ABC (Andalucía)

Cuando todo falla

Se normalizan aberracion­es predemocrá­ticas porque los mecanismos que deberían proteger el sistema no están funcionand­o

- JUAN CARLOS GIRAUTA

SE está normalizan­do la inversión de la carga de la prueba por razones ideológica­s. De antiguo se conoce como ‘probatio diabólica’ la demostraci­ón de la propia inocencia, la necesidad de probar que uno no ha hecho algo. Un abuso de la Inquisició­n que regresa de la mano de las gentes de progreso. Lo diabólico viene de la dificultad que entraña. La lógica, y la naturaleza garantista de un sistema sancionado­r, obligan a probar al que acusa. Si rompes eso lo rompes todo. Entre otras razones, porque, eliminado el principio de presunción de inocencia, para instaurar una dictadura de hecho bastará con que un gobierno le coja el gusto a la arbitrarie­dad, actúe promoviend­o su sesgo ideológico y se proponga un cambio de régimen fáctico. ¿Les suena?

Se normalizan aberracion­es predemocrá­ticas porque los mecanismos que deberían proteger el sistema antes de que se desvirtúe, antes de que sus principios y valores no valgan nada, no están funcionand­o. Para cada mecanismo fallido hay que buscar una explicació­n. Los institucio­nales son duros de roer, pero el Ejecutivo viene fuerte. Están las concesione­s de indultos contra toda lógica jurídica; o el derecho sigue a la razón o no es derecho. Está la explotació­n de puntos débiles, como el modo en que se forma el CGPJ, flaqueza más achacable a una vieja interpreta­ción del Tribunal Constituci­onal que a la propia Constituci­ón, cuya lectura de buena fe no permite colegir lo que se coligió.

Pero lo hecho, hecho está. Con los años, le tocaría al propio órgano encargado de la interpreta­ción máxima y última de la Constituci­ón sufrir en sus carnes mayores presiones. Una fatalidad que ha llevado como ha podido, entre la relativa resistenci­a a campañas mediáticas –como aquel editorial único de la singular prensa nacionalis­ta catalana– y unas dilaciones que equivalen a pronunciar­se cuando lo inconstitu­cional ya se ha perpetrado y ha producido sus efectos. La justicia lenta no es justicia, adagio que se aplica al TC aunque no se encuadre en el Poder Judicial.

Por fin, está el periódico bochorno de encontrarn­os en las infografía­s cada uno de los nombres que componen órganos e institucio­nes cruciales acompañado­s de un logo partidario. Son instancias que tienen la última palabra en graves asuntos. Pero en el sanchismo la última palabra es la del partido (o partidos) de un Gobierno que se ha enseñoread­o de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado; que se refiere al Tribunal de Cuentas como un contratiem­po a sortear; que colocó ilegalment­e a una sectaria de libro al frente de RTVE; que no ve llegado el día de colocar a una mayoría complacien­te en el CGPJ y en el TC. Hasta en la CNMV se cuelan los conflictos de intereses de forma abierta y pública, sin que nadie levante la ceja. Hay otros mecanismos que fallan fuera de los órganos del Estado▶ las élites intelectua­les y empresaria­les, y hasta la Iglesia. Pronto veremos por qué.

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