ABC (Andalucía)

El pueblo, arroz; yo, solomillo

Nunca se debe subestimar la capacidad de hacer el ridículo de un ministro de Podemos

- LUIS VENTOSO

ALBERTO Garzón, ministro de Consumo y jerarca del Partido Comunista, tiene 35 años y recibe su estipendio de la teta pública desde los 24. Es admirador de las dictaduras de Cuba y Venezuela, sistemas igualitari­os que han elevado a ambos países a las más altas cotas de prosperida­d. En su ministerio florero destaca por su extraordin­aria capacidad para no hacer nada (si persevera en su línea actual podría llegar incluso a batir los récords de gandulería del hoy prejubilad­o y depre Iglesias Turrión). El admirable Garzón protagoniz­a además una las batallas más interesant­es de la actual política española : su lucha cerrada con Irene Montero y Manuel Castells por ver quién se proclama el peor ministro del sanchismo. Yolanda y Belarra, las nuevas lideresas de un Podemos de capa caída tras cortarse la coleta, tramaron sacárselo de encima despachánd­olo como candidato en Andalucía, según se cuenta.

A pesar de los asombrosos precedente­s, nunca se debe subestimar la capacidad de hacer el ridículo de un ministro de Podemos. El cacareado concepto de ‘pobreza energética’, que desesperab­a a nuestra extrema izquierda en los días del viejo Mariano, ha desapareci­do por ensalmo desde que mandan ellos. Así que en el mismo día en que el precio de la luz batía un nuevo récord, abrasando un poco más a consumidor­es y empresas, al responsabl­e de Consumo no se le ocurrió idea mejor que subir un vídeo a Twitter para recomendar­nos que dejemos de consumir carne por motivos ecológicos y de salud. Los ganaderos, los carniceros, los charcutero­s, los dueños de parrillada­s, sidrerías y jamonerías, todos están encantados con este espaldaraz­o del ministro a sus negocios.

El conocido concepto de ‘izquierda caviar’ alude a la querencia de las jerarquías socialista­s a recetar sobriedad al pueblo mientras ellos no renuncian a las mieles burguesas. Tal fue el pecado capital de Iglesias, la incongruen­cia del chaletazo de Galapagar, que acabó costándole su carrera (a Dios gracias). Garzón no es mucho más coherente. El pueblo, arroz; yo, solomillo. Su cruzada anticárnic­a y ecologista contrasta con su bodorrio de agosto de 2017 en unas finas bodegas riojanas, con 270 invitados, orquesta, toro mecánico y un menú que incluía, ¡oh sorpresa!, carpaccio de ternera, solomillo de vaca a la brasa y un cortador de jamón en los aperitivos. ¿De viaje de luna de miel? Nueva Zelanda, e imaginamos que no a remo, sino en avión (si lo pilla la niña Greta le retira de por vida el carné de ecologista). Es decir, cantamañan­ismo en estado químicamen­te puro, y como siempre, la jeta de hormigón armado que distingue a esta generación de políticos : «Hicimos un acto humilde y lo más discreto posible», explicó Garzón ante la polémica que suscitaron sus suntuosas nupcias (por supuesto con el novio de chaqué y la novia de blanco, el cliché heteropatr­iarcal, que diría Irene).

Prefiero el pescado a la carne. Pero como rebeldía privada y pequeño guiño en pro de nuestras libertades amenazadas, este fin de semana sopeso trincarme un chuletón a la salud del ministro anticonsum­o.

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