo me preguntaba cómo conseguir que la gente joven se interese por la zarzuela. Por supuesto, había que seguir trabajando para no defraudar al espectador habitual, pero el mayor desafío era atraer a los jóvenes, hacerles ver que la zarzuela no es un género caduco y polvoriento.
—De ese desafío surgió el Proyecto Zarza…
—Sí. Lo llamé así en referencia a las abundantes zarzas que hay en los jardines del Palacio de la Zarzuela. Pensé que la única manera de que un chaval pudiera disfrutar de la zarzuela es que viera que alguien contemporáneo a él la hacía. Zarza se basa en ser una zarzuela por y para jóvenes, para que las nuevas generaciones se acerquen a nuestro género lírico, y también para descubrir artistas jóvenes. El primer año había cierta reticencia incluso por parte del equipo. Pero afortunadamente ha logrado una magnífica acogida y ha recibido el Premio Ópera XXI a la mejor iniciativa del Fomento de la Lírica en su tercera edición, que recogeremos el próximo 11 de septiembre. Al ponerlo en marcha había que cubrir varios frentes, en los ámbitos artísticos y didácticos. Adaptar las obras, preparar cuadernos didácticos, y después del espectáculo realizar un coloquio entre los jóvenes del escenario y los del patio de butacas. Ese coloquio es muy fructífero. Varios chavales nos comentan que si su padre les hubiera dicho que tenían que ir a ver una zarzuela le habrían dicho que no, pero que después de la experiencia estaban felices. En el aspecto didáctico trabajamos conjuntamente con los profesores de instituto, a los que agradecemos mucho su apoyo. En la próxima temporada en el Proyecto Zarza se representará ‘El Sobre Verde’, con música del maestro Guerrero. También iniciamos espectáculos musicales de títeres en el ambigú, dirigidos a niños de seis a diez años. El próximo será ‘El cielo de Sefarad’, una historia de amor y resiliencia, con música tradicional sefardí, obras del Cancionero de Palacio y de compositores españoles del siglo XV.
—¿Cómo ha resultado la respuesta a las audiciones?
—Se presentan cientos y cientos de jóvenes con muchas ganas. Yo asisto a todas las audiciones. El examen consiste en un texto elegido por el aspirante, algo que cante libremente y una romanza específica de zarzuela que pedimos. Normalmente, la elección del texto bien, en la canción prácticamente todos se decantan por la comedia musical anglosajona, con un inglés perfecto. El primer año cuando llegaba el momento de cantar la romanza algunas chicas me preguntaron: «¿Perdona, esto cómo quieres que te lo cante, como lírico o como teatro musical?». Y yo les decía: ¿pero qué diferencia hay? Una me respondió: «Bueno, como lírico es que yo me pongo impostada y en jarras». Ahora esto ya no pasa. Los jóvenes saben cada vez más que la zarzuela existe y que no es algo antiguo.
—¿Qué destacaría de la próxima temporada?
—Como siempre, trato de que la programación sea variada, combinar las grandes zarzuelas del repertorio con sorpresas y recuperaciones. Rescatamos ‘Los gavilanes’, del maestro Guerrero, que no
Director del Teatro de la Zarzuela
√ Nuevos públicos «Me he propuesto atraer a los jóvenes y hacerles ver que la zarzuela no es un género polvoriento» Las dos orillas «Muchos emigrantes, como mis abuelos asturianos, llevaban con ellos la zarzuela, que conquistó a la gente del otro lado del Atlántico»
se ha representado en este teatro desde hace veinte años, y ‘The Magic Opal’, estrenada en Londres en 1893. Era la primera vez que Albéniz realizaba un encargo en inglés. Y al año siguiente se estrena aquí en la Zarzuela en español. Se ha escuchado en el Auditorio Nacional, pero no se volvió a llevar a escena. Hemos hecho una nueva traducción al castellano, aunque conservando el título. Redescubrimos a un Albéniz bien distinto al que estamos acostumbrados. También disfrutaremos de ‘Don Gil de Alcalá’, del maestro Manuel Penella, que trabajó en España, en Argentina y en México, donde murió en 1939. Es una historia que transcurre entre Madrid y Veracruz, México, y demuestra una vez más que nuestro género de teatro musical pertenece a las dos orillas.
—¿Le interesa especialmente esa conexión?
—Mucho. La anterior temporada vimos ‘Cecilia Valdés’, zarzuela cubana de Gonzalo
Roig. Yo soy de una familia española; muchos emigrantes llevaban la zarzuela en sus maletas, como en el caso de mis abuelos procedentes de Asturias. Cuando esos emigrantes llegaron a Venezuela, Argentina, Uruguay, México… esa música no solo les identificaba, sino que conquistó a la gente de allí. Hasta tal punto, que yo, nacido en Buenos Aires, no sabía si la zarzuela era española o argentina. En Cuba hay registradas más de tres mil zarzuelas, y en Argentina el sainete se convierte en el sainete criollo. Potenciar la vinculación entre las dos orillas me parece esencial. Igual que no hay que olvidar que hay zarzuelas en catalán, euskera y gallego. En 2019 estrenamos ‘Mirentxu’, de Jesús Gurudi, la primera vez que este teatro programaba una obra vasca. Es preciso desterrar la confusión de que la zarzuela es solo un género madrileño.
—¿Sus orígenes españoles le motivaron a venir a España? ¿En su familia había afición al teatro?
—En mi familia siempre íbamos al teatro, no solo al musical. Mis padres nos llevaban. La vocación por el teatro me nació muy pronto; además, yo tenía una tía que era muy especial, que me regaló el primer libro y me decía: «tienes que escuchar esto, ver esto». Me impulsó a la cultura. El teatro siempre ha formado parte de mi vida. Vine a España en 1984 para un trabajo puntual como ayudante de escenografía y vestuario, precisamente en el Teatro de la Zarzuela. Iba a estar unos tres meses, pero me encontré con un Madrid en efervescencia, que me fascinó. Me fueron surgiendo trabajos y decidí quedarme. En España he encontrado mi lugar en el mundo.
—¿Echa de menos su labor como escenógrafo?
—Dirijo el teatro desde el escenario. Vivo la gestión con la misma pasión que cuando preparo una escenografía. Dirigir un teatro es un privilegio, y más si tiene la solera del Teatro de la Zarzuela. Un amigo me decía que un escenario es una caja de sensibilidades, y es muy cierto.
—¿Se propuso modernizar la zarzuela?
—No sé lo que significa moderno. Quiero llevar al escenario la contemporaneidad. Pero sin ningún tipo de provocación. Es muy fácil hacer un espectáculo en el que un personaje vomite, haya una felación… Eso no va conmigo. Pienso que es decisivo que no se contemple la zarzuela como un género solo de geranio, mantón y abanico, que se canta en jarras, como antes le comentaba que me dijo una aspirante a participar en el Proyecto Zarza. Y que la zarzuela se desligue de un determinado régimen. La zarzuela no está ideologizada, nunca estuvo la política en este género, nadie es dueño de él. Es una expresión artística nuestra y del otro lado del Atlántico que la hizo suya. Es de todos y para todos, y todos ponemos sentirnos orgullosos de este gran patrimonio que hay que valorar y mimar como se merece.