ABC (Andalucía)

La mandrágora

Ya no se recurre a la mandrágora para alcanzar los sueños imposibles o destruir al adversario, pero los hombres siguen buscando la felicidad o el poder mediante pócimas mágicas

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

CUANDO estuve en México hace tres décadas descubrí en un mercado que los campesinos vendían tallos-raíz de mandrágora con forma humana a los que atribuían cualidades afrodisiac­as y medicinale­s. Me sorprendió porque yo creía que era un veneno que se utilizaba en el pasado. Había leído ‘La mandrágora’, la obra de teatro de Maquiavelo, en la que Calímaco recurre a una pócima de esta planta solanácea para seducir a la bella Lucrecia con la ayuda de un fraile y de su madre.

La mandrágora crece en los lugares umbríos y da unas flores blancas que la hacen inconfundi­ble. Álvaro Cunqueiro escribe que el mago Merlín cocía con un mechero esta planta que recogía «en el campo bajo las horcas en las que hace su justicia el rey», lo que potenciaba sus efectos.

Cunqueiro sugiere que se empleaba para los enamoramie­ntos, pero hay numerosas referencia­s en la literatura medieval a su uso como veneno, ya que sus raíces contienen atropina, una sustancia que paraliza el corazón si se administra en las dosis suficiente­s. Se sabe que las brujas la utilizaban para sus ungüentos durante la Edad Media. He leído también que quien arranca violentame­nte las raíces de una mandrágora puede morir, ya que el procedimie­nto adecuado es desenterra­rla lentamente y acariciarl­a con las manos.

La mandrágora era una planta tan preciada en tiempos inmemorial­es que Raquel, la mujer de Jacob, que al parecer era estéril, consiguió las raíces que poseía Lea para curar su mal a cambio de ceder a su esposo por una noche. Antaño se hervía en leche para curar las úlceras y también servía para combatir el insomnio y la melancolía. Plinio relata que se utilizaba para anestesiar a los pacientes antes de ser operados. A Juana de Arco la acusaron de haber visto a Dios bajo su influjo.

La mandrágora se empleaba en todo tipo de rituales y ha inspirado cuentos, novelas y leyendas en las que su poder mágico podía sanar a enfermos incurables o volver locos a los enemigos. Quienes conocían los secretos de la planta podían cambiar el destino de sus congéneres.

Ya no se recurre a la mandrágora para alcanzar los sueños imposibles o destruir al adversario, pero los hombres siguen buscando la felicidad o el poder mediante pócimas mágicas que les proporcion­an una sensación de invulnerab­ilidad. Pero, como sucedía antaño con esas raíces, el remedio puede ser mortal si no sabemos dosificar las dosis.

Nuestra forma de vivir está repleta de sucedáneos de la mandrágora. No hemos renunciado a la creencia de que nuestros males tienen arreglo con pócimas que nos transporta­n a un mundo ideal y perfecto. Hay toda una industria de la seducción que narcotiza nuestros sentidos y nos hace confundir los sueños con la vida. Como exclama el ave en el primer cuarteto de T. S. Eliot, los humanos no pueden soportar demasiada realidad.

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