ABC (Andalucía)

El Ventoux agiganta a Van Aert y humaniza a Pogacar

► El belga gana en fuga la decimoprim­era etapa, en la que emerge el joven danés Vingegaard

- J. GÓMEZ PEÑA

Entre las leyes del ciclismo hay una que siempre se cumple ‘En el Ventoux todo puede pasar’. Que se ahogue Eddy Merckx, que el mareado Kubler dé la vuelta y pedalee contra carrera, que Froome en pleno pánico suba corriendo a pie... Y que Tadej Pogacar no pueda seguir a un rival cuesta arriba.

El Ventoux mostraba ya su calva pelada. Soplaba, como siempre, el viento de cara. Más difícil todavía. Y de repente, Pogacar se inclinó ante el ritmo de otro joven, el danés Jonas Vingegaard, sustituto del deprimido Tom Dumoulin en este Tour y gregario del ausente Roglic. Antes de alcanzar la meta de Malaucene, Pogacar, en compañía de Urán y Carapaz, alcanzó en el descenso a su inesperado rival. Pero el líder queda advertido por el Gigante de Provenza.

Gigante como Wout van Aert, el vencedor de otra etapa para colosos. Para atletas como él. Levantó sus 1,90 metros de altura bajo la meta. Desplegó sus 77 kilos de puro músculo. Y celebró con rabia, puños apretados, una victoria para la que no parecía destinado. Excampeón del mundo de ciclocross, ganador de clásicas como la Milán-San Remo, vencedor de etapas al esprint en el Tour y capaz de soltar uno a uno a todos los que iban con él en fuga durante la segunda subida al Ventoux. A Mollema, a Alaphlippe, al menudo Elissonde, de apenas 52 kilos... Reescribió la ley de la gravedad.

«Pasar primero el Ventoux es emocionant­e. Es un icono del ciclismo. Y es mi mayor victoria», dijo abajo, en la meta de Malaucene, donde llegó con minuto y medio sobre Pogacar, Vingegaard, Urán y Carapaz; dos minutos delante de Kelderman y Lutsenko; más de tres sobre Enric Mas, que se aleja del podio, y Pello Bilbao, y cinco sobre O’Connor, que perdió su segunda plaza. Van Aert repite que le sobra peso para discutirle el Tour a rivales como Pogacar. Pero con 26 años y la silueta de Induráin, todo es posible con él. Como con el Ventoux, que asistió el primer momento de fragilidad de Pogacar, pero le deja más vestido de amarillo con cinco minutos y medio de ventaja sobre Urán, Carapaz y Vingegaard.

El joven danés es el elegido por la Montaña de los Vientos para cuestionar al hasta ahora inalcanzab­le líder esloveno. Tiene 24 años, brilló en la Itzulia y ganó la Coppi-Bartali. La caída de Roglic ha adelantado su eclosión. «Es un escalador con un futuro brillante», le definió Pogacar.

La ambición de Alaphilipp­e

Pocos son los que han dejado su huella en la Luna. Y la Luna del ciclismo es el Mont Ventoux. Monte asesino. Allí dio sus últimas pedaladas, ya agonizando, Tom Simpson. Calcinado por el sol y cargado de anfetamina­s mezcladas con el cognac que uno de sus gregarios se había llevado de una taberna. Unos cogieron agua; otros, vino. A Simpson le tocó lo que quedaba, alcohol. Dinamita en el estómago. No salió vivo del Ventoux, donde flota su leyenda desde 1967. Su hija tenía cuatro años. Apenas se acuerda de él. Pero, en una entrevista en ‘L’Equipe’, dice que cuando muera sus cenizas volarán sobre esta tumba pálida donde aún respira el recuerdo de su padre. En la salida de Sorgues, los corredores repetían «Hoy es un día histórico». La etapa de la doble ración del Ventoux. Histórico. Julian Alaphilipp­e es ciclista por jornadas así. «¡Allez Julian!».

El campeón del mundo sabe que no ganará el Tour. Su meta es otra formar parte de la memoria de la Grande Boucle. Y una de las mejores maneras es poner su nombre junto al del Gigante de Provenza. Así que programó la tortura. Desde la salida. Quintana quiso seguirle por los caminos de tierra roja de Rousillon. Reventó. Lo mismo le pasó a Daniel Martin entre los campos morados de lavanda que subían al puerto de Liguiere. A Alaphilipp­e sólo le soportaron en la primera subida al Ventoux (por Sault, la ladera más suave) siete corredores Van Aert, Pérez, Meurisse, Durbridge y tres del equipo Trek, Mollema, Elissonde y Bernard. «¡Allez Julian!», cantaba la abarrotada cuneta.

Detrás, a cinco minutos, el Ineos de Carapaz cogía las riendas. Pogacar, el líder, pudo así reservar a sus gregarios. Como si su maillot amarillo ya no estuviera en juego y todos, especialme­nte Carapaz, corrieran ya para ser el segundo en París. «Es la etapa más dura», había avisado Pogacar antes de partir. Cierto. Casi dos horas y media cuesta arriba. La última subida al Ventoux, por la asfixiante cara de Bedoin, supone más de 50 minutos sin aliento. Los ciclistas se cansan hasta de respirar. Pero siempre hay quien ve en esa cumbre pelada un folio en blanco donde dejar su impronta. Su huella lunar. Van Aert y Vingegaard.

Pogacar sale indemne

Son compañeros del retirado Roglic en el equipo Jumbo. Van Aert es, con Van der Poel, el apóstol de este nuevo ciclismo sin tregua. Ha atacado desde la primera etapa. Insaciable. Pero sin premio. El martes le pudo Cavendish en el esprint. Con ese dolor aún en las piernas llamó a su director. Le pidió «permiso» para probarlo en el Ventoux. Concedido. Libre. Se subió a la fuga fabricada por la ambición de Alaphilipp­e y se quedó luego con la única compañía del Gigante de piedra blanca diez kilómetros al 10% de pendiente en pleno bosque y luego, tras el Chalet Reynard, seis kilómetros más contra el viento, el calor y la maldición asesina de esa montaña. Pudo con todo; con todos. Era una etapa para un gigante como él.

Un kilómetro y pico por detrás, su compañero Vingegaard humanizaba a Pogacar, que no perdió los nervios. «Me ha hecho explotar un poco. Su ritmo era demasiado», confesó el líder esloveno. Dejó de mirar la espalda del danés, se giró, vio que venían Carapaz y Urán, y cogió aire al cruzar la cima del Gigante. En la bajada, los tres cazaron a Vingegaard. Pogacar salió indemne del Ventoux. Esto también es una victoria.

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// EFE Wout Van Aert recibe el aliento de dos aficionado­s durante la exigente etapa que acabó ganando

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